jueves, 1 de julio de 2010

SAMPI -PARTE 2

Ya estamos dentro de la cabaña sentados en ronda. Son más de las diez de la noche y la ronda está organizada sobre un círculo grande de madera que se alza unos diez centímetros sobre el piso, en el centro de la habitación. Como si fuera una pista de baile.
Sampi revuelve la olla sin dejar de hablar ni sonreír:
-¡Dicen que el San Pedro es adictivo! (niega varias veces con la cabeza) ¡Si sabe como la mierda! Si tuviera gusto a durazno o sandía todavía, porque encima pega... ¡Pero sabe horrible! Lo mejor es tomarlo de un trago. ¡Eso! Un trago largo hasta el final.
Sirve el primer vaso largo largo con agua marrón. Pareciera ser tierra líquida tibia. O diarrea. Lo que te guste menos. Se lo pasa a Xavi, el joven español que entresemana aloja a su amigo chamán (este chamancito chambón) en un cuarto de su casa de Cuzco. Su expresión no es alentadora: asco puro. Su noviecita es la siguiente y la expectativa empeora con un evidente amague de arcadas. Faltan tres turnos para mi. Estoy preocupado. Yo nunca pude dar un trago largo a una petaca sin devolver más de lo que me dieron. Soy demasiado generoso con lo que me desagrada.

Lo que me irrita son los testigos. No me molestaría retorcerme en privado, pero el vomito en público me hace sentir menos hombre. Como si la masculinidad se midiera por el aguante y no por lo que debe ser: el tamaño de los genitales, el largo de la barba y la capacidad de sostener en el tiempo una mirada intensa. Especialmente con una mujer enfrente.
Estos testigos me dan escalofríos. Están atrincherados debajo de la ronda con las peras sobre las manos apoyadas en el círculo de madera. Los diez hijitos de Ricardina, tapados con frazadas de pies a cabeza. Sólo se les ven los ojos. Que nos miran. Y cuchichean. Y nos miran. Malditos espectadores entrometidos, cuchicheando en quechua. ¡Quechuichuiando! Berta, Efrén, Hermógenes y los demás. Nadie los invitó: los invitados somos nosostros. Así que tendremos que convivir con sus miradas y susurros.

El vaso se siente caliente en mis manos. Desde arriba se ven los grumos en la tierra líquida. Peor que la nata en un café con leche. Huelo el contenido y me aguanto la primer arcada. No quiero ser un show en beneficio de los pequeños testigos en trinchera. Me tapo la nariz y doy el trago más largo que puedo dar.
No puede ser... es imposible! Esto es peor que barro derretido. Otro trago. ¡Nada es tan feo en este mundo! ¡Y faltan tres cuartos de vaso!
Respiro hondo, me concentro en controlar el estómago. Yo soy el amo, él es el esclavo. La boca quiere pararse a dar un discruso. ¡Que se calle! Los esclavos no tienen derecho a réplica... ya sabemos lo peligrosa que es la boca del estómago en estos casos. Un trago más; llega la primer árcada. Un segundo, dos segundos: controlada. Otro mini trago. ¡Segunda arcada! Tranquilo. Tranquilidad. Tranquilismo zen. Ignoro las risas tapadas en frazadas. Esas sonrisas dis-frazadas. ¡No les doy el gusto! Seremos sus invitados pero no sus bufones. ¿Otra mininada? ¡Basta señor! El cuartito sobrante se lo dejo de propina.
Gracias por todo. Que pase el que sigue.

Sampi prende unas velas. Pone música y mueve las velas bailando. Giro la cabeza y emerge la cara de Ricardina. Llegó súbita y sigilosamente desde las trincheras para depositar sus arrugas a un centímetro de mi cara.
-Sí, papito. ¿Cómo anda eso papito?
Puede tener treinta u ochenta años. No podría saber la diferencia. Ni por un segundo deja de clavarme la vista. Desde esta distancia deja de ser mujer o chola para ser simplemente un ser. Mati, acostado a mi lado, está pensando que en cualquier momento me transa. Es difícil escuchar sus palabras cuando de fondo, fuera de foco, Sampi danza y canta al fuego de las velas.
Pero más difícil es no escucharla.
-Yo tengo sesenta años, m`hijito, y cosecho la papa. Solita la cosecho a la papa, papito. Puedo cargar hasta cincuenta kilos de papa solita arriba de la montaña desde la mañanita hasta la tarde.
-Ajá, ajá -y oh oh. Empezó a pegar y ella no se me despega.
-Cinco de mis hijos estudiaron, m´hijo, y los otros están terminando la primaria. Todos cosechamos la papa, papito. La papa.

Decidí girar la cabeza, desenfocar completamente y sentir el calor de su mirada en mi mejilla sin ceder a la tentación de devolverle mis ojos. Sampi empezó su monólogo y al tiempo ya no sentí el calor. La chola regresó a la trinchera. Apoyé la espalda contra uno de los palos de madera, tapé mis piernas con una frazada y dejé que su dicurso me llevara de a poco.
Sampi bailaba elásticamente y decía:
El dia que nació el plástico nació el cancer. Fecha de nacimiento, fecha de vencimiento.
Caminaba alrededor del círculo y decía:
Eran cien de la CIA. Inventaron la CIENCIA.
Se detenía en mitad de la ronda y decía:
Antes de hacer el ridículo me quedo quieto. Eso. Quietito quietito.
Acariciaba su barba, fruncía el ceño y decía:
¿Quien dice que estoy hablando solo? ¡Estoy hablando conmigo mismo! Asi que por favor déjenos solos, que no ve que estamos ocupados?

La primer parte de la noche fue una lucha solitaria y silenciosa contra la barriga. ¡Dominarla! Y de fondo, la radio chamánica.
Al rato me sentí mejor y decidí averiguar qué tal era el San Pedro de pie. Agarré mi frazada, me la puse como capa y di una vuelta alrededor de la ronda sonriéndole a los participantes. Cuando llegué al punto de inicio me encontré con la capa de Rochi. Mejor dicho con Rochi en capa. Que no se le suban los humos. Ya bastante teníamos con los grumos.
-Creo que es mejor caminar -le dije-, y si sentís ganas de vomitar no las reprimas, me dijeron que es mejor.
Ella hizo ademán de contestarme, pero cuando parpadeó ya no estaba ahí. Me encontró de rodillas un metro a la derecha, del otro lado de la puerta de vidrio, mirando al pasto con la boca abierta. Los ojos bien grandes, y algunas lágrimas resbalando sin autorización, observaban al barro derretido siendo devuelto a la tierra. Terminado el primer turno di un respiro hondo que hizo sonar mi garganta como un alce en celo, sentí una vez más el gusto del San Pedro en el paladar y repentinamente repetí por segunda vez. Es decir, volví a devolver. O Re Repetí. Y mientras lo hacía me temblaban los dientes. No los de arriba con los de abajo, los dientes temblaban solitos en su lugar.
-Bien, bien. Sacalo todo, que no quede nada -Sampi me tocaba la espalda-. ¿Estás bien? No te preocupes.
Asentí con la cabeza. Mi chamán estaba demente, es cierto, pero cumplía con su trabajo. Me sentí cuidado. Cuidado por un loco. Y eso no estaba seguro de cómo debía hacerme sentir. Lo que sí sabía era que de ahora en más cada vez que quisiera vomitar sólo tenía que recordar el sabor del San Pedro. Meterse los dedos ya fue.

Me puse de pie y fui al baño a mojarme. El aire frío de montaña me hizo bien. No flotaba exactamente, pero mis pies estaban más ligeros. Sin embargo, me movía lentamente. Como por si acaso. Los objetos y paisajes mantenían sus tamaños originales. También los colores pero no era cuestión de desesperar. Algo no estaba del todo normal. San Pedro no era un fiasco.

Regresé a la cabaña. Rochi dijo estar tranquila. Paula apoyaba su cabeza en las piernas de Mati. Me miró y sonrió. Eso pareció suficiente. Mientras tanto, desde algún lugar, Sampi susurraba:
Si lo sabe uno es secreto.
Si lo saben dos es confianza.
Si lo saben tres es tradición.
O cantaba un poco y gritaba:
¡Yo soy autosuficiente! Y sin auto. Suficiente.
Y enseguida se repondía a sí mismo:
¿Yo sinvergüenza? ¡Pues claro! ¿Quién quiere vivir con vergüenza?
Me senté a los pies de Mati. Tenía los ojos cerrados, y al moverme para encontrar una posición cómoda los abrió y me empujó despacio.
-¿Podés alejarte un poco por favor?
-Ok.
Me paré de nuevo y choqué con Sampi, que venía del lado contrario.
-¿Aquí es donde pasa el tren?
-No, por ahí -respondí señalando el lago.
-Pues aviseme cuando venga. ¡Qué gente encantadora! -sonrió- Lo asumo, soy culpable. ¡Cadena perpetua! Pero con gente así...

Me reí por dentro y fui a acostarme en el piso junto a Rochi. Cerré los ojos. Mi inconciente no tenía filtro. Apenas apagué los párpados él encendió un río de lava verde fluorescente que navegó en mi oscuridad. Acercando la vista pude ver que eran tentáculos. Acercando la mente los tentáculos formaron figuras, que formaron criaturitas saludando, que deformaron monstruitos simpáticos con sombreros, que se convirtieron en orugas con paraguas y así.
Si hubiera tenido una cámara de fotos para mi inconciente habría hecho una fortuna vendiéndole los prototipos a Liniers.
En tanto, desde la oscuridad una voz rogaba:
Déjenlo dormir al hombre... que quizás está soñando que es libre... Pero si el hombre es policía, avisa a los compañeros!
Cada minuto que pasaba Sampi me generaba más cariño y lástima. No me olvidaba de sus años en prisión. Nos regalaba su catársis mientras nosotros le prestabamos nuestros oídos. Era un trato justo. Ahora nos ofrecía su infancia:
De niño preguntaba algo y mamá me pegaba. ¡No le digas la verdad a tus hermanos! Y para navidad, me regalaron una ametralladora...
Una mano sacudió a Rochi que se incorporó de inmediato.
-¿Estás despierta? ¿Cuántos litros de agua tomas al día?
-Cinco litros -respondió ella sin dudarlo, como si hubiese estudiado para el examen sorpresa.
-¿Cinco? -se descolocó el che man-. Cinco está bien. Hay que tomar agua, mucha agua, que limpia el cuerpo.
Y se fue. Miró hacia el ventanal que daba al lago y con el dedo meñique y gordo de su mano derecha inventó un teléfono celular que puso en su oreja.
-¿Hola Cuzco?
-¿Hola Machu Pichu? -respondió el celular de su mano izquierda.
-¿Cómo anda la situación ahí? -se preguntó.
-¡Se ha inundado todo! -se contestó- Las casas son canoas. Los techitos toman sol y mojan sus picecitos en el agua.
Vi con mis propios ojos como Sampi perdió la conciencia y recuperó la inconciencia que lo llevó sin previo aviso a un recuerdo de ayahuasca:
-Somos dos en la canoa. Y yo ya me he comido al sapo.
Recuerdé al Don Juan de Castaneda y tomé nota para tomarlo más en serio. Enfoqué la mirada en el cuadro colgado cerca del techo y pude deformar su contorno casi sin esfuerzo. Giré la cabeza y la punta de mi nariz casi le da un beso a la vela encendida. La luz se alargaba a mi voluntad y, agudizando la vista, llegué a ver en detalle el fuego disecado en pequeños puntos de diversos brillos y colores.
Sampi jamás detenía su radio:
Los sueños suben al sol... en la capa de ozono rebotan los malos sueños y caen en forma de rayos UV que se quedan en tu cara en forma de malestar y cancer de piel.
.
¿Ese culo sabe dulce? Miralo bien. ¡Es tu hermana!
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Recuerdo esa noche... todos con ayahuasca hasta el culo. ¡Qué tiempos aquellos!... Los mismos que ahora.
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Yo no soy el que era, soy el que sigo siendo.
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¿Que nos vamos a morir todos un día?
¡¿Todos nos vamos a morir?!
¡Es absurdo!

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Estoy de acuerdo.
Es absurdo.
Y me encantaría
que no fuera cierto.
.
Entonces cerré los ojos
por última vez esa noche.

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