martes, 5 de junio de 2012

UNA HORA SIN FUMAR

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-¿Y vos qué fumás?
Le pregunté al dueño de una tabaquería. Me encantan los negocios que venden pipas. Todavía no logré cambiar mi personalidad lo suficiente para ser de esos hombres que fuman habanos, pero lo sigo intentando. En parte, porque me gusta entrar al local, ver todo color madera y oler el aire que se respira ahí dentro. No es a tabaco, ni a puros, ni a humo. Es a antigüedad. A abuelo. A magnate.
-Yo ya no fumo. Un día pude dejar y me subí al tren si pensarlo. Por 45 años fumé tres atados por día. Eso a la larga te mata.
El gordo tenía ganas de hablar. La barba dejada de dos días, blanca, los anteojos colgándole debajo del cuello y la dentadura incompleta. Le faltaban dos dientes de abajo, los marcadores centrales.
-¿Y cómo se deja después de 45 años fumando? ¿Lo obligaron?
-No. Fue acá, en el local. De pronto me di cuenta de que había pasado una hora. Eso no es común. Cuando fumás tanto es uno tras otro. No pasan quince minutos sin que enciendas otro. Pero pasó una hora, de alguna manera, y yo sin fumar. Ahí mismo decidí aprovechar el envión. Fue en ese momento en que tomé la decisión sin saberlo.
-¿Ya no fumás más en casa? -me preguntó mi mujer más tarde.
-Llevo 30 horas sin fumar -le dije, y casi se cae al suelo de la sorpresa.
Pagué y me fui porque tenía que irme. Prefería quedarme.
Parecía el comienzo de una charla de varias horas.
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