jueves, 9 de diciembre de 2010

SEÑALES - PARTE 2

El director no aparecía y para no parecer un fan de la versión mejorada de Gloria Carrá caminé unos metros por la vereda y me encontré con mis amigos cinéfilos pasajeros. Verónica se había sentado al lado mío en una función de una película sobre Bukowski. Esa noche le pasé una colección de las películas de mi ciclo de cine con packaging artístico (Chivo: http://ojodepezdvds.tumblr.com/) diciéndole:
-Mirá, esta es mi excusa para conocer desconocidos.
Enseguida llegó su amigo Iván, uno de esos jovencitos frágiles que no deben exponerse a sol. No se qué edad tenía, pero parecía de menos. Ella le mostró mis películas y él le contó que se había enamorado de una chica en la cola del cine, que la había espiado hasta ver en qué sala se metía, que había averiguado a qué hora terminaba su película y que iría a buscarla a la salida. Entonces empezó la función y Bukowski subió a upa a una niña de catorce años en vestidito para sentirle las tetillas.

Eso fue anoche. Ahora Iván estaba nervioso con las manos en el bolsillo. Recién habían proyectado su corto: era uno de los que habían contribuido a mi ataque de mediocridad cinematográfica previa al llamado del Universo. Le dije que me habían gustado los títulos de apertura (eso era verdad) y me puse a hablar con su amigo para no mentirle el resto. El amigo, melena despeinada, ya había filmado su primer largo a los 20 añitos ganando una mención del Jurado en el último Bafici.
-¿Cómo se llama?
-Somos Nosotros.
-Me suena, me suena. Ah, no, la que me suena es Todos Mienten. Debe ser porque ambas tienen dos palabras. ¿De qué va?
-La hicimos acá en Mar del Plata en invierno. Amigos, skates, ciudad vacía. Esa onda.
-Ah, tipo Gus Van Sant.
-No.
-Ah.

Me dejé llevar por los jovencitos. Íbamos hacia el mar sin intenciones de pisar la arena. Eran cinco. Todos estudiantes de cine. Esperanzados, con proyectos y ganas de hacer. Yo prestaba atención a cada detalle. Una vez que el Universo te habla es necesario seguir escuchando; si uno le deja la oración por la mitad puede sacar conclusiones equivocadas y terminar vendiendo zapatos de tacón alto en lugar de usarlos o filmarlos. Todas cosas bien distintas. Debía prestar atención al menos hasta que terminase el día. Quizás los astros me estaban dando nuevas pistas en ese preciso momento y yo no las podía ver. ¿Era una señal estar rodeado de veinteañeros entusiasmados por el cine? ¿Ellos eran quién yo debía haber sido? ¿O quién yo ya no podría ser? Preferí pensar que si ellos podían, yo también. Pero luego llegamos al Meeting Point y no me dejaron entrar. No tenía la credencial del festival colgando alrededor del cuello.

Me senté en un escalón mirando hacia el mar, saqué mi cuaderno de cuentos dibujados (o dibujos escritos) y me puse a copiar el monumento al lobo marino.
Alrededor del dibujo escribí esto de corrido:

Una foca tiene un monumento
y yo no consigo salir en los diarios,
y es que tanto fue inventado
que solo quedan por crearse
granitos de arena,
eso que somos
y terminaremos siendo,
y sin embargo, con microscopio,
somos tanto más, que quizás,
valga la pena cantarle al viento
sin pensar quién esté escuchando,
pues al canto lo irá llevando
el viento como un secreto
que volará sin alas
y regresará un día
dentro de un desconocido
que dejará de serlo
mientras la foca o lobo marino
seguirá de piedra en su tarima
con el orgullo de ser estatua
y de permanecer intacta
para ser la foto de un turista
mientras jóvenes anarquistas
con pintura en aerosol


En ese momento tuve un Deja Vu y me detuve para recordarlo. En mi Deja Vu estaba escribiendo en un cuaderno mirando al mar. Me desconcentraba y abandonaba abruptamente el texto. Traté de recordar el contexto. ¿Había estado haciendo esto mismo en algún otro lugar? No. Entonces era un presagio. Dejé el texto como estaba, cerré el cuaderno y me pregunté si eso significaba algo más. ¿También tenía que dejar de escribir?

NO. El Universo puede hacer sugerencias, pero no tiene el poder de decidir por mí. Al menos en ese pequeño rubro yo soy más poderoso que el Universo. O esa quería creer, porque a fin de cuentas le hice caso. Tenía razón: no estaba inspirado. Estaba fumado. Y por cómo había pegado en ese momento convenía sentir antes que pensar. Así es que guardé el cuaderno en la mochila y fui caminando hacia la arena.

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