viernes, 6 de marzo de 2009

ANÁLISIS

-Esto no me gusta nada –dijo el doctor.

Yo me sentía fenomenal. Un tanto ansioso, es cierto, ya que si todo salía bien en catorce horas abordaría el avión con destino a Ibiza.
Pero al parecer, no todo salía bien.

-¿Cuándo te vas? –preguntó sin mirarme, mientras revisaba los resultados de los análisis de sangre.
-Mañana a las ocho de la mañana. ¿Algún problema? Mire que ya tengo las valijas hechas.
-¿Mañana? ¡¿Pero vos sos boludo?!

A pesar de que nos conocíamos desde hacía tres exámenes clínicos había cierta confianza. El tipo tenía onda.

-Dele doc, no joda. Yo me voy sí o sí. ¿Pasa algo?
-Primero que nada estás anémico... Pero lo que me preocupa es que además tenés los glóbulos rojos bajos, la bilirrubina alta… esa combinación no es buena.
-Tampoco será para tanto, no? Qué me puede pasar si no me duele nada. Dígame que puedo viajar, la obra social le paga más tarde y quedamos a mano, le parece?

El doctor no me escuchaba. Seguía repasando las hojas de los análisis en silencio, muy concentrado. De pronto pareció recordar algo.

-¿Mañana te vas? ¡¿Pero vos sos pelotudo?!
-Qué se yo… la verdad es que si no era por mi viejo estos exámenes ni los hacía. El chequeo era más que nada para dejarlo tranquilo a él.
-No, esto está mal –concluyó con un tono serio-. Yo no puedo dejar que te vayas así, tengo que hacer más análisis. Esto puede que no sea nada, pero también puede ser un virus, o algo diferente, no se puede saber.

Recién entonces se me activaron los nervios y un escalofrío me acarició la nuca. No entendía cómo podía tener algo grave si en apariencia estaba intacto. Sabía que no era fácil ganarle una discusión al delantal blanco con su colección de diplomas; pero yo tenía pasaje, ilusiones, ansiedad. Y ahora también tenía miedo.

-Dígame la verdad doctor, ¿me puedo morir de esto?
-No puedo saberlo sin hacer más análisis.

Ahí mismo me agarró el ataque, que consistió en aferrarme de la silla, acomodarme en la misma posición siete veces y sentir el invisible nudo en el pecho.
De alguna manera logré quedarme callado y hacer caso. Sabía que aún no existía medicación para el miedo.

...

Unas llamadas, un taxi y una jeringa más tarde tomaba un café con medialunas en un bar frente al hospital. El doctor había movido sus piezas para que los médicos de guardia accedieran a hacerme un nuevo análisis de sangre de urgencia. Dentro de una hora descubriría mi destino. Mientras tanto, reflexionaba mirando a una taza de café.

¿El viaje? Qué importaba el viaje. Yo quería vivir hasta los noventa, jugar a la canasta, quejarme del gobierno. Tantas cosas…
Decí mamá, ¡no toques eso!, quedate acá, estudiá ahí, elegí carrera, ¿todavía no trabajas?, ¿ya te recibiste?
Toda la vida hice lo correcto. Y ahora llegaba el difícil momento después del “título” de periodista. Recién ahora empezaba a decidir por mi cuenta. Recién ahora, que me fugaba de la incertidumbre, de mi precipicio personal, que decidía algo fuera de los parámetros.
Recién ahora, ya se terminaba todo, tal vez.

Necesito más tiempo, no puedo morirme sin saber quién soy, le decía a mi café con la boca cerrada y la mirada fija en ninguna parte.
Ese era uno de los objetivos del viaje. La lista no era larga ni pretenciosa: hacer plata, conocer, conocerme y escapar de mi futuro, que todavía esperaba expectante en algún lugar.
Con veintitrés años ya era tiempo de escarbar en mi personalidad y cavar un túnel directo hacia mi centro para averiguar mis deseos más profundos. El viaje podía podría darme la oportunidad de reemplazar mi cucharita por una excavadora, y acelerar el proceso.

...

El reloj marcó las siete y media de la tarde, hora de saber.
Crucé la calle y esperé en el mostrador el sobre que decidiría mi viaje, mi virus, mi vida. Imaginé a un enfermero radiante con un sobre dorado escrito con letras de colores: Felicitaciones, estás vivo. Y de pronto se me ocurrió que las víctimas del noticiero también debían pensar que ellos jamás, que tenían un ángel aparte, que eran necesarios.

Todos creen que son especiales. Yo no. Por eso soy especial.

Me siento bien, me siento bien, me siento bien , repetí para mí mismo. Esa era la clave.
Por fin llegó el enfermero y me entregó el sobre con una sonrisa. ¿Sería buena señal?
Análisis de Gerardo Koff, soltero, 23 años. Hemoglobina: bien. Hematocrito: bien. Bilirrubina: genial. Todo había sido un error. Me habían dado los resultados de otra persona.

Llamé al doctor para darle las gracias, corrí una cuadra lo más rápido que pude, salté, alcé los brazos, canté la canción de Rocky.
De pronto imaginé a un hombre sintiéndose para el carajo, sufriendo contento porque los resultados de sus análisis son auspiciosos: dicen que no debe preocuparse. En ningún lado explica que son los míos.
Era una lástima, pero yo tenía que festejar. Mi ángel seguía trabajando a la perfección.

...

Ya en casa, antes de empacar el último calzoncillo, abrí mi cuaderno y en la primera hoja anoté: SOY UN OBSERVADOR.

Lo medité por un momento y certifiqué la idea.
Escribí: Mi vida sale, experimenta, gana, pierde, llora, se pelea, vive, se mata de risa. Y yo la miro, sentadito en el asiento plegable de director. Pienso, la analizo, saco conclusiones y cuando se despierta mi mano tomo cuidadosas notas en mi cuaderno, como lo hago ahora mismo. Eso es lo que soy: un espectador de mi propia vida.

Cerré el cuaderno y me acosté mirando al techo.
Este viaje puede ser una gran oportunidad de cambiar, pensé. Quizás con un poco de independencia pueda escapar del cómodo asiento de la platea y trepar hasta la pantalla. Ser el protagonista.
El problema es que nada está escrito, yo mismo tengo que decidir las características de mi personaje. Pero el viaje puede ayudarme a moldear las diferentes aristas del nuevo Gerardo.

Quizás, después de todo, yo sí sea especial.

Como todos los demás.

2 comentarios:

Bia Consulting dijo...

Che, Gerardo tenia 23 anos cuando se fue a Ibiza?? que loco, parece ayer.

Firulo dijo...

Viste? No digas más nada que soy tan consciente de eso que duele.