martes, 23 de diciembre de 2008

BELLAS ARTES

Era la materia filtro de la Facultad de Bellas Artes. Gracias al boca a boca, desde el primer día todos sabíamos que Taller 1 de la Cátedra Rabuccini era el obstáculo a superar. Al parecer la muy hija de puta saboreaba los momentos en que los alumnos debían pasar al frente con sus trabajos; y aprovechaba el miedo escénico para despedazarlos enfrente de toda la clase. Hoy iba a descubrir si la leyenda era verdad.

Mientras iban amontonándose los estudiantes reprobados, no podía más que ser testigo del futuro inminente con mi patética escultura en el regazo. Uno a uno subían los pequeños proyectos de artistas fracasados. Se paraban de espaldas al pizarrón y enfrentaban el aula con sus obras tímidas, temblorosas, expectantes. Tropezando con las palabras, desnudaban el alma frente a las otras cien víctimas que, como yo, observaban angustiadas desde sus asientos, esperando su turno.

Rabuccini vestía pantalones largos y oscuros, con camisa y chaleco a tono. Tenía los rasgos duros y angulosos de los alemanes: tez blanca, nariz fina, pómulos salientes y el pelo bien tirante hacia atrás que terminaba en un rodete ajustado. Desde su cómodo asiento de verdugo, al lado del condenado de turno, Rabuccini escuchaba la justificación que acompañaba la exposición de las obras de arte y, luego de una pausa sádica, los ajusticiaba con caprichosos análisis baratos, obligándolos a regresar a sus asientos con la psiquis maltrecha y un aplazo desmoralizante. Las estadísticas no mentían: después de la primera entrega más del setenta por ciento de los estudiantes abandonaban la carrera.

Yo estaba aterrado, por supuesto. Ya tenía mi escultura lista, pero estaba seguro de que no pasaría la prueba. Me había resultado imposible responder a la consigna: “Realizar una obra de arte personal que resuma quiénes son y qué quieren conseguir en la vida”.

En su momento, encontrar una palabra que sintetizara mi personalidad fue lo más complicado. Luego de veinte minutos de autoanálisis decidí buscar inspiración en la televisión. Ese fue mi primer error. Tres horas de zapping después sentía que empezaba a saber algo más de mi mismo: al parecer era una persona dispersa. El resultado me asustó, tenía miedo de conocerme a fondo y descubrir que no me caía para nada bien. Entonces opté por encarar el trabajo desde el otro costado: qué quiero ser en la vida. Yo estaba convencido de que quería ser artista. O arquitecto. O diseñador gráfico. O contador. Estaba muy cerca de llegar a una conclusión con mi psicólogo con respecto a ese tema.
Finalmente opté por volcar todos mis cuestionamientos en una obra abstracta que me brindara el beneficio de la duda. Y ahora, aferrado a mi escultura y mordiéndome los labios, esperaba el grito más temido.

-¡Jiménez!
Jiménez pasó al frente y yo respiré aliviado.
-¿Qué es eso Jiménez, me puede explicar?
Jiménez sostenía en sus manos una especie de globo terráqueo teñido de negro, decorado con algunas curitas, deformado a los golpes y atravesado por todo tipo de materiales: clavos, tijeras, un cuchillo de asador y una dentadura postiza pegada con cinta skotch que mordía a Estados Unidos como si fuera un anciano con hambre de venganza o de comida chatarra.

Rabuccini se puso de pie. Jiménez era un chico alto y flaco, pero en ese instante pareció encoger unos veinte centímetros.
-¿Me puede decir qué es esto Jiménez? ¡¿Qué simboliza esto Jiménez?! Por favor, explíqueselo a sus compañeros que lo están mirando, porque yo no lo puedo entender.
-Yooo… esteee… yo intenté… -aclaró Jiménez, con el labio inferior agitándose como gelatina.

Rabuccini tocó el globo terráqueo, lo recorrió lentamente y extrajo el cuchillo de asador. Todos contuvimos la respiración. La justiciera agitó el cuchillo cerca de la cara de espanto de Jiménez.
-Vos tenés que ver a un psiquiatra Jímenez. ¿Cómo pudiste hacer una cosa así? Esto es obra de alguien con conductas psicópatas. Mirá lo que hiciste, ¡miralo!
Jiménez petrificado salió de su transe y observó lo que tenía en las manos: un globo terráqueo malherido, moribundo, víctima de algún torturador.
-¿A vos te parece normal eso que hiciste?
-Y… no se… es algo oscuro, quizás, ¿no?
-¿Algo oscuro? ¡Algo oscuro! Andá Jiménez, volvé a tu asiento, haceme el favor. Tenés un dos,¿sabés? Y decile a tus padres que necesitás terapia. El cuchillo me lo quedo, querido.

Bueno, no le fue tan mal, pensé desde mi asiento. Por lo menos sacó un dos. Y repetí mentalmente: que no me toque, que no me toque, que no me toque, que no me.
-¡Guevara!
Guevara se desplazó con agilidad y confianza hasta el frente. Habíamos empezado la cursada hace un mes, por eso casi no nos conocíamos entre nosotros, pero a Guevara la tenía vista. Me había llamado la atención porque siempre se la veía sonriendo, despreocupada. Se notaba que tenía personalidad. Y unas tetas…

-¿Qué me trajiste Guevara?
-Bueno –empezó ella, resuelta y relajada-. Esto que tengo acá es un diario íntimo, como se puede ver. Es rosa, porque ese color me gustaba de chiquita y este es el diario íntimo que tenía por ese entonces. Elegí este objeto porque simboliza mi privacidad, porque acá escondo mis secretos y, en cierta forma, mi vida íntima.
-Aja, ajá, muy bien –acompañó Rabuccini, como regodeándose por esos secretos que estaban a su alcance.
-Sí –siguió Guevara, siempre mostrando el diario íntimo a la altura de sus magníficas tetas-. Y cubrí el diario íntimo con todas estas cadenas y candados que las saqué de las bicicletas de mi familia.
-Muy bien, ¿y por qué decidiste eso?
-Fácil, lo cubrí de cadenas porque esto es algo muy mío, y lo comparto si quiero con las personas de mi confianza. Entonces, ¿qué derecho tiene usted de meterse en mi vida privada?

Rabuccini se quedó muda. Tibio, desde el fondo, surgió el primer aplauso y en unos segundos el aula entera retumbaba con la ovación de todo el curso. Rabuccini reaccionó gritando ¡orden! ¡orden!, pero la energía reprimida se había desatado y no podía detenerse. Las risas y los gritos subían hasta las grandes alturas del techo, y algunos valientes hasta se pararon en sus bancos para pedir más y más palmas.
-¡Silencio! ¡Sileencio!
-¡Que no decaaaaaaiga! –respondió alguien desde la comodidad del anonimato.

Tarde o temprano la alegría tenía que apagarse. Y cuando ese momento llegó, Guevara ligó un uno y se aseguró un lugar en la lista negra de la profesora. El silencio reinó de vuelta en la clase. Un silencio tétrico, de cementerio.

Que no me toque, que no me toque, que no me.
-¡Cámpora!
Uf, uno menos. Abrí los ojos, descrucé los dedos y ví cómo Cámpora, el chico sentado a mi lado, se levantaba con una caja de zapatos para ir hasta el pizarrón. Caminó lento, arrastrando un poco su pie izquierdo, como si esa parte del cuerpo se negara a ser cómplice de la próxima masacre. Rabuccini se aclaró la garganta. Todavía tenía la vena inflada en el cuello. Aunque no lo quisiera, Cámpora iba a ser el encargado de desinflarla. Una ejecución más y regreso a la normalidad.

-¿Qué escondés ahí dentro Cámpora?
Cámpora apoyó la caja de zapatos en la mesa y sacó una piedra rojiza del tamaño de un puño, encerrada en un cubo de cristal.
-Bueno… -dijo apagado, casi en voz baja.
-Hable más alto Cámpora, que los de atrás no escuchan.
Cámpora tragó saliva.
-Yo tuve un accidente hace un par de años. Un accidente grave.
Su voz seguía siendo un susurro, pero el aula ya estaba escuchando. Todos prestaban atención en un mutismo armónico que le daba más peso a sus palabras.
-Estaba de vacaciones en Brasil con mi familia, en Bombas y Bombinhas, unas playas tranquilas que… no se si conocen…Y me tiré de clavado desde la escollera… no me di cuenta pero no era tan profundo como parecía. Caí sobre unas piedras, o al menos eso me contaron en el hospital. Dicen que por el agujero del cráneo se podía ver parte de mi masa encefálica. Tenía sangre por todo el cuerpo. Mis hermanos me contaron que las personas que estaban en la guardia me miraban fijo, pero con los ojos tapados. Yo de lo único que me acuerdo es de sentir la cara mojada, como si me estuviera atragantando. Seguro que era sangre, porque lo sentía como un líquido espeso. Cuando desperté de la cirugía los enfermeros entraban a mi cuarto y me saludaban sorprendidos. “¡Sos vos, no puedo creer que te salvaste!”. Yo no los había visto en mi vida pero ellos se acordaban. Tuve un año de recuperación para volver a caminar. Por suerte quedé bien… pero bueno, eso me marcó mucho en la vida.

Cámpora se detuvo y observó a toda la gente del curso. Yo tenía los ojos bien abiertos, como muchos otros. Rabuccini también estaba sin aliento. Callada, casi conmovida, no se animaba a atacar.
-¿Y qué cosa hiciste, querido? –dijo, por fin.
-Yo este verano volví a Bombas y Bombinhas con mi familia. Caminé hasta la escollera del accidente y me quedé un rato pensando. Cómo son las cosas, ¿no? Con cuidado bajé hasta el agua y me puse a bucear, como buscando mi cuerpo inconciente, los restos de quién solía ser. No lo encontré, por supuesto, pero me traje esta piedra de ahí. Me sirve para recordar, en cierta manera. Simboliza la fuerza que tuve para superar ese momento difícil. Mi fortaleza interior. Y la encerré en una cajita de cristal, que representa la debilidad de mi cuerpo, ¿no? Lo frágil que es la vida.

A esa altura yo ya no podía ver bien porque tenía los ojos vidriosos, pero a la distancia parecía que Rabuccini también estaba lagrimeando. Le puso un nueve, la nota más alta de la historia de la Cátedra.

Cámpora guardó su trabajo en la caja de zapatos y regresó despacio, arrastrando el pie izquierdo. Se sentó a mi lado, con una sonrisa de satisfacción. Yo no sabía qué decirle. Estaba agradecido: su tragedia había puesto todo en perspectiva. Ya nadie le tenía miedo a Rabuccini. La entrega no era tan importante, después de todo.

Le di un golpe leve en el brazo y le dije:
-Terrible lo que te pasó. ¿Fue dura la rehabilitación?
-No, ¿qué rehabilitación? Todo saraza, chabón. Si en mi vida fui a Brasil… yo siempre veraneo en Villa Gesell.

2 comentarios:

Regalame un disco dijo...

Que horrible, los finales que he rendido en la UBA fueron los peores momentos de mi vida.

Lo peor es ver cuando a todos le va bien y sentis: "¿Como es que todos saben tanto? Soy a la unica que van a bochar".



Que empieces muy bien el año!!!

Saludos

Firulo dijo...

gracias! idem para vos.
este año prometo regalarte un disco!