jueves, 8 de octubre de 2009

PODER

Yo ya estaba más que conforme. Siempre me conformo a eso de las cuatro de la mañana. Pero ellos querían seguir. Hay que seguir, que seguir. En esa época nos juntábamos todos los viernes en un bar a tomar cerveza. Era de esos bares-kioscos que tienen afuera mesas de plástico con sombrillas que dicen frigor, y adentro gaseosas de pomelo marca pindapoy para que el vino pase más fácil.

Mientras el melli y Juan compraban las últimas botellas para llevar antes de que el bar cerrara, yo los miraba con las manos en los bolsillos, el frío en las mejillas y el cerebro doblado. La sensación de que en cualquier momento caía al piso. Había que concentrarse. Y eso que había caído tarde y de sorpresa, como de costumbre. Después que alguno haya gastado sus monedas en la rockola para establecer el clima (cumbia o roquenrol); cuando la mesa ya contaba con unas quince botellas vacías, la típica discusión de fútbol por la mitad y varios chistes malignos con un mismo destinarario.
Quizás llegaba tarde para que ya tengan elegido al muchacho al que iban a tener de punto esa noche. Pero lo cierto es que ir o no ir para mi era una decisión de último momento. Yo era algo así como un freelance del grupo: nunca esperado, siempre bienvenido.

Salieron con seis botellas y ningún plan. Como acto reflejo fuimos al auto -estacionado en esa misma cuadra, sobre Libertador a unos metros del puente de la Av. Gral Paz-, pusimos música, abrimos las puertas y las cervezas. Seguimos nomás. Hasta el final final. Tomar por deporte. Porque somos jovenes, qué tanto. En algo tenían razón: la cumbia sin el alcohol no sería lo mismo. Incluso con el alcohol para mi no era lo mismo. Y se ve que para algún vecino tampoco, porque cayó la policía. Eran casi las cinco de la mañana.

El melli salió del auto hacia los dos hombres de uniforme. Los demás nos quedamos mirando, expectantes. Los policías hicieron exactamente lo que suelen hacer: uno se tomó todo su tiempo para mirar fijamente a los ojos mientras pidió los papeles (método de intimidación nº 1) y luego los examinó muy muy despacio, como un padre millonario observando el boletín de calificaciones del mocoso. El otro aguardaba un paso atrás, en posición de pichi. Pero el melli estaba tranquilo. Como si tuviera experiencia.

Encontraron el desliz y parecieron sonreír. Pero por dentro. La cédula verde estaba a nombre del hermano del melli (mejor conocido como "el melli"). La suya estaba extraviada en su casa y, en el apuro, él manoteó la cédula de su media naranja fraternal.
-No sos el titular pibe. Vamos a tener que llevar el auto nomás -dijo con total seriedad. Como si no supiéramos que esperaba la coima.
-Bueno, pero dejame sacar el estéreo antes, que ya se cómo son ustedes...
Epale! El melli se puso combativo. Cana principal abrió los ojos desorientado.
-Ojito eh... qué querés decir con eso?
-Ojito nada, te creés que voy a dejarles el estéreo servido? Así como así?

No teníamos chances de interferir. Estabamos un metro detrás, testigos del desastre por venir, con las cervezas sobrantes escondidas. El melli sacó su celular y marcó un número frente a los dos policías que demoraron un poco en reaccionar. A esto sí que no estaban acostumbrados.
-Hola viejo? Si, disculpame que te llame a esta hora... pero acá hay un cana que si no tuviera el arma encima lo cago a trompadas. Me quieren llevar el auto, viejo.
El policía (no el pichi, ese siempre silencioso y detrás) dio un paso al frente.
-No te voy a permitir..
-Discúlpeme! -celular en el oído, la otra mano alzada en señal de deténgase (con el índice en alto!)- No me interrumpa! Que acá estoy teniendo una conversación privada con mi padre.. no ve que estoy hablando? Sí viejo, si. Por nada, se quieren pasar de vivos.
-Nene, no se quién te pensás que... pero a mi me tratás con respeto.
El melli lo miró a los ojos extendiéndole el teléfono.
-Es mi papá. Quiere hablar con usted.
Esa no se la esperaba. Atendió nomás, para sacarse la curiosidad.
-Si... si... ajá -decía. Cada tanto lo miraba al melli, parado, manos en los costados, pera levantada. Y ahora qué vas a hacer?
-Está bien... muy bien.

El cana cortó el celular y lo devolvió con respeto.
-Zafaste pibe.
No dijo más. Se dio vuelta y le indicó al pichi la retirada. No los vovimos a ver.

Después me enteré que el padre de los mellis es Juez.
Y que eso es tener poder.

1 comentario:

Bia Consulting dijo...

Maradooooooo... Maradoooooo

Chupala y seguila chupando puto que Aimar ni la vio.

Perdon.