miércoles, 14 de abril de 2010

HERMÓGENES

Yo pensé que era mujer. Hermógenes. Rochi se había comunicado con él por mail para contratarlo como guía de nuestra excursión a Machu Pichu. Ya lo había oído nombrar varias veces sin prestarle debida atención y siempre lo imaginé con tetas. Hermógenes. ¿No es nombre de mujer? Hermógenes. ¿Será que tiene hermosos genes? Hermoso es una palabra demasiado femenina para formar parte del nombre de un hombre. Pero aquí estaba Hermógenes al fin, en vivo y en directo. Morenito. Cara de buenazo. Pidiendo disculpas por no tener más información. Siete personas encimándolo, exigiendo certezas. El alud en Machu Pichu fue inesperado, no es su culpa.
Pero la gente es así.
-¿Y la plata? ¿Nos van a devolver la plata?
-¡Qué plata ni plata! TENEMOS que ir. ¿A qué vinimos si no?
Yo tenía fe. No se por qué. Porque era mejor que no tenerla. La gente como loca, nerviosísima. Todos contra Hermógenes.
-¿Vamos a subir?
-¿Vamos a subir no?
Yo jugaba con un loro verde que había suelto por ahí. Los loros son más divertidos de lo que pensaba. Me compraría uno si no sintiera que impedirle volar libremente a un pajarraco es más cruel que tener un perro encerrado en la cocina.
-¡Hablá Hermógenes!
-¡Habla hermano!
-Disculpas.
Ya se. Hermógenes es igualito a Oski Guzmán. No me salía el nombre. Ahora puedo dormir en paz.
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Tres días después subíamos con Hermógenes una montaña de camino a una excursión alternativa. Vendría a ser la suplente de la suplente de Machu Pichu (la suplente de Machu Pichu también tenía el camino lesionado). Yo tenía fe. Era mejor que lo otro. Aceptar lo que viene es la mejor actitud posible. Ojalá pudiera mantener esa ideología el resto del año. No se qué me pasaba. No soy zen, ni budista, a veces ni siquiera optimista. Pero por esos días estaba así. Ah, las vacaciones.
-Yo estuve dos años en la milicia -me cuenta Hermógenes-. Ahí aprendí a que me insulten sin que me importe.
Eso explica su calma bondadosa frente a las tres tristes turistas tremendas que trinaban ante el imprevisto y trataban de tratarlo tan mal a propósito. Zorras.
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Decidí sacarle toda la vida de la boca al tal Hermógenes. La caminata era larga y a mis amigos ya me los sabía de memoria. Además, noté que él tenía ganas de hablar. Decía cosas como:
-Los peruanos son todos delincuentes. Eso es lo que piensa la gente que no nos conoce. ¿Y sabes por qué es? Por culpa de Lima. En Cuzco no somos así.
O bien:
-Yo era chico cuando mi familia se hizo evangelista, y tuve que seguirles la corriente. Pero luego encontré mi propia forma.
También:
-¿Ustedes en los cumpleaños hacen una fiesta? Nosotros matamos un chancho.
Ya saben. Fenómeno el tipo. Un tipo fenómeno.
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Hermógenes venía de una familia muy grande. Eso estaba bien visto en la sociedad peruana. Cuanto más grande la familia, más importante el apellido. Él tenía diez hermanos, y por eso su padre era muy respetado. Casi fue alcalde de la ciudad. Cuán importante, pensé en su momento. Luego aprendería que en los pueblos de Perú suele haber aproximadamente un alcalde por manzana. Así cualquiera.
-Luego la cosa cambió. Ahora no es lo mismo. Hay menos familias grandes desde que Fujimori instaló la educación sexual para disminuir las enfermedades y controlar la natalidad. A una conocida mía en la operación de parto le cerraron las trompas del falopio sin avisarle. Se enteró años después, cuando su hijito ya iba al jardín. Todavía está en juicio por eso.
Épale, pensé yo. Cosas que pasan, dijo él. No deberían, dije yo. Es lo que hay, dijo él. Esto mismo: épale.
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Siguiendo el relato familar, resulta que el padre de Hermógenes -alcalde de Calle Inca al 700 hasta Calle Inca al 400- púfate se muere. ¿Qué se hace con la viuda? Ahí queda, solita para siempre, como debe ser. Pero nueve años después la madre de Hermo (única vez que le dije así, enseguida me sentí el novio y abandoné el apodo) se juntó con otro hombre. Imperdonable.
-Eso no está bien visto. Muchas familias nos miraron mal. ¿Pero qué puede hacer ella? ¿No puede ser feliz? Uno tiene que hacer lo que lo hace feliz.
Modernito el Hermógenes. Con razón no se hizo evangelista. Él tenía su propia forma. Y ahora me cuenta del nuevo hombre de su santa madre. No era cualquier hombre. Ese hombre venía directo de prisión. Lo que no significa que fuera mala gente.
-Sufrió quince años de condena. Le devolvió un golpe a un viejo en un bar. El viejo cayó mal y murió. Quince años.
Hermógenes dice que al principio el hombre tuvo que aliarse a ciertas bandas dentro de la prisión para defenderse. Luego, con tiempo libre, decidió adoptar un oficio y aprendió a tejer. Se pasó quince años tejiendo. Y más también. Todavía teje.
-Te hace una alfombra en dos días.
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Muy lindo el pastito, pero todo subida, todo subida, todo subida. Y la altura. Los labios secos. Frenar cada cien metros. Hay que tener paciencia. Por eso escuchar a Hermógenes es de gran utilidad. Él es el único que puede gastar su saliva en relatos. La nuestra es demasiado poca, hay que racionarla.
Así seguimos, ya falta menos.
-Hay un pueblo de adivinos en Perú. Tiran la coca y te dicen pasado, presente, futuro. Algunos de ellos también hacen magia negra, pero no son muchos. A un amigo mío que tenía mucho ganado le hicieron un hechizo por envidiosos. Se le fueron muriendo las vacas. Toditas. Adentro de los intestinos les encontraron clavos y alambres.
-Entonces le dieron de comer eso y las mataron así. No jodamos.
-¡No, no! Fue el hechizo.
Parece que hay otro pueblo donde la gente vive 120 años promedio. Se llama Willoc. ¿Willow? No, Willoc. Willow es un enano de película. En Willoc la gente vieja sigue siendo joven. ¿Por qué? Porque comen verduras. Todo el tiempo. A los setenta años me voy a mudar ahí. Espero que no sea demasiado tarde para ser viejoven. Tampoco es cuestión de comer sólo verduras desde los veinte años en adelante. Así no tiene gracia llegar despierto al 2080.
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Seguimos caminando. Siempre caminando. Un consejo: nunca preguntes cuánto falta. Siempre (siempre) te responden que diez minutos. Ya no importa. ¿A qué vinimos sino? El paisaje es bonito, comimos palta fresca con tomate, corrimos a un grupo de ñandúes y tenemos estas historias que son tan lindas que no es necesario creérlas para disfrutarlas. Todo gracias a un hombre con nombre de mujer, ojos entrecerrados y cara de buenazo que, como si fuera superman, dice:
-Yo soy contador, estas son mis vacaciones.
También son mis vacaciones. Y tengo fe. No se por qué.
Ojalá me dure.

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