martes, 30 de diciembre de 2008

MI PERRO DINAMITA

Mientras reordeno mis notas sobre el recital del Indio Solari en La Plata, inauguro una nueva sección con interpretaciones libres de canciones.
La poética del Indio justamente va a estar muy presente en la sección, por su ambiguedad, misterio y mística. Y porque me fascina.

Ayer, escuchando esta canción de Los Redondos -que nunca me gustó demasiado por ser muy popular y de un rock bien cuadrado-, me pareció descifrar un posible significado: ¿es una descripción del público de Los Redondos?

Mi perro dinamita

Yo no sé si a tu perro le gusta ladrar a lo bobo
mi perro ­No! no quiere ­No!
(el público de los redondos es tan fiel como un perro, pero no grita histérico como los fans de ricky martin)
con el hocico afiebrado ­No!
(se le caen los mocos de merca a la monada)
recuperando palitos, corriendo a lo bobo
¨Por qué, si es su rock'n roll?

No más culo mojado
­No! quizá algún fueguito...
aquí y all algún fueguito ensaya mi perro
(prenden bengalas)
­Porque este es su rock'n roll!

Mi perro dinamita está fiero como un tártaro
(público de ladrones y presidiarios. gente jodida a punto de explotar)
y gruñe ­No! rechaza ­No!
no mueve el rabo con docilidad
ni da la patita, ni hace el muertito
(¿hacen exactamente lo que el cantante les pide? no, son difíciles de controlar)
y aúlla este rock'n roll!

Y dice ­No! y me desobedece
(¿presagio de que se le iba a ir de las manos, como en el recital de River?)
­No! es lo mejor que hace
aquí y allá el muy zorrito
la va de rififí
(caminan como si fueran famosos -como el perro rififí-, dueños de la calle, locales donde van, y mañosos como los zorros)
­Porque este es su rock'n roll!

martes, 23 de diciembre de 2008

BELLAS ARTES

Era la materia filtro de la Facultad de Bellas Artes. Gracias al boca a boca, desde el primer día todos sabíamos que Taller 1 de la Cátedra Rabuccini era el obstáculo a superar. Al parecer la muy hija de puta saboreaba los momentos en que los alumnos debían pasar al frente con sus trabajos; y aprovechaba el miedo escénico para despedazarlos enfrente de toda la clase. Hoy iba a descubrir si la leyenda era verdad.

Mientras iban amontonándose los estudiantes reprobados, no podía más que ser testigo del futuro inminente con mi patética escultura en el regazo. Uno a uno subían los pequeños proyectos de artistas fracasados. Se paraban de espaldas al pizarrón y enfrentaban el aula con sus obras tímidas, temblorosas, expectantes. Tropezando con las palabras, desnudaban el alma frente a las otras cien víctimas que, como yo, observaban angustiadas desde sus asientos, esperando su turno.

Rabuccini vestía pantalones largos y oscuros, con camisa y chaleco a tono. Tenía los rasgos duros y angulosos de los alemanes: tez blanca, nariz fina, pómulos salientes y el pelo bien tirante hacia atrás que terminaba en un rodete ajustado. Desde su cómodo asiento de verdugo, al lado del condenado de turno, Rabuccini escuchaba la justificación que acompañaba la exposición de las obras de arte y, luego de una pausa sádica, los ajusticiaba con caprichosos análisis baratos, obligándolos a regresar a sus asientos con la psiquis maltrecha y un aplazo desmoralizante. Las estadísticas no mentían: después de la primera entrega más del setenta por ciento de los estudiantes abandonaban la carrera.

Yo estaba aterrado, por supuesto. Ya tenía mi escultura lista, pero estaba seguro de que no pasaría la prueba. Me había resultado imposible responder a la consigna: “Realizar una obra de arte personal que resuma quiénes son y qué quieren conseguir en la vida”.

En su momento, encontrar una palabra que sintetizara mi personalidad fue lo más complicado. Luego de veinte minutos de autoanálisis decidí buscar inspiración en la televisión. Ese fue mi primer error. Tres horas de zapping después sentía que empezaba a saber algo más de mi mismo: al parecer era una persona dispersa. El resultado me asustó, tenía miedo de conocerme a fondo y descubrir que no me caía para nada bien. Entonces opté por encarar el trabajo desde el otro costado: qué quiero ser en la vida. Yo estaba convencido de que quería ser artista. O arquitecto. O diseñador gráfico. O contador. Estaba muy cerca de llegar a una conclusión con mi psicólogo con respecto a ese tema.
Finalmente opté por volcar todos mis cuestionamientos en una obra abstracta que me brindara el beneficio de la duda. Y ahora, aferrado a mi escultura y mordiéndome los labios, esperaba el grito más temido.

-¡Jiménez!
Jiménez pasó al frente y yo respiré aliviado.
-¿Qué es eso Jiménez, me puede explicar?
Jiménez sostenía en sus manos una especie de globo terráqueo teñido de negro, decorado con algunas curitas, deformado a los golpes y atravesado por todo tipo de materiales: clavos, tijeras, un cuchillo de asador y una dentadura postiza pegada con cinta skotch que mordía a Estados Unidos como si fuera un anciano con hambre de venganza o de comida chatarra.

Rabuccini se puso de pie. Jiménez era un chico alto y flaco, pero en ese instante pareció encoger unos veinte centímetros.
-¿Me puede decir qué es esto Jiménez? ¡¿Qué simboliza esto Jiménez?! Por favor, explíqueselo a sus compañeros que lo están mirando, porque yo no lo puedo entender.
-Yooo… esteee… yo intenté… -aclaró Jiménez, con el labio inferior agitándose como gelatina.

Rabuccini tocó el globo terráqueo, lo recorrió lentamente y extrajo el cuchillo de asador. Todos contuvimos la respiración. La justiciera agitó el cuchillo cerca de la cara de espanto de Jiménez.
-Vos tenés que ver a un psiquiatra Jímenez. ¿Cómo pudiste hacer una cosa así? Esto es obra de alguien con conductas psicópatas. Mirá lo que hiciste, ¡miralo!
Jiménez petrificado salió de su transe y observó lo que tenía en las manos: un globo terráqueo malherido, moribundo, víctima de algún torturador.
-¿A vos te parece normal eso que hiciste?
-Y… no se… es algo oscuro, quizás, ¿no?
-¿Algo oscuro? ¡Algo oscuro! Andá Jiménez, volvé a tu asiento, haceme el favor. Tenés un dos,¿sabés? Y decile a tus padres que necesitás terapia. El cuchillo me lo quedo, querido.

Bueno, no le fue tan mal, pensé desde mi asiento. Por lo menos sacó un dos. Y repetí mentalmente: que no me toque, que no me toque, que no me toque, que no me.
-¡Guevara!
Guevara se desplazó con agilidad y confianza hasta el frente. Habíamos empezado la cursada hace un mes, por eso casi no nos conocíamos entre nosotros, pero a Guevara la tenía vista. Me había llamado la atención porque siempre se la veía sonriendo, despreocupada. Se notaba que tenía personalidad. Y unas tetas…

-¿Qué me trajiste Guevara?
-Bueno –empezó ella, resuelta y relajada-. Esto que tengo acá es un diario íntimo, como se puede ver. Es rosa, porque ese color me gustaba de chiquita y este es el diario íntimo que tenía por ese entonces. Elegí este objeto porque simboliza mi privacidad, porque acá escondo mis secretos y, en cierta forma, mi vida íntima.
-Aja, ajá, muy bien –acompañó Rabuccini, como regodeándose por esos secretos que estaban a su alcance.
-Sí –siguió Guevara, siempre mostrando el diario íntimo a la altura de sus magníficas tetas-. Y cubrí el diario íntimo con todas estas cadenas y candados que las saqué de las bicicletas de mi familia.
-Muy bien, ¿y por qué decidiste eso?
-Fácil, lo cubrí de cadenas porque esto es algo muy mío, y lo comparto si quiero con las personas de mi confianza. Entonces, ¿qué derecho tiene usted de meterse en mi vida privada?

Rabuccini se quedó muda. Tibio, desde el fondo, surgió el primer aplauso y en unos segundos el aula entera retumbaba con la ovación de todo el curso. Rabuccini reaccionó gritando ¡orden! ¡orden!, pero la energía reprimida se había desatado y no podía detenerse. Las risas y los gritos subían hasta las grandes alturas del techo, y algunos valientes hasta se pararon en sus bancos para pedir más y más palmas.
-¡Silencio! ¡Sileencio!
-¡Que no decaaaaaaiga! –respondió alguien desde la comodidad del anonimato.

Tarde o temprano la alegría tenía que apagarse. Y cuando ese momento llegó, Guevara ligó un uno y se aseguró un lugar en la lista negra de la profesora. El silencio reinó de vuelta en la clase. Un silencio tétrico, de cementerio.

Que no me toque, que no me toque, que no me.
-¡Cámpora!
Uf, uno menos. Abrí los ojos, descrucé los dedos y ví cómo Cámpora, el chico sentado a mi lado, se levantaba con una caja de zapatos para ir hasta el pizarrón. Caminó lento, arrastrando un poco su pie izquierdo, como si esa parte del cuerpo se negara a ser cómplice de la próxima masacre. Rabuccini se aclaró la garganta. Todavía tenía la vena inflada en el cuello. Aunque no lo quisiera, Cámpora iba a ser el encargado de desinflarla. Una ejecución más y regreso a la normalidad.

-¿Qué escondés ahí dentro Cámpora?
Cámpora apoyó la caja de zapatos en la mesa y sacó una piedra rojiza del tamaño de un puño, encerrada en un cubo de cristal.
-Bueno… -dijo apagado, casi en voz baja.
-Hable más alto Cámpora, que los de atrás no escuchan.
Cámpora tragó saliva.
-Yo tuve un accidente hace un par de años. Un accidente grave.
Su voz seguía siendo un susurro, pero el aula ya estaba escuchando. Todos prestaban atención en un mutismo armónico que le daba más peso a sus palabras.
-Estaba de vacaciones en Brasil con mi familia, en Bombas y Bombinhas, unas playas tranquilas que… no se si conocen…Y me tiré de clavado desde la escollera… no me di cuenta pero no era tan profundo como parecía. Caí sobre unas piedras, o al menos eso me contaron en el hospital. Dicen que por el agujero del cráneo se podía ver parte de mi masa encefálica. Tenía sangre por todo el cuerpo. Mis hermanos me contaron que las personas que estaban en la guardia me miraban fijo, pero con los ojos tapados. Yo de lo único que me acuerdo es de sentir la cara mojada, como si me estuviera atragantando. Seguro que era sangre, porque lo sentía como un líquido espeso. Cuando desperté de la cirugía los enfermeros entraban a mi cuarto y me saludaban sorprendidos. “¡Sos vos, no puedo creer que te salvaste!”. Yo no los había visto en mi vida pero ellos se acordaban. Tuve un año de recuperación para volver a caminar. Por suerte quedé bien… pero bueno, eso me marcó mucho en la vida.

Cámpora se detuvo y observó a toda la gente del curso. Yo tenía los ojos bien abiertos, como muchos otros. Rabuccini también estaba sin aliento. Callada, casi conmovida, no se animaba a atacar.
-¿Y qué cosa hiciste, querido? –dijo, por fin.
-Yo este verano volví a Bombas y Bombinhas con mi familia. Caminé hasta la escollera del accidente y me quedé un rato pensando. Cómo son las cosas, ¿no? Con cuidado bajé hasta el agua y me puse a bucear, como buscando mi cuerpo inconciente, los restos de quién solía ser. No lo encontré, por supuesto, pero me traje esta piedra de ahí. Me sirve para recordar, en cierta manera. Simboliza la fuerza que tuve para superar ese momento difícil. Mi fortaleza interior. Y la encerré en una cajita de cristal, que representa la debilidad de mi cuerpo, ¿no? Lo frágil que es la vida.

A esa altura yo ya no podía ver bien porque tenía los ojos vidriosos, pero a la distancia parecía que Rabuccini también estaba lagrimeando. Le puso un nueve, la nota más alta de la historia de la Cátedra.

Cámpora guardó su trabajo en la caja de zapatos y regresó despacio, arrastrando el pie izquierdo. Se sentó a mi lado, con una sonrisa de satisfacción. Yo no sabía qué decirle. Estaba agradecido: su tragedia había puesto todo en perspectiva. Ya nadie le tenía miedo a Rabuccini. La entrega no era tan importante, después de todo.

Le di un golpe leve en el brazo y le dije:
-Terrible lo que te pasó. ¿Fue dura la rehabilitación?
-No, ¿qué rehabilitación? Todo saraza, chabón. Si en mi vida fui a Brasil… yo siempre veraneo en Villa Gesell.

domingo, 21 de diciembre de 2008

SORDOMUDOS

Hay que decirlo: los sordos son muy gestuales.
Deberían ser buenos mimos.
Ellos lo saben, pero lo evitan.
Saben que todos odiamos a los mimos.
Y sin embargo también nos gustan los mimos.
¿Los mimos son mimosos?
Antes que mimo, yo preferiría ser sordo, mirá lo que te digo.
Son muy inteligentes los sordos.
No es fácil ser habilidoso en algo y decidir no hacerlo.
Sino preguntale a Juana Molina.
Ella se niega a hacernos reír porque prefiere cantar.
Y los sordos se niegan a demostrar su talento como mimos.
Prefieren no ser golpeados en la vía pública.
¡Cuanta inteligencia!
Debe ser por eso de que tener un sentido de menos te mejora los demás.
Ahí Dios estuvo piola, supo compensar.
Por eso hay que respetar a los sordos.
Y no sólo por ser sordos.
Eso sería tratarlos de inválidos o algo parecido.
Ellos quieren ganarse el respeto, sino no tiene gracia.
Me dio mucha gracia de repente.
Gracias, me dieron.
¿Los mudos cuando se ríen, hacen ruido?
Ya sé, hay mudos y mudos.
Algunos ni siquiera se ríen.
De los ciegos no vale la pena decir mucho.
No me van a leer nunca.
El otro día hicimos una encuesta.
Queríamos establecer el ranking de los sentidos.
Uno dijo que era una encuesta sin sentido.
Tenía razón, y a la vez no.
Era una paradoja, pero no de las peligrosas.
Las peligrosas son las que implican un viaje en el tiempo.
Como en Volver al Futuro.
Esas te hacen implotar un Universo, son jodidas.
¿Un Universo? Eso tampoco tiene sentido.
Si es Universo, no hace falta aclarar que es uno.
Los poetas vagos aman el Universo.
¿La cazaste? Se lo voy a vender a Larry the Clay.
Ya se, te estoy haciendo perder el tiempo.
También se puede perder el sentido del tiempo.
Pero igual no entró en el ranking de la encuesta.
Para establecer las posiciones había que imaginarse perdiendo ese sentido.
Y costaba mucho imaginarse sin tiempo.
Es cierto, a los workaholics no les debe costar tanto.
¿Y si perdemos EL sentido?
Plok! Nos desmayamos.
Lo hace sonar tan importante (por la mayúscula).
Pero ni siquiera es un sentido, es sólo una forma de decirlo.
También se puede decir perder el conocimiento.
Quizás por eso es tan importante.
Si perdés el conocimiento, sos un ignorante.
Esos son peligrosos en serio.
No nos olvidemos de Bush.
Che, me fui de tema.
Volviendo a la encuesta…
Los resultados, en orden de importancia:
1-Vista.
2-Habla. (O mudo. O como se diga. Me quedé sin palabras)
3-Oído.
4-Tacto.
5-Gusto.
6-Olfato.
¿Opiniones?

miércoles, 17 de diciembre de 2008

EN EL PAIS DE LAS BARBAS

Estaba rodeado de barbas. Había barbas blancas muy sabias, barbas peladas infantiles con gran potencial y barbas rojas bien cariñosas. Todas eran largas, y algunas estaban orgullosas de ser todavía más largas.

Él tenía una tímida barba de dos días. Casi analfabeta, la pobre. Estaba muy impresionada por todo lo que había visto esa noche, pero tenía miedo. Para sacarse la duda se acercó sigilosamente a una barba que descansaba haciendo la digestión, después de una larga cena repleta de cánticos, saltos y moralejas.

-Perdón, que la moleste. Es cierto eso que dicen? Ustedes me van a lavar el cerebro? -preguntó con la inocencia de un hombre de 32 años que nunca jamás dejó de ser niño.

La barba, recostada, se puso de pie y lo miró de arriba abajo. Mientras se acariciaba la mano con los pelos puntiagudos del final de su barba dijo:

-Es cierto que te vamos a lavar el cerebro, pero hay una buena razón para eso: el tuyo estaba muy muy muy sucio.

En eso tenía razón. Yo lo conozco de toda la vida, y te lo garanto.

jueves, 4 de diciembre de 2008

JIRAFAS LESBIANAS

Yo pensaba que todas las jirafas eran lesbianas. Esas cosas que uno piensa sin pensar, no? Quizás sea por las piernas largas o por esa expresión amable que llevan en la cara, pero a primera vista se ven bastante femeninas, no cierto? Y por más que tengan un pene del tamaño de mi brazo –como el que estoy viendo ahora mismo-, siguen siendo LAS jirafas. Por Dios, ese tubo negro es más grande que el de los caballos! Habría que avisarle a la Ciccolina.

Con esta imagen impactante frente a nuestros ojos, debería sugerirle a Silvia que sigamos camino hasta la jaula de los mandriles o mi preferida, la pantera negra, pero desde el momento en que la señor jirafa desenfundó su aparato, no puedo dejar de mirarlo. Y no sólo por la sorpresa de ver a una lesbiana con pene, sino por la actitud de su pareja, la jirafa hembra. Es una perfecta histérica, como todas las mujeres. Menea la cola con la excusa de estar espantando moscas, y cuando el jirafo intenta montarla la muy puta se corre y lo deja pagando.

La imagen es hipnótica y se repite cada cinco minutos. Es el tiempo que tarda el macho en superar su trauma psicológico. Después de cada fracaso la cosa se abatata; él entra en razón y parece olvidarse del asunto. Pero entonces la guacha vuelve a menear la colita y, por ese maldito instinto insertado en los genes, el tipo no puede evitar volver a intentarlo. Tengo que admitir que me siento un poco identificado con el pobre animal. Principalmente por los cuernos -algo que Silvia me puso hace rato-, pero también por mis intentos fallidos de ponerla en público. Tengo la impresión de que Silvia quiere cortarme y no se anima a lastimarme. Hace tres meses que se asegura una muchedumbre a su alrededor cada vez que nos encontramos, así no correr el riesgo de lidiar a solas con mi versión cachonda. Y no me deja otra alternativa que intentar cojerla en público.

Recién las jirafas me motivaron: amagué a atarme los cordones y apenas me levanté logré tocarle la teta izquierda. Silvia protestó, pero al menos ya puedo decirle a mis amigos que recuperé la segunda base. Ellos siempre me aconsejan que la deje.
"Llevala a Fuerte Apache y dejala ahí nomás", me dicen, pero sé que no me conviene. En una de esas después me crece una conciencia y encima tengo que pagar el rescate.
Además yo se que Silvia me tiene cariño. Por eso una vez me prometió que el día que quiera dejarme va a ponerse lo más fea posible durante el tiempo que sea necesario para que finalmente sea yo el que le corte a ella. Empezó suprimiendo el escote y sacándose el maquillaje, pero desde hace un mes anda en joggings y volvió a ponerse maquillaje, aunque esta vez parecerse al cantante de Kiss (Silvia sabe que detesto el rock pesado).

Cuando cayó la tarde, todos desperdiciamos una nueva oportunidad. Silvia no llegó a cortarme ni yo a tocarla. Y la señor jirafa se quedó con un dolor de huevos que ni te cuento. En fin, una nueva noche solitaria en mi cama. Ya no se cuanto tiempo más voy a poder sostener esta situación. Me siento tan estúpido como don jirafo, y ni siquiera tengo una hembra en mi jaula. A nadie le interesa que tenga crías. Si tan solo fuera una especie en peligro de extinción, mis posibilidades aumentarían considerablemente. Para colmo, me cuesta dormir. Doy tantas vueltas en la cama que me mareo. ¿Por qué sigo dando vueltas carnero? No debí haber mezclado champagne con ribotril. Tengo que tranquilizarme, estoy muy inquieto. Lo mejor es recurrir a la táctica de siempre. Pienso en las piernas largas de las jirafas lesbianas, bajo la mano y empiezo a trabajar. Buenas noches a todos.

martes, 2 de diciembre de 2008

ALTERNANDO

Iba viajando en el subte, contento de estar en el subte y de estar sentado (algo no tan fácil de lograr), cuando una mujer se instaló en el pasamanos justo enfrente mío. Hice lo que los hombres solemos hacer en esas situaciones: esperé un momento, fingí que seguía leyendo el libro de Bukowski y relojié. No estaba mal. Pero lo que me sorprendió es verla mandando un mensaje de texto con su celular, mientras sostenía un segundo celular con la otra mano.

Seguí leyendo el cuento hasta el final, pausando la lectura con miradas sigilosas para ver si en una de esas llegábamos a hacer contacto visual. ¿Para qué? No se, la verdad. Es algo que hacemos los hombres cobardes. Finalmente decidí guardar a Bukowski en la mochila y seguir con Los libros de la guerra, una recopilación de notas publicadas por Fogwill.

En mi fisgoneo número ocho, la vi sonriente respondiendo un mensaje, esta vez desde su segundo teléfono. Yo alternaba libros y ella, celulares. Me dio gracia el pensamiento y esta vez me quedé mirándola fijo un rato largo, para que se entere. Le iba a preguntar por qué tenía dos celulares, pero cuando se dio cuenta de mi fijación me miró con asco y entendí que mi pregunta iba a ser bastante idiota. Me quedé callado, una reacción casi siempre saludable.

Se me ocurrió que había algo en todo eso que no tenía mucho sentido. Y que en una de esas, esta vez no era yo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

UN INSTANTE

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La felicidad más auténtica
es la que muere más rápido.
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