sábado, 12 de julio de 2008

PROBLEMA DE FONDO

No recuerdo si hubo una pelea. Simplemente de un día para otro empezó a quejarse. Fue una protesta tibia que aumentó in crescendo hasta convertirse en una parte de mis oídos. Desde entonces su berrinche es la base rítmica que sostiene mis días: Eeeeeeeeeeee.
Entiendo que la convivencia no es fácil (y menos en un monoambiente), pero lo suyo es injustificable. Como un bebé que descubre en el llanto su mejor herramienta, ella encontró los quejidos y desde entonces los implementa. La diferencia es que el bebé suele tener razones. Ella se queja sin motivos. Peor todavía, sin objetivos. Lo hace todos los días en intervalos de tiempo regulares. No se qué es lo que quiere, y ella tampoco. La cosa no da para más. Es la heladera o yo. Uno de los dos tiene que mudarse.
Siento como si me hubiera dejado una novia o fallecido un familiar cercano. Tengo un problema que genera un ruido de fondo, pero constante. De a poco me va taladrando el cerebro. Cada tanto logro ocupar mi cabeza en algo útil, pero apenas me distraigo escucho el ruido de vuelta. Eeeeeeeeeeeeeeee. Pareciera que no se va a ir nunca. A veces resulta tan insoportable que la miro pensando en llevarla a un desarmadero o donarla a caridad. Creo que ella se da cuenta, porque le da como un escalofrío y se calla por un momento. Entonces me acuerdo que existe la vida en silencio, y que es más recomendable.
Mi sospecha es que conmigo se siente vacía. En cierta medida la entiendo: por momentos lo nuestro parece algo superficial, puro condimento. Quizás es su forma de decirme que está celosa del delivery. Es culpa de las ollas, que se niegan a lavarse solas.
A veces, sin darme cuenta, busco el ruido cuando no lo encuentro; como si me faltara un amigo. Cuando era chico, en el pasillo de afuera de mi cuarto había un reloj de pared que tenía el tic tac muy fuerte y provocaba mi insomnio. Algunas noches estaba a punto de conciliar el sueño, y entonces lo buscaba, para ver si estaba. Tic-tac, tic-tac. Apenas me reencontraba con él volvíamos a ser inseparables; nos pasabamos la noche en vela juntos. Se ve que desde niño tenía tendencia al masoquismo.
Se me ocurrió que la solución sería encontrar al Hombre Mano, pero él vive en el exterior. El Hombre Mano es como un superhéroe de entrecasa. En Estados Unidos lo llaman Handy-Man. Dicen que el hombre viene y, como un psicólogo tecnológico, te amiga con tus artefactos. Podría hacerle entender a la heladera que las cosas son así, y de nada sirve quejarse. Lograr que el horno sea más independiente y no necesite que le sostenga el botón como si fuera la mano, hasta que se anima a funcionar solo. Rogarle al calefón que no sea tan caprichoso y ciclotímico durante mis duchas. Enseñarle a la cadena que cuando la toco quiero que haga lo suyo y después me deje tranquilo; en vez de quedarse hablando sin parar, obligándome a tocarla de vuelta hasta que se quede dormida. ¿No me estarán queriendo decir algo? ¿Será un complot?
Tengo que empezar un curso para ser buen marido, y aprender a cambiar lamparitas.

3 comentarios:

Regalame un disco dijo...

Esa cocina es un descontrol!!!

Muy buenas las imagenes que fueron entrando en mi cabeza!
"Mi sospecha es que conmigo se siente vacia...".

Y me imagino el ruido insoportable que debe ser eso.


Muy bueno.

Saludos!

Leandro Katz dijo...

No te vuelvas loco. Todas las heladeras son frías y difíciles de entender.

Firulo dijo...

Buenas noticias! Me pasaron el teléfono de un Handyman argento. Espero que sus poderes incluyan el silenciamiento de heladeras...