domingo, 3 de octubre de 2010

TENGO QUE COMPRARME UN PERRO

Nos juntamos a fumar uno y escribir en el aire. Él y yo. Cada vez menos colegas, cada vez más amigos. Esta vez definimos que nuestro protagonista usa un Ford Sierra, toma viagra y es capaz de cambiar de camisa a la mitad del día para apaliar el chivo.
-¿Querés tomar algo?
-Agua, si tiene.
Abro la heladera para servirle.
-¿No tiene agua tibia?
-¿Tibia?
-Sí, de la canilla está bien. Me gusta tibia.
Le apoyo el vaso sobre el escritorio mientras él chequea sus mensajes en el celular y cambia de expresión en un segundo. Hay un mensaje desesperado de su ex, la madre de su hija, porque se quedó sin luz y se le iba a pudrir toda la compra del supermercado. Él llama, ella no atiende. Por su nueva expresión -terror, manos temblorosas, ¿posible desmayo? -parece que está pasando algo más grave que una leche cortada.
-Usted no la conoce, ella es capaz de cualquier cosa. Me voy a tener que ir.
Le abro la puerta, está nerviosoparonoico.
-¿No me acompañaría?
-¿Yo? ¿Para qué?
-Para asegurarme de que todo esté bien. Es acá cerca.
Tiene miedo en los ojos, no se por qué. ¿Qué estará pensando?
- No se en qué puedo ayudar a ir a lo de tu ex. ¿Para calmarla? ¿Por si quiere atacarte? ¿Para hacer de buffer entre ustedes?
-Me sentiría más tranquilo si viniera.
No se si exagera o algo terrible nos va a suceder. De todas maneras, cuando se pide un favor así por primera vez, hay que hacerlo.
La próxima quedará asentado el antecedente.

Bajamos y me dice de tomarnos un taxi.
-¿No era acá nomás?
-Sí, acá. Treinta cuadras.
Me lo quedo mirando. Es de noche, bien tarde, y no se a dónde me está llevando.
-Yo pago la ida y la vuelta.
Sigo mirándolo en silencio. Quiero que me explique por qué me necesita.
-Ni siquiera tiene que bajarse del taxi: salgo, le hago la señal de que está todo ok y se vuelve.
Me subo.

En el viaje no hablamos. Él está imaginando lo que nos encontraremos al llegar, yo miro por la ventana el movimiento de la ciudad. Es un lunes a las dos de la mañana y en la calle hay gente yendo y viniendo para encontrarse. Si estuviéramos en un pueblo habría oscuridad total y algún que otro perro vagabundo. Si estuviéramos en el campo, silencio de muerte y mil estrellas. Si estuviéramos en Europa, frío helado y todo cerrado. Buenos Aires tiene sus ventajas. A veces nos olvidamos.

Llegamos. Me abre la puerta para que baje del taxi, por supuesto.
Vamos al portero del edificio y tocamos timbre.
-El tema es que si no hay luz no le va a sonar el portero.
-¿No trajiste la llave?
-No la tengo.
-¿Y a qué vinimos?
Alguien atiende y dice algo que no llego a escuchar. Él suspira aliviado.
-Ahora baja. Parece que está todo bien. ¿Quiere esperar a media cuadra?
Me lo quedo mirando en silencio por tercera vez esta noche. Voy.

Estoy a media cuadra imaginando a su ex. ¿Estará toda despeinada? ¿Tendrá una bolsa con carne descongelada en la mano? Mientras tanto veo el palier del edificio que está a media cuadra de mi colega y su ex mujer. Hay dos sillones individuales de pana verde, una alfombra roja, una lámpara de pie. Parece un living de abuelos buenos. ¿Quién decora los paliers? ¿Existirá un curso intensivo para decoradores de paliers?
Voy a ver al del edificio de al lado para comparar. Dos sillas metálicas, una mesita alta de vidrio y un jarrón apoyado. Este es un palier de paso; en el otro daban ganas de quedarse un rato con las visitas a tomarse un vermouth. Parecía un palier de otra época incluso. Este es frío, moderno y poco sociable. ¿Así somos ahora? ¿O así es como los decoradores de paliers creen que somos? ¿O así son los decoradores de paliers?
Me dan ganas de ser fotógrafo y hacer una serie de fotos de paliers.

A lo lejos veo acercarse a una mujer de rulos a paso rápido. Inmediatamente pienso en Clara, una chica que vi tres veces en toda mi vida. Me sorprende acordarme de su nombre: yo pocas veces recuerdo los nombres. Pero tengo la habilidad de conversar horas con alguien sin que lo note. Che es una palabra utilísima. Utilísima es una palabra extraña. Es raro que la hayan utilizado para nombrar a un programa popular.
Es Clara nomás. Me reconoce ella también. Y sabe mi nombre. Está bueno que te reconozcan y sepan tu nombre. En el futuro voy a hacer un mayor esfuerzo.

Clara caminaba tambaleándose y confundida escuchando música.
-¿De dónde venís?
-De Matienzo, fui a ver a Alvy Singer. Me vine a pie y acá a dos cuadras un chico me preguntó la hora y nos quedamos charlandocaminando. Me dijo de tomar una cerveza en la casa.
-¿Y le dijiste que no?
-Yo tenía ganas de tomar otra cerveza, pero no quería generar algo que no iba a querer concretar. Ahora cuando llegue a casa quizás me tomo una.
-¿Me estás invitando?
-…
-Está bueno hablar con desconocidos en la calle. Habría que hacerlo más seguido.

Le conté las razones por las que estaba solo frente a un edificio con un palier poco sociable un lunes a las dos de la mañana. Le conté de mi colega y que me había imaginado subiendo a la casa de su ex como policías, tirando la puerta abajo para encontrar a la madre sosteniendo a la hija de nueve años de los talones por fuera de la ventana con los pelos apuntando nueve pisos más abajo.
-Mi amigo es un caso... Tiene 27 años pero habla de usted. Todo el tiempo habla de usted. Yo cuando estoy con él me contagio y no lo tuteo, pero es difícil mantener el personaje todo el tiempo.
-Con el tiempo te acostumbrás. Él seguro ya es personaje sin pensarlo. Yo tengo un amigo igual, quizás es el mismo. ¿El tuyo es el Puma?
- No, no es el Puma.

La llevo al edificio de al lado y le muestro la diferencia de los paliers. Ella dice que el de su edificio parece un telo. Y que su casa también parece un telo. Eso según su mamá. Igual a ella tampoco le gusta. A fin de año se muda.
-¿A vos te gustaban las chicas no?
-Sí, pero ahora mismo no estoy de novia.
-¿Te gustan las chicas a veces o todo el tiempo? Porque cada tanto yo intuyo cierta cosquilla entre nosotros y me agarra la duda. ¿Estás segura?
-Segura segura no se está nunca.

Llega mi colega y los presento. Está tranquilo.
-Me deja solo cinco minutos y ya estoy hablando con una chica, ¿vio? Soy un crack. ¿Cómo estaba la madre de su hija?
-Tranquila por suerte.
-¿Cómo te imaginaste que iba a estar?
-Golpeándose la cabeza contra la pared. Ya me ha sucedido.
-Yo me golpeaba la cabeza contra la pared de chico. Una vez, en realidad, en la primaria.
-¿Por qué?
-Me sacaron del aula por hablar en clase y cuando estaba afuera me choqué la cabeza contra la pared unas cuantas veces para recriminarme. Yo era buen alumno. No lo hice con potencia, pero era la misma pared del aula y del otro lado retumbaba. La maestra salió, me vio y me hizo entrar. Me dijo que no haga eso, que eso mata las neuronas y las neuronas no vuelven a crecer. Eso me quedó grabado. Las neuronas se mueren y en un momento uno puede quedar tonto. Es tonto pensarlo todavía, pero me quedó. Todos en la clase se rieron.

Mi colega dice que su ex es muy loca. Le da mucho miedo lo que pueda hacer con su hija, pero para conseguir la tenencia la madre tiene que ser falopera o algo así.
Además, no quiere que la hija pase por eso.
-¿Antes no era loca?
-Siempre fue loca. A los dieciocho años solía tirarse en la calle. A mi me encantaba eso. Ahora ya no.
-Yo me tiré una vez en la calle. Bueno, en la vereda.
-¿Por qué?
-Mi novia de ese entonces me contó que había comido conejo. Yo tuve conejos de mascota, entonces la acusé de ser comemascotas. Fue una discusión en burla, pero en algún momento ella se la tomó en serio y pretendía que le pidiera perdón. Me tiré en la vereda (tenía una mochila grande que me acolchó la caída) para bajarle el dramatismo. Y funcionó: la hice sonreír. Pero siempre me quedó la duda: ¿Dónde trazamos la línea de las mascotas? ¿Los patos son mascotas? ¿Se puede comer pato sin ser comemascotas?
-Un amigo mío tenía un sapo de mascota -dice Clara.
-¿Y se lo comió su novia?
-No, no tenía novia. Era objetivamente feo.
-Yo tenía un amigo que agarraba cada sapo que veía –dice mi colega-. A mi me dan asco.
-A mí me dan asco los caracoles. De chica me regalaron una caja de zapatos y cuando la abrí estaba llena de caracoles. La tiré al piso y me persiguieron con la caja.
-A mi también me dan asco los caracoles –digo yo-. Me imagino a uno deslizándose por mi brazo y se me eriza a piel. Además no entiendo cómo siendo tan lentos apenas hay humedad aparecen. ¿De dónde salen? ¿Dónde estaban antes? ¿En el campo? ¿Cómo llegaron tan rápido?
-Se materializan ahí mismo. Cae una gota de agua y emerge un caracol.
-No tengo cigarrillos, ¿me acompañan a comprar?

Acompañamos a Clara a comprar cigarrillos a la Shell que queda a dos cuadras. En el trayecto nos cuenta que esta semana le robaron entre cuatro. ¿Con pistola? No, las armas eran sus manos. Pero eran manos largas.
La trataron bien, con respeto. Pero ella les pidió que le dejen los apuntes y se los llevaron.
-¿Para qué? Si están apurados por el robo se entiende, pero sino… qué gente jodida.
-Pasa que si te hacen un favor es el primer paso para hacerse amigos. Después les da lástima robarle a un amigo y en una de esas se arrepienten –dice él.
-A un amigo mío le pasó que le quiso robar un amigo –cuento yo-. Él trabajaba de delivery en una pizzería. Pidieron una de muzzarella y cambio de cien. Cuando llegó a la dirección lo esperaban en la puerta del edificio para robarle el cambio. Era un amigo suyo de la secundaria y se quedaron hablando. Al final, decidieron no robarle.
-¿Vio? No conviene hacerse amigo de la víctima.
-No sé, ¿no te acordás de Por fin me la quité de encima? Gran comedia con Danny De Vito y Bette Midler. Creo que ella se hacía amiga de sus secuestradores y la peli tenía final feliz. Era de Hollywood.
-Yo tengo tres amigos de la secundaria que están en cana.
-¿A qué secundaria fuiste? Así no mando a mis hijos.
-¿Vos también tenés hijos? –pregunta ella.
-No, pero ya los planifiqué. Se exactamente cómo los quiero. Y planifiqué también la decepción al descubrir que al final resultaron ser nada que ver.


Volvemos. En la Shell hay un taxista durmiendo en su asiento con la cabeza para atrás.
-No me gusta la gente que duerme con la boca abierta. Parecen muertos.
Nos separamos de Clara, se va para la casa.
-Si querés cambiar de equipo avisame –le grito.
Parece que no, por su expresión.
Mi colega me pide de volver caminando así se despabila un poco. Me da las gracias por acompañarlo; le pregunto si la exageración es parte de su personalidad.
-No es por mí, es ella. Cuando éramos novios nos peleamos en todas las avenidas. En avenida Libertador, en Cabildo, Cordoba y Callao. Eso deberíamos meterlo en algún capítulo. Una vez una señora se metió y me dijo que no le grite. ¿Usted qué sabe señora? Quizás ella se merece que le griten, le contesté. No sé de dónde salió que las mujeres son el sexo débil, con todo lo que nos hacen sufrir...
-¿Pero qué imagen tenías en la cabeza hoy antes de llegar?
-Policías o bomberos en la puerta del edificio. Ella en la calle con el refrigerador abierto o toda la comida en bolsas. Mi nena de su mano…
-Se nota que le gusta el cine. Querés una vida de película.
-Me gustan las chicas que son cinematográficas.
La noche estaba ideal para caminar. Pienso que hay que salir más a caminar de noche. El tema es buscar la excusa: tengo que comprarme un perro.

En el camino de regreso hablamos de que viene McCartney. McCartney es un genio melódico. Pero es medio tontón. Es un genio tontón. Extraña combinación. ¿Alejandro Lerner es el McCartney argentino? Salvando las distancias, claro. Y más distancia de maratón que de cien metros llanos.

De alguna manera llegamos a la leyenda que cuenta que Bob Dylan les convidó el primer porro a Los Beatles. Es raro que hayan tardado tanto en probar. Concluímos que antes no era tan accesible la marihuana, y la música evolucionaba a la par que se descubrían las nuevas drogas. Enseguida decidimos que Ballad of a thin man es de nuestras canciones favoritas y que Dylan le puso el cerebro al rock. Antes el rock hablaba de salir con chicas y quererse mucho.

Llega su colectivo y me despide con la frase de siempre:
-Chau, después hablamos.

Vuelvo a casa, la compu está encendida. Sobre el escritorio está el vaso de agua. No está tibia. Tomo un trago y me pongo a escribir esto mismo.
Hay noches que merecen ser escritas, aunque no signifiquen demasiado.

2 comentarios:

malegría dijo...

hay paliers dignos de una buena escena de teatro de tenesse williams o miller o pinter

creo que el misterio de los paliers solo sale a relucir de noche

me gustaría tener esas fotos de paliers para recordarlos. otro buen proyecto fotográfico, yo tengo uno también pero como me creo que algún día lo voy a hacer lo mantengo en secreto

Firulo dijo...

Si, mujer pájaro, no hay que perder la fe. Yo también me guardo mis ideas, no las regalo todas en mi blog. Pasa que soy fotógrafo aficionado nomás. No me lo tomo en serio. Y me encantaría saber el punto exacto en que un huevo se hace duro. Voy a googlearlo y te cuento.