martes, 16 de febrero de 2010

2010: ODISEA DEL PERÚ - PARTE 1

-Acá en invierno el sol no calienta, quema. Por eso la gente es morenita -dice el taxista de camino al aeropuerto. También dice que el salario mínimo de los bolivianos es de algo así como 120 dólares al mes. Y que si no trabajas, no tienes tu almuerzo, pues. Ok.

Son las seis y media de la mañana, horario que me ha encontrado vivo y con los ojos abiertos menos de 200 veces en los últimos 10 años (calculo aproximado). A las ocho sale nuestro avión a Cuzco, Perú, para calzarnos en un par de días los zapatos de treking y andar por cuatro días consecutivos hasta llegar Machu Pichu, objetivo final. Esperemos una vez ahí abrir nuestra percepción para recibir una energía distinta, inconmesurable, renovadora y refrescante que cambie nuestra visión del mundo.
Si no es así, que nos devuelvan la plata.

Ahora resulta que anoche hubo una tormenta perfecta sobre el Perú y el aeropuerto no está preparado para recibirnos. Somos una emoción demasiado grande para ellos, pero no nos resignamos. Las noticias dicen que mañana, quizás pasado incluso, el aeropuerto vuelva a amanecer encaprichado. Así es que los que hasta ese momento éramos pasajeros individualistas pasamos a ser un grupo homogéneo de turistas con una necesidad en común: llegar a Cuzco antes que la excursión al Camino del Inca -pagada desde Buenos Aires- se nos adelante y llegue a Machu Pichu sin nosotros.

Entre todos nosotros emerge Papá Carlos. Papá Carlos es un cirujano peruano que trae consigo a su pequeña Claudia (niña de cinco años inmediatamente adoptada por el grupo) y una vocación de líder natural jamás saciada como Dios Manda. Si estuviéramos en Lost, él sería Jack. Pero sin la facha. Nos elige el minibus, negocia, y se asegura de que los 15 pasajeros entren al vehículo en tiempo y forma. Somos los cinco amigos, una linda parejita, tres muchachos, dos posibles lesbianas (o una lesbiana con intención de conquistar a su mejor amiga), Papá Carlos, pequeña Claudia y Néstor al volante.
Allá vamos.

Primer parada: Desaguadero. Ciudad boliviana que bien podría llamarse Desarmadero. Hay tantas casas de repuestos de automóviles como kioscos en Argentina. Aproximadamente dos o tres por cuadra. Repuestos japoneses para las toneladas de Toyota que Fujimori inyectó en la zona para asegurarse de que todo anduviera sobre ruedas. Lo extraño es que del poco tránsito que se ve por Desaguadero, lo que predomina son los taxistas. Y ellos andan en bicicleta. Los carritos podrían ser románticos si no tuvieran más calcomanías publicitarias que un auto de fórmula uno. La ciudad tampoco ayuda: esto no es Venecia. También llama la atención la cantidad de casas de oculistas disponibles. ¿Tendrá eso que ver con Fujimori? ¿Era su plan achinar a la población toda?

Llegando a la frontera, por cuestiones legales, Néstor, el chofer, opta por abandonarnos. El minubus entero lo alienta a seguir, cambiando el hit de la primera parte del trayecto (chofer, chofer apure ese motor que en esta cafetera nos morimos de calor) por un cántico espontáneo que promete más dinero o, en caso de desistir, palizas. No hay caso. Hay que cambiar de bus, pero antes emerge la negociación. La estrategia de Néstor es por demás extraña:
En un principio accedió a hacer el viaje por 50 dólares.
Luego, a mitad de camino, renegoció por 60 dólares.
Pero esperó al momento de llegar, cuando ya no lo necesitamos para absolutamente nada, para dar el zarpazo presionándonos con su negociación final:
-No me da ochenta dólares, porfa? -le dice a rochi, tirándole de la manga del buzo.
-Ahora me decís? Ya llegamos.
-No me obligue a suplicar, seño.
-Entonces no supliques.
Néstor la miró un ratito. Se dio cuenta que tenía razón y aceptó la derrota. Punto para Rochi.

Papá Carlos nos llama para que entremos al nuevo minibus. Parece un tour, todo está tan organizado. Antes de entrar le doy un abrazo:
-Gracias Papá Carlos, no se qué haría sin ti!
Nos ubicamos en las mismas posiciones, los culos tan chatos como antes. La falta de oxígeno que hay en la altura tiene un efecto extraño y silencioso: todos adelantamos en un día la cosecha de pedos programada para el período marzo-agosto. Claro que nadie habla al respecto. Por suerte no es necesario: serán pedos infinitos, pero son tan inoloros como el agua.

El nuevo minibus arranca. Allá vamos, en busca de la consecuencia de la tormenta perfecta.
-Chofer, chofer, apure ese motor...

1 comentario:

Bia Consulting dijo...

Esssa papa!!!! me hace acordar al bus del sur donde conocimos a las chicas... Solo que no habia pedos, al menos yo no me di cuenta.