sábado, 18 de septiembre de 2010

LA LOCA DEL EDIFICIO

Todos tenemos una loca en el edificio. Así como en cada cuadra de barrio hay un ciego, un borracho, la vieja gagá de la casa que parece abandonada. Y así. Pero los que viven en departamento saben que siempre hay una loca en el edificio. Y una conchuda, que posiblemente es la firmante en la reunión de consorcio, pero esa es otra historia.

En mi edificio se hablaba de la loca en el ascensor:
-¿Viste a la loca? El otro día la vi hablando sola en la cochera.
-¿Cuál es? Porque para mi hay tres que son locas potenciales.
-La rubia.
-¿La rubia alta? Esa no es loca, es conchuda. Nunca me saluda cuando me ve. Y yo la saludo siempre a ver si reacciona. Ni siquiera la vi sonreír.
-Esa es la lesbiana.
-No es lesbiana, la vi con un tipo una vez en la terraza. Pobre tipo.
-Yo digo la rubia platinada.
-Ah, pero esa es loca linda, no peligrosa. A mí siempre me sonríe en la calle.

Recién ahí estuvimos todos de acuerdo. Y cuando alguien dice la loca del edificio ya se nos viene la misma imagen a la cabeza: la piel arrugada y blanca, los dientes verdes torcidos, el pantalón a la altura del ombligo y ese pelo plateado y ondulado peinado atrás bien pegado al cráneo con la colita que lo sostiene.

En la calle siempre que me encuentra me habla como si fuéramos amigos de toda la vida. Es piola la loca. Tiene sentido del humor y vive justo arriba mío. Una vez me comentó de mi peluche gigante de tigre que guardo en el balcón. Está hecho mierda. Se lo había regalado una ex novia a mi hermano y yo lo guardo para darle de jugar al perro cuando me viene a visitar. Pero a ella le gustaba. Lo vi en sus ojos. Esa semana se lo regalé. Es que soy re buen tipo yo. ¿No sabías?

El otro día entré a su casa. Me había olvidado la llave adentro por vigesimotercera vez y esperaba en el hall la llegada salvadora de mi primo con la llave de repuesto para volver a entrar. En jogging, remerita y pantuflas lo esperaba. Cagado de frío. La loca entró al edificio y me trató de loco a mí. Le expliqué y accedió a prestarme un pulovercito. Subimos en el ascensor.

Su monoambiente es idéntico al mío, pero parece más grande. Tiene dos o tres cosas nomás. La heladera blanca, una mesita-escritorio de vidrio con una silla blanca, un silloncito individual de cuero blanco, el guardaropa-perchero a la vista tipo negocio chic. Y la cama. Una diván individual forrado en cuero blanco sin sábana ni frazada a la vista. Hacía juego con las paredes. Blancas. Me dio una sensación como de vampiro. Recibí el pulovercito y vi sus dientes verdes rellenandole la sonrisa. No me di cuenta, pero ese día abrí una puerta entre nosotros.

Ayer cenaba con mi hermana y a las diez de la noche sonó el timbre. Era ella.
-¿Vos tenés llave de abajo? Pero no de abajo de afuera, de abajo de la escalera. Yo al portero, decí que soy buena, pero a veces -me mostró el puño cerrado- porque él dice que se cierra pero yo se que no es así, yo con el encargado ya hace tiempo que pero también en este edificio son todos una cosa, yo te lo digo a vos porque se que hay buena onda, el otro día te presté el sweater y cuántas llaves tenés, la de abajo la tenés, yo tengo esta que es la de casa y esta otra, ya ni se, pero el encargado no tiene razón se cree que soy boluda, es una mierda de tipo ya lo voy a agarrar.

Tuve que echar la cabeza hacia atrás. El olor a whisky era intoxicante. Miré a mi hermana y ella se reía sin entender, no supe qué decirle.
-Yo tengo esta llave y esta. ¿Qué necesitás exactamente?
-No me tratés de boluda. Yo soy vieja pero no soy boluda, y te lo digo de buena onda porque el otro día el sweater y tengo el hijo enfermo pobrecito se parece a vos. Pero el portero no tiene razón, o no? Si la puerta no estaba así antes, qué llave dijiste que tenías? Esa es parecida a ésta, esta otra es de casa, y la otra?

Mi hermana quería verle la cara a la loca.
Fingió buscar algo en la heladera y se dio vuelta para verla.
-Hola querida, amor, mi cielo -le dijo la loca agitando las manos.
Le propuse ir abajo a ver el tema de la puerta. Fuimos, antes volvió a saludar.
-Amu, mami, mimi, saludos que bajo -le dijo asomando la cabeza.

Bajamos un piso por escalera. Miré para atrás con miedo a que haga rataplám y tenga que llamar la ambulancia. Pero llegamos. Abrí la puerta y se quedó zombi.
-¿Cómo hiciste? Vos me estás cargando.
La cerré y la volví a abrir. Ella no lo podía creer. Se sintió como una loca. Abrió la puerta ella misma, tomó carrera y la cerró con tanta fuerza que por el ruidó tuve que mirarme los dedos a ver si los tenía enteros. Fue el susto.
-¿Ves? Se creen que soy boluda. ¿Ves que no abre? -dijo ahora haciendo fuerza para abrir. A la tercera lo logró y quedó perpleja. La cerró con fuerza otra vez, el ruido me golpeó el pecho pero ya estaba preparado. La abrió. La cerró. ¡Caplum! La abrió. La cerró. ¡Plum! La abrió.

Subí la escalera, tengo que hacer, usted entiende. Ella subió detrás mío.
-¿Y ahora dónde estamos? -preguntó al llegar al primer piso.
-Yo voy a cenar con mi hermana, vos estás un piso más arriba.
Me miraba con una expresión indescifrable en silencio.
-¿Vas por la escalera? -le pregunté a ver si reaccionaba.
Agitó el brazo hacia abajo varias veces como quien niega algo con desdén.
-¿Te pensás que soy pelotuda? Pfff.
Se dio vuelta y se fue. Entré a casa y tuvimos que contenernos un rato para que no escuchara las risas.

La loca del edificio ya me conoce. Y yo la conozco a ella. Su hijo enfermo, su casa de muñecas, el alcohol en los dientes verdes. Hay tanta gente triste en la ciudad. Sería mejor no conocerlos. Aunque sepamos que existen, es más fácil no imaginarlos solos, en una silla blanca, tomando de una botella, conversando con la pared.
-Cagaste. Fue por el pulover. Ahora abriste una puerta -dice mi hermana.
En cualquier momento me vuelve a sonar el timbre.

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