miércoles, 20 de agosto de 2008

TAN MARTEL

Género: Cine de autor.
En síntesis: Un thriller dramático con el sello de la directora de La ciénaga.
Ideal para: Espectadores sensibles y analíticos que prestan atención a los detalles.
Puntaje: 8 firuletes.

Explicar dónde se esconde el placer de las películas de Martel es como transmitir a los amigos la esencia de la chica que nos gusta. Si bien se podría describir con trazo grueso su atractivo, hay algo más, una sumatoria de detalles que la hacen especial: la forma de sonreír, el reflejo de la luz en su mirada, una mueca pícara. Y en el universo de Lucrecia, esos detalles están en cada una de las escenas. Una sobrina que dice zangolotear es como un lunar bien ubicado; una reunión alrededor de una tía en cama es ese flequillo que le tapa los ojos y tiene que soplarse cada tanto. Lucrecia ve a las escenas desnudas y las va vistiendo de a poco, como una estilista obsesiva, hasta agregarle el último de los accesorios. Esa construcción por capas permite disfrutar cada escena por separado, con una tensión propia, mientras las piezas sutilmente van cayendo en su lugar hasta dar forma al conjunto.

La mujer sin cabeza sigue de cerca a Verónica, una mujer de clase alta del interior que atropella algo en la ruta (un perro, un niño) y queda en un extraño estado de shock; entre la confusión, la culpa y la sensación de ser ajena a la vida que construyó. María Onetto sostiene la trama con una expresión contenida, casi sin respirar, mientras se deja llevar en silencio por la rutina; y la tensión se quiebra con un humor sutil que surge de la confusión de la protagonista, el costumbrismo y el contraste de la música en situaciones dramáticas.

Con paciencia y confianza, Martel dejar reposar la película en este clima enrarecido valiéndose de lo que mejor le sale: la creación de atmósferas mediante un gran trabajo del sonido y la fotografía, que acompaña las sensaciones de Verónica utilizando sombras que le cubren la cara y el fuera de foco para despegarla de su entorno. Sobrevuela un aura de misterio que coquetea con el cine de David Lynch, incitándonos a descubrir qué es lo que pasa mientras nos sumerge en las imágenes; pero en este caso no todo era un extraño sueño y cuando Verónica despierta, la historia cambia.

La escena de quiebre ocurre en un baño, cuando ella se permite llorar. Antes de eso no puede decir lo que pasó, y después no puede dejar de decirlo. Es el entorno entonces el que vuelve a estar en foco, con la practicidad de los hombres de ocultar los problemas. Verónica es un iceberg; pequeños gestos y acciones nos conducen a su pensamiento, y con su indecisión corre el riesgo de hundirse en la duda eterna en torno al accidente. Así es que van resonando los temas que abarca Lucrecia: la impunidad del apellido, el costo de la verdad, cierto paralelismo con la dictadura… Por supuesto que sin respuestas claras y con la ambigüedad que la caracteriza.

El mayor atractivo de La mujer sin cabeza es esa cualidad tan Martel que, al igual que los libros de Cortázar, genera placer sólo por la forma de hablar y relacionarse que tienen los personajes. Como siempre las actuaciones resultan naturales, se respira vida en cada plano y aparecen esos códigos internos de familia grande, burguesa y provinciana que invitan a ser parte de su mundo. Y para el público de culto están las los diferentes niveles de lectura, con símbolos y detalles que recompensan a los espectadores incisivos.

Ahora habrá que esperar para ver qué hace con El Eternauta, un desafío nuevo que le servirá para escapar de su lugar de intocable y animarse a lo inesperado.
Ojalá no se demore otros tres años en hacerla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jeje..muy bueno.