La gente entra al Jackpot Ferrer, pide algo, saluda. Uno está aburrido y les suelta la lengua, obedeciendo la regla ancestral del oficio: un buen barman, antes que nada, debe saber escuchar.
Así conozco a Alex, un joven uruguayo con la remera de AC/DC. Sabe que soy nuevo en el lugar y aprovecha para envolverme en su discurso bien estudiado. Con firmes argumentos desprecia a la música electrónica y se embandera con el heavy metal, mientras abraza orgulloso a su novia veterana, un gato perdido y pintarrajeado de pollera corta y orejeras profundas, mendigando algo de cariño. Alex me recomienda lugares de la isla, comparte sus impresiones de la Argentina y sus conocimientos de La Renga. Saluda, abraza a su gato y se va.
Más tarde aparece una pandilla de españoles y el bar toma otro color. Son jóvenes, hacen ruido y, según cuentan, llegaron a Ibiza para la apertura de Space, la disco más lujosa de la isla. Algunos juegan con las tragamonedas y otros piden cervezas pequeñas, las dejan en la mesa y se distraen hablando. Después las retoman y piden otras porque aquellas ya están calientes. Me invitan, me alegran, me dan charla y propina. Prometen entradas para la disco, dicen que volverán. Se van. ¿Volverán?
Las máquinas tragamonedas no se callan nunca. Chillan con alarmas y luces de colores para llamar la atención de los turistas de turno. De a poco voy aprendiendo a aceptar sus escándalos como parte de la rutina. Por eso las ignoro tomándome un café primero y lavando la taza después. Así tengo algo para hacer.
El local es grande y la gente es solitaria; por momentos nadie se acerca a la barra. Juegan consigo mismos y en silencio, tomando distancia uno del otro como si estuvieran en un gran baño con mingitorios de sobra para elegir. Mientras tanto se miran de reojo y comparan quién tiene la más grande. Esperan con paciencia que alguien abandone su máquina para tomar su lugar y comprobarlo.
Un tipo de cuarenta y tantos interrumpe mi visión de la competencia sentándose en la barra. Pide un café y habla con dientes amarillos y ojos vacíos. Estoy aburrido y cumplo con el ritual: separado, dos hijas, sólo llamados de larga distancia con su ex vida. Se ve tan triste que me contagia; pero vuelve la pandilla de españoles y recupero la sonrisa. Cervezas y propinas: diversión. No tienen las entradas para la disco pero traen más promesas, simpáticas y farsantes. Gastan y gastan en cubatas y papas fritas mientras los jugadores del grupo meten monedas sin respiro en las máquinas del fondo del salón. ¿De dónde sacan tanta plata?, pregunto curioso, periodista, predecible.
-Traficamos -admite el morocho de musculosa blanca, que se esconde detrás de los enormes anteojos de sol. Pastillas, coca, chocolate, lo que quieras.
Enseguida cambia de tema e intercala su historia de amor novia vs esposa con la de tres días de cárcel (¿sólo tres días?) por cien pastillas de éxtasis y kilo y medio de marihuana. Me sorprendo, pero ya voy acostumbrándome a sorprenderme. Pagan, dejan mi plata, buena onda e ilusiones gratuitas de los futuros tickets para la gran fiesta. No regresan.
Otro café, pide el separado, que ahora también lleva siete años desempleado pero sigue recibiendo su sueldo religiosamente por problemas psiquiátricos. Monedas, dice. Esquizofrenia, dice. Me sirvo otro café para distraerme. Esto está empezando a afectarme. Le doy la espalda y sigo lavando tazas, pero él no se calla. Escupe internaciones con clases de pintura y amigos pasajeros, baños de hospitales mugrosos, medicaciones, terapia grupal y música clásica. Paga y se va.
Pasan chinos y habitués, el mulato que aprende a jugar al pinball, viejas que arriesgan sus últimas monedas a la una de la madrugada. Reaparece Alex, el uruguayo con la remera de AC/DC. Ahora está solo, su gato se fue a dormir. Me saluda, pide una cerveza y me mira expectante. Aprieta su fosa nasal y aspira al aire, preguntándome con los ojos si se puede, si hay, si se quiere, si se tiene. Chau, Alex.
Más tarde cae el jefe de sorpresa. Pasa de largo sin saludar y sigue hasta el salón preocupado. Es la primera vez que lo veo desde que me contrató, hace un par de días, y tiene puesta la misma camisa a cuadros. ¿La habrá usado ayer también? Oigo ruidos de llaves, veo de reojo que está abriendo las máquinas para retirar el dinero. ¿Por qué a las dos de la mañana? Mientras tanto reordeno las gaseosas en la heladera para fingir que estoy trabajando.
Vuelve del salón furioso. Me mira serio, me está analizando. Falta dinero. ¿Soy un sospechoso? Vaciaron cuatro máquinas, dice. Vigilá, ese es tu trabajo, no creas en nadie. Vigilá, dice, la próxima a la calle, ¿te enteras?
Desaparece y me deja una abrumadora sensación de ineptitud. ¿Cuatro máquinas vacías? Cuatro mil euros en monedas de uno, sin oír un tintineo, en mis propias narices. ¿Cómo puede ser? El jefe dijo que en su otro local también vaciaron máquinas, pero eso no me arregla. No seré el único imbécil pero sigo siendo un imbécil.
Estoy indignado, impotente, irritable. Ya repasé las alternativas y me di cuenta de que fueron ellos. Que las birras y la propina, las entradas para la fiesta, las sonrisas, las historias. Todo era una fachada. Fueron ellos. Mientras unos me entretenían, otros hacían la trampa. Eran expertos. Soy un perejil.
Cuatro de la mañana, hora de cerrar. Camino por las calles vacías de Ibiza preguntándome si no serán todos iguales. Si hurgando en la vida de cada uno encontraré siempre secretos escabrosos, adicciones, engaños, perversiones, locura. Si será sólo en esta isla o en todas partes. ¿Cuál será el secreto de mi padre? ¿Y el de mis amigos? ¿Seré tan simple? ¿Seré tan normal? ¿Seré el único?
Tengo que buscarme un secreto.
sábado, 28 de marzo de 2009
miércoles, 25 de marzo de 2009
CABEZA DE RADIO
18.30hs.
Vuelvo a casa en bicicleta contento por la ansiedad de ver a Radiohead. Me entra una pestaña en el ojo y en un segundo me cambia el ánimo. Hago un trayecto de veinte cuadras pestañeando para solucionar uno de esos problemas que deberían solucionarse solos.
Se me ocurre que andar en bicicleta en ese estado es peligroso, pero confío en el instinto de mi cuerpo: él sabe qué hacer.
Mis pestañas son muy grandes, y bailan muy bien. De derecha a izquierda, de arriba a abajo. Esero que su baile no termine arruinándome el recital.
Lloro un poco, pero creo que es por la pestaña.
19.05hs.
La ducha me limpia el ojo mágicamente. Busco el cadaver de la pestaña para regañarla o bailar sobre su tumba. No la encuentro.
20.30hs.
Ya estoy adentro y preocupado. Sí, ahora puedo ver, pero y después? Y si a último momento se me para adelante un basquetbolista con afro? Qué hacen los petisos con esta incertidumbre?
20.35hs
Cuando sea Jefe de la Ciudad de Buenos Aires voy a ordenar que, así como al entrar a un recital se divide entre mujeres y hombres para ser revisados por la policía, después del último control haya una nueva división entre altos y bajos. El campo se dividiría a la mitad cual raya al medio de nerd: los altos a la derecha, los petisos a la izquierda y todos contentos. Menos los de término medio, que deberían llevar zapatillas bajas para ser elegidos como los más altos de los petisos, antes que los más petisos de los altos.
20.43hs.
Le cuento mi teoría a Sebi y Ju y me dicen que es contraproducente para la especie. Los recitales son una buena oportunidad para que seres del sexo opuesto se enamoren.
Si los altos se enamoran de las altas y las petisas de los petisos, estaríamos cada vez más divididos físicamente como sociedad.
Es mejor mezclarnos y sacar el promedio. Las generaciones futuras lo preferirían.
Sigo pensando que es un riesgo que vale la pena correr.
20.56hs.
Nueva teoría: por ley, en el campo de un recital una persona tiene la obligación de dejar adelantarse a otra persona si esta persona es más petisa que la primera persona.
De esta manera estarían los petisos adelante y los altos atrás.
Cierto, continúa el problema de la división de la especie. Y tengo la sensación de que los altos terminarían haciendo la revolución. Si se reestablece la ley de la selva, los petisos tenemos todas las de perder.
21hs.
Sebi me recomienda ir de vacaciones a Cartagena. Le pregunto si debería ir con novia o buscármela ahí. Dice que mejor es ir solo. Mejor, así puedo irme mañana mismo. No quería esperar diez años para conocer Cartagena.
21.30hs.
Ya falta poco. Ju me dice que escuchó que hay una nueva droga dando vueltas en forma de pastilla. Dice que se llama Qura. Yo escucho Pura, y ella me dice que no, que es Qura. Insisto en que debería llamarse Pura, pero entiendo que eso generaría mucha expectativa para esa droga, y si no es tan buena como el nombre, sería contraproducente.
Me quedo con ganas de decir frases como "Pedrito está hundido en la Pura", "Ramiro es un exquisito, sólo toma de la Pura" o "Mmm.. qué ganas de una Purita bien helada!".
21.45hs.
Sale Radiohead. Soy feliz. No veo un pomo.
22.03hs.
Decido separarme de Sebi y Ju para hacer lo que según Sebi era una locura. Camino unos metros hasta el lingol de rugby del Club Ciudad (es como un arco de futbol con otro arco de fútbol arriba dado vuelta. Una gran hache) y trepo cual palo enjabonado hasta sentarme tres metros arriba de treinta mil personas. Se ve perfecto, me cuesta creer que haya sido tan fácil.
22.05hs.
Arriba del lingol conozco a Florencia, una chica linda e interesante. Estaba sentada antes que yo (o sea, es arriesgada y aventurera), y tuvo la onda de correrse para dejarme lugar (es buena persona también!). Vemos una parte del recital como si fuera para nosotros sólos. Pienso en la canción de Intoxicados que dice "este momento es perfecto... es perfecto...", pero por suerte sin la música.
22.10hs.
Le digo a Florencia que hasta ese momento Radiohead era algo que hacía en privado. Mi relación con la banda siempre fue muy íntima: ellos y yo. Cuando ponés Radiohead en una reunión con gente te tildan de depresivo.
A ella le pasaba lo mismo.
Estabamos compartiendo Radiohead por primera vez. Yo y Florencia.
De vuelta me viene a la mente la canción del Pity Alvarez. Sigue en mute, gracias a Dios.
22.17hs.
Abajo nuestro, treinta mil personas eran bañadas en luz y música ante mis ojos. Ellos también estaban compartiendo Radiohead por primera vez. Vaya uno a saber hace cuánto estaban esperando este momento. Es fuerte presenciar la primera llegada de una banda con mucha historia a un país. Eramos hermanos de un sentimiento.
También impresionaba ver desde arriba todas esas cabezas y saber que cada una valía 300 pesos. Nunca vi tanta plata junta: eran nueve millones de pesos!
22.21hs.
Thom Yorke se retuerce libremente con su camisa blanca y el pelo desmechado. Me siento identificado con su estilo: si estuviera arriba de un escenario, sería como él.
No creo que sea plagio, es una forma de ser.
22.25hs
No pude darle el beso a Florencia. Tom Yorke me tenía hipnotizado y un hombre de seguridad nos obligó a bajar antes de que pudiera reaccionar. No quise darle el beso mientras bajaba por el poste como si fuera un cazafantasmas.
El movimiento hubiera sido brusco y se habría arruinado el romance.
22.45hs.
Decidí hacer el intento de ir para adelante de todo.
Un buen consejo para los que intenten esto es encolumnarse detrás de un vendedor de aguas. La gente le abre el paso a él y ustedes, si son tan ágiles como yo, pueden aprovechar el hueco.
Después de avanzar unos treinta metros a costa suya, decidí comprarle un agua a modo de propina.
Salía diez pesos. Me pareció una propina bastante cara.
23hs.
Nunca pensé que podía estar tan cerca de la banda, verles las caras y sobrevivir. El público de Radiohead es muy petiso, al igual que el de las fiestas bubamara. Hay petisas lindas, y petisos copados, parecidos a mí. Me dio la sensación de que estaba formando parte de un patrón.
Si yo estuviera desaparecido desde hace años pero mi padre todavía tiene la sospecha de que sigo vivo, el recital de Radiohead es un buen lugar para empezar a buscarme.
De última, si no me encuentra, puede adoptar a otro chico parecido.
23.15hs.
Cuando suenan ciertas canciones lentas, como Videotape, No surprises o Street Spirit (fade out), siento la necesidad de alzar las manos y acercarlas a ellos con las palmas bien abiertas.
La música, a veces, es como un fuego.
23.20hs.
Lo bueno de Radiohead es que la gente puede cantar todas las canciones aunque no se sepa las letras. Cierto, tienen palabras que comienzan sospechosamente pero uno puede subirse a la canción si la agarra tarde porque todas terminan en largos ahhhhh ehhhhhhh o ohhhhhhhh.
23.30hs.
Suena Paranoid Android, una de mi canciones preferidas, y compruebo con alegría que no estoy demasiado viejo para el pogo.
23.35hs.
Al verlo tan de cerca, compruebo que Thom Yorke es el feo más lindo del mundo. Tenía razón Fito: era una cuestión de actitud.
24hs.
Todo termina con Creep. Obvio.
00.17hs.
Me reencuentro con Sebi y Ju. Estoy empapado, pero le aseguro a Judith que el chivo no es mío, que me lo prestaron.
00.26hs.
Caminamos contentos por la mitad de la calle.
Siempre me gustó caminar por la mitad de la calle de noche. Me siento el dueño del barrio.
00.27hs.
Me queda la sensación de que mi novia estuvo perdida entre toda esa gente del recital. Sólo que esa noche no la llegué a conocer.
05.03hs.
Sueño que me encuentro con Thom Yorke y otros tres integrantes de la banda en la calle mientras la gente espera uno de sus bises. Pensaba que salían a tomar agua en ese lapso, pero según mi sueño salían a caminar por Buenos Aires.
Para sacarme la duda le pregunto:
-Es cierto que el público argentio es especial?
El viejo orgullo nacional. Pero también me imagino como estrella de rock tocando para sesenta mil japoneses y siento que la conexión con ellos sería distinta. Quizás por una cuestión cultural.
Thom se ríe y me dice que es cierto, aunque tampoco exageremos.
Si es cierto, entonces le digo que vuelvan.
Thom sonríe.
Es un tipo raro.
Vuelvo a casa en bicicleta contento por la ansiedad de ver a Radiohead. Me entra una pestaña en el ojo y en un segundo me cambia el ánimo. Hago un trayecto de veinte cuadras pestañeando para solucionar uno de esos problemas que deberían solucionarse solos.
Se me ocurre que andar en bicicleta en ese estado es peligroso, pero confío en el instinto de mi cuerpo: él sabe qué hacer.
Mis pestañas son muy grandes, y bailan muy bien. De derecha a izquierda, de arriba a abajo. Esero que su baile no termine arruinándome el recital.
Lloro un poco, pero creo que es por la pestaña.
19.05hs.
La ducha me limpia el ojo mágicamente. Busco el cadaver de la pestaña para regañarla o bailar sobre su tumba. No la encuentro.
20.30hs.
Ya estoy adentro y preocupado. Sí, ahora puedo ver, pero y después? Y si a último momento se me para adelante un basquetbolista con afro? Qué hacen los petisos con esta incertidumbre?
20.35hs
Cuando sea Jefe de la Ciudad de Buenos Aires voy a ordenar que, así como al entrar a un recital se divide entre mujeres y hombres para ser revisados por la policía, después del último control haya una nueva división entre altos y bajos. El campo se dividiría a la mitad cual raya al medio de nerd: los altos a la derecha, los petisos a la izquierda y todos contentos. Menos los de término medio, que deberían llevar zapatillas bajas para ser elegidos como los más altos de los petisos, antes que los más petisos de los altos.
20.43hs.
Le cuento mi teoría a Sebi y Ju y me dicen que es contraproducente para la especie. Los recitales son una buena oportunidad para que seres del sexo opuesto se enamoren.
Si los altos se enamoran de las altas y las petisas de los petisos, estaríamos cada vez más divididos físicamente como sociedad.
Es mejor mezclarnos y sacar el promedio. Las generaciones futuras lo preferirían.
Sigo pensando que es un riesgo que vale la pena correr.
20.56hs.
Nueva teoría: por ley, en el campo de un recital una persona tiene la obligación de dejar adelantarse a otra persona si esta persona es más petisa que la primera persona.
De esta manera estarían los petisos adelante y los altos atrás.
Cierto, continúa el problema de la división de la especie. Y tengo la sensación de que los altos terminarían haciendo la revolución. Si se reestablece la ley de la selva, los petisos tenemos todas las de perder.
21hs.
Sebi me recomienda ir de vacaciones a Cartagena. Le pregunto si debería ir con novia o buscármela ahí. Dice que mejor es ir solo. Mejor, así puedo irme mañana mismo. No quería esperar diez años para conocer Cartagena.
21.30hs.
Ya falta poco. Ju me dice que escuchó que hay una nueva droga dando vueltas en forma de pastilla. Dice que se llama Qura. Yo escucho Pura, y ella me dice que no, que es Qura. Insisto en que debería llamarse Pura, pero entiendo que eso generaría mucha expectativa para esa droga, y si no es tan buena como el nombre, sería contraproducente.
Me quedo con ganas de decir frases como "Pedrito está hundido en la Pura", "Ramiro es un exquisito, sólo toma de la Pura" o "Mmm.. qué ganas de una Purita bien helada!".
21.45hs.
Sale Radiohead. Soy feliz. No veo un pomo.
22.03hs.
Decido separarme de Sebi y Ju para hacer lo que según Sebi era una locura. Camino unos metros hasta el lingol de rugby del Club Ciudad (es como un arco de futbol con otro arco de fútbol arriba dado vuelta. Una gran hache) y trepo cual palo enjabonado hasta sentarme tres metros arriba de treinta mil personas. Se ve perfecto, me cuesta creer que haya sido tan fácil.
22.05hs.
Arriba del lingol conozco a Florencia, una chica linda e interesante. Estaba sentada antes que yo (o sea, es arriesgada y aventurera), y tuvo la onda de correrse para dejarme lugar (es buena persona también!). Vemos una parte del recital como si fuera para nosotros sólos. Pienso en la canción de Intoxicados que dice "este momento es perfecto... es perfecto...", pero por suerte sin la música.
22.10hs.
Le digo a Florencia que hasta ese momento Radiohead era algo que hacía en privado. Mi relación con la banda siempre fue muy íntima: ellos y yo. Cuando ponés Radiohead en una reunión con gente te tildan de depresivo.
A ella le pasaba lo mismo.
Estabamos compartiendo Radiohead por primera vez. Yo y Florencia.
De vuelta me viene a la mente la canción del Pity Alvarez. Sigue en mute, gracias a Dios.
22.17hs.
Abajo nuestro, treinta mil personas eran bañadas en luz y música ante mis ojos. Ellos también estaban compartiendo Radiohead por primera vez. Vaya uno a saber hace cuánto estaban esperando este momento. Es fuerte presenciar la primera llegada de una banda con mucha historia a un país. Eramos hermanos de un sentimiento.
También impresionaba ver desde arriba todas esas cabezas y saber que cada una valía 300 pesos. Nunca vi tanta plata junta: eran nueve millones de pesos!
22.21hs.
Thom Yorke se retuerce libremente con su camisa blanca y el pelo desmechado. Me siento identificado con su estilo: si estuviera arriba de un escenario, sería como él.
No creo que sea plagio, es una forma de ser.
22.25hs
No pude darle el beso a Florencia. Tom Yorke me tenía hipnotizado y un hombre de seguridad nos obligó a bajar antes de que pudiera reaccionar. No quise darle el beso mientras bajaba por el poste como si fuera un cazafantasmas.
El movimiento hubiera sido brusco y se habría arruinado el romance.
22.45hs.
Decidí hacer el intento de ir para adelante de todo.
Un buen consejo para los que intenten esto es encolumnarse detrás de un vendedor de aguas. La gente le abre el paso a él y ustedes, si son tan ágiles como yo, pueden aprovechar el hueco.
Después de avanzar unos treinta metros a costa suya, decidí comprarle un agua a modo de propina.
Salía diez pesos. Me pareció una propina bastante cara.
23hs.
Nunca pensé que podía estar tan cerca de la banda, verles las caras y sobrevivir. El público de Radiohead es muy petiso, al igual que el de las fiestas bubamara. Hay petisas lindas, y petisos copados, parecidos a mí. Me dio la sensación de que estaba formando parte de un patrón.
Si yo estuviera desaparecido desde hace años pero mi padre todavía tiene la sospecha de que sigo vivo, el recital de Radiohead es un buen lugar para empezar a buscarme.
De última, si no me encuentra, puede adoptar a otro chico parecido.
23.15hs.
Cuando suenan ciertas canciones lentas, como Videotape, No surprises o Street Spirit (fade out), siento la necesidad de alzar las manos y acercarlas a ellos con las palmas bien abiertas.
La música, a veces, es como un fuego.
23.20hs.
Lo bueno de Radiohead es que la gente puede cantar todas las canciones aunque no se sepa las letras. Cierto, tienen palabras que comienzan sospechosamente pero uno puede subirse a la canción si la agarra tarde porque todas terminan en largos ahhhhh ehhhhhhh o ohhhhhhhh.
23.30hs.
Suena Paranoid Android, una de mi canciones preferidas, y compruebo con alegría que no estoy demasiado viejo para el pogo.
23.35hs.
Al verlo tan de cerca, compruebo que Thom Yorke es el feo más lindo del mundo. Tenía razón Fito: era una cuestión de actitud.
24hs.
Todo termina con Creep. Obvio.
00.17hs.
Me reencuentro con Sebi y Ju. Estoy empapado, pero le aseguro a Judith que el chivo no es mío, que me lo prestaron.
00.26hs.
Caminamos contentos por la mitad de la calle.
Siempre me gustó caminar por la mitad de la calle de noche. Me siento el dueño del barrio.
00.27hs.
Me queda la sensación de que mi novia estuvo perdida entre toda esa gente del recital. Sólo que esa noche no la llegué a conocer.
05.03hs.
Sueño que me encuentro con Thom Yorke y otros tres integrantes de la banda en la calle mientras la gente espera uno de sus bises. Pensaba que salían a tomar agua en ese lapso, pero según mi sueño salían a caminar por Buenos Aires.
Para sacarme la duda le pregunto:
-Es cierto que el público argentio es especial?
El viejo orgullo nacional. Pero también me imagino como estrella de rock tocando para sesenta mil japoneses y siento que la conexión con ellos sería distinta. Quizás por una cuestión cultural.
Thom se ríe y me dice que es cierto, aunque tampoco exageremos.
Si es cierto, entonces le digo que vuelvan.
Thom sonríe.
Es un tipo raro.
lunes, 23 de marzo de 2009
A MI VIEJO ME LO GARCHO
Cuatro amigos de treinta y pico de años toman vino en un living sentados sobre una alfombra peluda. La mesa es bajita, tipo hindú, y dos de ellos tocan instrumentos musicales: un charango y dos timbales. La canción termina.
-A esta altura de tu vida, pasados los treinta... creés que ya superaste a tus padres?
-En qué sentido?
-Como persona.
-Depende. A nivel persona creo que lo superé, pero a nivel profesional me gana él. Es abogado, fue muy exitoso.
-Y a nivel persona le ganas ahí nomás?
-No, le gano por goleada. Tranquilo.
-Y a nivel profesional?
-Me rompe el orto.
-Miralo a Raúl eh, un titán tu viejo.
-Sí. Pero yo prefiero ganar como persona.
Toman un poco más de vino. Los instrumentos siguen mudos.
-Y vos? Cómo anda el partido con tu viejo?
-Parecido a él. Como persona me lo cojo de parado, pero como profesional él me hace el culo.
-Te lo hace con todos los chiches?
-Uf, sí. Me pone la mordaza en la boca y me la da duro por tres horas sin parar. Me queda el culo morado, violetáceo. No te olvides que Jorge, mi papá, es cirujano.
-Y entre Jorge y Raúl? Quién se coje a quién?
-Si me disculpan, creo que Jorge a Raúl se lo garcha violento, a lo sadomaso, con cuero negro, látigo, borcegos... toda la bola.
-Ojo, quizás como persona. Pero si medimos por la plata Raúl merece hacerle uno o dos perritos en un telo de esos que tienen espejos en el techo. Y Jorge se la tiene que tragar calladito eh, hasta el fondo, tocando campanita y sin escupir. Porque la plata habla y se hace valer.
-Y tu vieja?
-No, de mi vieja no hablemos. Es ama de casa, sumisa y un poco facha. Sería una escena demasiado depravada incluso para nosotros.
La risa tenía sus consecuencias: las imágenes aparecían como flashes sin control, y aunque no quisieran tenían que visualizarlas. Querían parar, pero ya era tarde.
Los timbales volvieron a sonar, como una posible solución. El charango marcó el ritmo, aunque sin la misma felicidad. Sabían que después de esa noche las escenas de sexo violento quedarían en sus memorias por muchos meses. Casi como si fueran ciertas. Y aprendieron que nadie, nunca, puede sacar beneficio alguno al atravesar la experiencia de ver a su padre con el pito parado.
-A esta altura de tu vida, pasados los treinta... creés que ya superaste a tus padres?
-En qué sentido?
-Como persona.
-Depende. A nivel persona creo que lo superé, pero a nivel profesional me gana él. Es abogado, fue muy exitoso.
-Y a nivel persona le ganas ahí nomás?
-No, le gano por goleada. Tranquilo.
-Y a nivel profesional?
-Me rompe el orto.
-Miralo a Raúl eh, un titán tu viejo.
-Sí. Pero yo prefiero ganar como persona.
Toman un poco más de vino. Los instrumentos siguen mudos.
-Y vos? Cómo anda el partido con tu viejo?
-Parecido a él. Como persona me lo cojo de parado, pero como profesional él me hace el culo.
-Te lo hace con todos los chiches?
-Uf, sí. Me pone la mordaza en la boca y me la da duro por tres horas sin parar. Me queda el culo morado, violetáceo. No te olvides que Jorge, mi papá, es cirujano.
-Y entre Jorge y Raúl? Quién se coje a quién?
-Si me disculpan, creo que Jorge a Raúl se lo garcha violento, a lo sadomaso, con cuero negro, látigo, borcegos... toda la bola.
-Ojo, quizás como persona. Pero si medimos por la plata Raúl merece hacerle uno o dos perritos en un telo de esos que tienen espejos en el techo. Y Jorge se la tiene que tragar calladito eh, hasta el fondo, tocando campanita y sin escupir. Porque la plata habla y se hace valer.
-Y tu vieja?
-No, de mi vieja no hablemos. Es ama de casa, sumisa y un poco facha. Sería una escena demasiado depravada incluso para nosotros.
La risa tenía sus consecuencias: las imágenes aparecían como flashes sin control, y aunque no quisieran tenían que visualizarlas. Querían parar, pero ya era tarde.
Los timbales volvieron a sonar, como una posible solución. El charango marcó el ritmo, aunque sin la misma felicidad. Sabían que después de esa noche las escenas de sexo violento quedarían en sus memorias por muchos meses. Casi como si fueran ciertas. Y aprendieron que nadie, nunca, puede sacar beneficio alguno al atravesar la experiencia de ver a su padre con el pito parado.
viernes, 20 de marzo de 2009
STEFAN
Durante una semana desparramé casi cincuenta currículums por todo Ibiza y tuve mi recompensa: desde esta misma noche soy el encargado absoluto del Jackpot Ferrer, un local amplio, con piso de mármol y aire acondicionado.
El horario es de seis y media de la tarde a cuatro de la mañana De lunes a lunes. Estoy muy entusiasmado: nunca antes me habían explotado.
Dentro del lugar conviven treinta y cuatro máquinas tragamonedas, una mesa de billar, dos pinballs, varios jugadores compulsivos, algunos chinos y una barra llena de alcohol, gaseosas, un rumano y yo: Gerardo Koff.
El rumano se llama Stefan, y parece un patovica de una bailanta argentina.
-Pasé tres largos temporados detrás de esta barra–dijo, mientras me enseñaba a usar la máquina de café-. Tres años enteros, ¿sabes? Después de tanto tiempo encerrado uno extraña la naturaleza. Necesito aire libre. Árboles, montaños, bosques, ¿entiendes? Y también algo de acción. Ya tengo treinta y dos años, y estoy hasta los cojones de esta monotonía.
Según me explicó Stefan, mi principal responsabilidad consistirá en recibir los billetes de los adictos al juego, abrir un cajón y canjearlos por alimento para las máquinas. Ellas luego se encargarán de pagarme el sueldo y dejar una buena ganancia para el dueño. Atrapándolos, enganchándolos, absorbiéndolos de a poco. Hasta dejarlos secos.
También tendré que psicoanalizar a los solitarios, impedir la sobriedad de los borrachos, compadecerme de los clientes crónicos, vigilar a los sospechosos, soportar los olores fuertes de ciertos habitués y sonreír; siempre que se pueda.
Y tener cuidado.
-Si vienen los moros tienes que ser el rey –aconsejó Stefan con sabiduría-. ¿Está claro chico? El rey. Los moros van a querer traficar cocaína y hachís aquí dentro. Siempre que hay un trabajador nuevo en el local lo intentan: piden una cerveza y se sientan un largo rato. Quizás juegan al billar o al pinball. Parecen inofensivos, pero enseguida se apropian del lugar, llenan la barra de sucios marroquíes y ya no podrás sacarlos. Por eso es importante echarlos desde un principio. No hay que darles la chance de nada. Tienen que saber que tú eres el rey aquí dentro. El rey, ¿entiendes? Tú te vas, les dices. ¿Por qué? Porque yo quiero, porque yo lo digo. Y si te hacen problemas les pegas unos palizos y ya no te van a molestar.
Stefan me miraba como si me estuviera hablando en rumano. Intenté hacerle saber saber con mis expresiones que entendía español, pero la cara no me funcionaba del todo bien. Mis expresiones estaban paralizadas en una sola: ojos bien abiertos, boca cerrada, quietito, inmóvil, gritando por dentro. Hasta que por fin salí del tilt y pude reaccionar.
-Seguro –dije. Y enseguida agregué:
-¿Qué?
Para él era fácil decirlo. Medía 1,85 y sus brazos tenían el grosor de mis piernas.
-Yo a uno le rompí un par de costillos y ya no me fastidiaron, me dejaron tranquilo.
-Costillas –corregí.
-Eso mismo, tú me entiendes. Unos buenos golpes en los costillos y ya. No pasa nada. Por si acaso guardas este cuchillo debajo del mostrador, así lo tienes a mano.
-¿Qué? –repetí.
Justo a mí, que fui elegido mejor compañero en quinto grado de primaria; justo a mí me tocaba ser violento y despiadado.
-Las noches en general son tranquilos, pero a veces surgen problemas y tienes que estar preparado. Si algún borracho se desmaya haz lo que yo hago: lo arrastras fuera del local; y si alguien pregunta dices que cayó ahí. Una vez que esté tirado afuera el problema es de otro, ¿entiendes chico? No es conveniente para el negocio que se muera alguien adentro.
En eso tenía razón. Yo pensaba lo mismo.
...
Una vez aprendido lo imprescindible pudimos relajarnos.
La noche se hacía lenta en el Jackpot Ferrer. Los jugadores eran pocos y casi invisibles. Se ocupaban de lo suyo en silencio. Miraban a las tragamonedas sin pestañar, como hipnotizados por las luces de colores y los interminables ruidos de las máquinas. Ni siquiera nos molestaban cuando perdían: ya debían estar acostumbrados.
En la barra solo atendimos a los chinos que pedían el canal porno en la televisión, las putas africanas que entraron a pedir un vaso de agua y los otros chinos que llegaron detrás de ellas para preguntarles si les hacían precio por toda la noche. Faltaban todavía seis horas para cerrar, y por el momento no había señales de borrachos ni de moros. Stefan los debía tener bien controlados.
-Qué tal es Rumania –le pregunté.
-Qué me importa Rumania. Ya quedó atrás, no tiene nada para darme –contestó él, seco.
Stefan aparentaba ser un hombre amable y respetuoso. Capaz de matarme con sólo apretar mi cuello, es cierto; pero lo más probable era que no lo hiciera. No esta noche. Sólo tenía que conversar, entrar en confianza con él.
-¿Vos viviste en el comunismo? ¿Qué tal, está bueno?
-Hay trabajo y todos comparten. Algunas cosas son buenas. ¿Para qué vas a dejar que asesinos y violadores vivan en la cárcel y gasten la plata de tu gobierno? Los matas, los escondes y ya. No pasa nada. Así es la justicia en el comunismo, como debe ser. Pero ahora con la democracia la cosa está peor por culpa de las mafias. Todos entran y salen de prisión, como si fuera un centro comercial.
La charla no fue lo que esperaba, pero sirvió para romper el hielo. Por alguna extraña razón a Stefan le caí simpático. Me trataba como su protegido. Parecía el padre que daba consejos a su hijo antes del primer día de clases.
También me llamó la atención su obsesión con la limpieza. Era meticuloso al detalle con sus dos fetiches: el trapo de limpiar y el de secar. Los desenfundaba como un tick nervioso, con rapidez de duelo. Hablamos de gustos y dijo ser fanático de los documentales del Discovery Channel, de los dibujos animados de Tom y Jerry y de tres cosas indispensables: chicas, coches y armas.
Después abrió su teléfono celular para mostrarme algunas fotos. Las primeras imágenes que aparecieron en la pantalla del teléfono fueron de tres pibas en pelotas.
-Son mis ex novias, chico –admitió-. ¿Cómo era tu nombre?
-Gerardo.
-Fíjate qué piernas Gerardo. ¿Has tenido piernas como estas?
-Sí, alguna vez –mentí.
-Eso no lo creo, no es fácil encontrar piernas tan finas. Fíjate que guapas, chico. Las tres eran putas, y trabajaban para mí. La de pelo castaño era la mejor: Tanya. Tenía un toque suave y delicado, pero a la vez soportaba la más feroz de las embestidas. Muchas veces la mordía por todo el cuerpo y la lastimaba, pero ella nunca se quejó. Tenía dieciséis años, trabajaba muy bien. Buena chica.
Stefan gritó de pronto para llamar la atención de una rubia pulposa que ingresaba con dudas al umbral del Jackpot. Salió de la barra y caminó hacia ella, con el trapo en la mano. Golpeó a los pinballs de pasada para hacer ruido mientras le sacaba la lengua en un simpático gesto obsceno. Ella no dijo nada. Él le habló en rumano al oído, le dio una palmadita en la nalga e intentó aferrarse a uno de sus pechos. Ella no protestó, se dio vuelta y siguió su camino.
Stefan regresó contento, se detuvo para pasar el trapo por el vidrio de los pinballs y arqueó las cejas cuando llegó a la barra, triunfante y juguetón.
-¿La conocías?
-No, pero estaba de puta madre.
Ojalá yo tuviera tal naturalidad para aproximarme a las mujeres.
Aunque, pensándolo mejor…
...
Pasada la una de la mañana crucé el salón para ir al baño. Dos chinos discutían mientras jugaban juntos en una máquina. Uno golpeó a la tragaperra de costado y el otro puso la frente contra la máquina, como si quisiera ver a través de los limones y naranjas. ¿Estarían haciendo trampa? Por ser mi primer día no les dije nada y seguí mi camino.
Cuando volví a la barra, Stefan estaba lustrando la máquina de café con su trapo fetiche. Le pregunté qué pensaba hacer ahora que renunciaba. Entonces me confesó su sueño: quería asociarse con un chino de mucho dinero y poner un local de comida rápida con prostitutas. Él mismo se calzaría el delantal para cocinar hamburguesas, panchos y diversas tapas que vendrían con cerveza gratis y una puta de compañía.
Era un proyecto original, había que admitirlo.
-Las chicas llevan los pedidos a las mesas. Se sientan con los clientes, les dan charla, los ponen cachondos. Si ellos se las quieren llevar deben pagar cincuenta euros, pero si la Policía pregunta algo ellas están atendiendo. Nada más simple. Qué hay de malo en eso, chico. ¿Cómo era tu nombre?
-Gerardo –repetí.
-Qué hay de malo en eso, Gerardo.
Sus palabras no tenían mucho sentido, pero de alguna manera me convenció. O quizás era el hecho de que tenía miedo de contradecirlo.
Stefan limpió el mostrador una vez más y se puso a lavar las copas sucias mientras yo reacomodaba las gaseosas en la heladera. Las máquinas seguían con su barullo, no se callaban nunca. Cuando terminé con la última botella le pregunté dónde pensaba conseguir a las chicas para su novedoso local.
-Tengo un amigo al que puedo llamar y me vende dos rumanas, las que yo elija. Me las envía desde allá y son mías, de mi propiedad. En Rumania uno puede comprar lo que sea, incluso críos.
Perfecto. Si a los cuarenta años todavía no encontré de quién enamorarme al menos ya se dónde conseguirme los hijos.
Siempre tuve más ganas de tener hijos que de tener esposa.
Para cambiar de tema chusmeé de nuevo las fotos de su celular. Tanya estaba buena. Era flaquita, casi una nena, con sus piernas largas bien abiertas sobre el capot de un auto rojo. Las otras eran algo más viejas y un poco gordas, pero tenían tetas interesantes. Se notaba que las fotos no eran bajadas de internet.
Después de ver la tercer entrepierna de Tanya, llegué a la colección preciada de rifles, escopetas y ametralladoras.
-Esa es muy difícil de conseguir –aclaró Stefan, orgulloso-. Es modelo especial de francotiradores.
-¿Cómo sabés?
-Yo en Rumania era parte de una división especial de la Policía Militar. Nos encargábamos de operativos secretos, como emboscados para eliminar a espías y mafiosos. Era un trabajo peligroso, ¿sabes? Por eso debíamos pasar de incógnito. Usábamos máscaras que nos cubrían la cara y cambiábamos de compañeros cada dos semanas, para que nadie supiera demasiado.
-Debe ser lindo conocer gente nueva todo el tiempo –acoté, por decir algo.
-Las cosas cambiaron –siguió él. Ahora ya no hay comunismo, por eso hay que tener más cuidado. Cuando atrapas a un mafioso es mejor liquidarlo en el momento. No debes dudar, ¿sabes? Porque ellos tienen contactos y pueden salir de prisión a los cinco minutos de meterlos.
-Es una lástima -siguió-, porque allá las cárceles no son como las de acá. Allá hay que aguantar dos días sin comida ni bebida, trabajando a los golpes. Y a los que no hablan se les tortura. A algunos se les corta la polla y los dedos, o se les saca las uñas. Y a otros se les pone una bolsa en la cabeza y se les asfixia hasta la muerte.
-En Argentina se usaba la electricidad –dije, feliz de poder aportar un dato. ¿Vos presenciabas las torturas?
-A veces.
-Y cómo lo soportabas. ¿No te afectaba ver el dolor tan de cerca?
-Es como todo. Te acostumbras.
Stefan salió de la barra, agarró la escoba y se puso a barrer la gran cantidad de colillas que quedaban entre las máquinas, esos restos del nerviosismo. Yo me preparé un café y recordé a Darío Jalikuleki, el compañerito de primer grado al que corrían para pegarle en los recreos porque era negro y bastante feo.
Yo en pocas ocasiones participaba del ritual, pero tampoco lo defendía de los otros, mis amigos. A veces tan solo miraba como lo perseguían por el patio cuando sonaba la campana y me acercaba para ver de cerca la montonera o el puente chino.
Quizás Stefan tenga razón, con algo de tiempo uno puede acostumbrarse a lo que sea.
Los chinos terminaron sus cubatas y se fueron sin dejar propina. Aproveché para cambiar el canal porno que me incomodaba y puse algo de música, así tapaba los sonidos de las tragamonedas. Stefan lustró el mostrador por quincuagésima vez. Yo lo observé, analizándolo. El hombre había pasado sin escalas de los borceguíes de cuero a las chancletas playeras. Y ahora me sonreía.
-Cómo fue que dejaste todo para venirte a Ibiza –le pregunté.
-Hubo un incidente –dijo y se quedó callado, como anunciando el fin de la respuesta. Pero luego siguió:
-En un operativo un mafioso le voló los sesos a mi compañero enfrente de mí. Yo lo inmovilicé de inmediato, pero en la maniobra se me corrió la máscara y él llegó a verme la cara. Me escupió en los ojos y me amenazó de muerte. ¿Lo puedes creer? Acababa de matar a mi compañero y me escupía, el muy cabrón. Lo maté, sin dudarlo. Pero al parecer él era Alguien. Alguien importante. Por eso me reubicaron, sin decirle a nadie de mi paradero. Estuve en Afganistán y en la Legión Extranjera, pero no era lo mismo. Hasta que me cansé del desierto y me vine para aquí.
Iba a contarle de la vez que corrí de los gases lacrimógenos en la cancha de River, un partido fácil contra Ferro, pero no dije nada.
...
El reloj ya marcaba las tres de la mañana. El último jugador caminó despacio hasta la puerta y nos saludó con la mirada. Ahora sólo quedábamos Stefan y yo, y las putas de afuera, que se ofrecían a los coches que pasaban por la esquina.
-En mi casa de tengo un campo- contó Stefan. Compré un terreno lejos de la ciudad y construí un cabaño.
-¿Una cabaña?
-Sí, un cabaño. Está a tres días de la civilización, no tiene electricidad ni nada. Ahí voy a vivir cuando me retire, sin nadie que me moleste.
Stefan agarró el banquito que había al lado de la heladera y se sentó por primera vez en la noche. Aún así seguía siendo más alto que yo.
-Una vez encontré un cachorro de lobo casi muerto de frío, allí en mi campo. Lo arropé y lo llevé hasta el cabaño. ¿Alguna vez has visto un lobo, chico? Él fue mi compañero, pero no es como los perros. Él se sienta a tu lado y mira al vacío. Te respeta, pero sólo a veces te permite acariciarlo. Con él salía a cazar.
-¿Te gusta la montaña? -continuó, imparable- A mi me encanta la naturaleza. En el bosque tienes todo lo que necesitas, ¿sabes? Puedes comer frutos y cazar conejos y ciervos... Hay que tener cuidado de los osos porque te huelen desde muy lejos y corren rápido como los caballos. He visto alguno chiquito como mi dedo gordo de lo lejos que estaba. Y se notaba que me olía, porque gruñía, se paraba en dos patas y miraba para todos lados. Ese es su defecto: tienen muy mala vista.
-En Argentina hay mosquitos en verano –dije con cara de póquer-. Hay que tener cuidado porque te chupan la sangre. Y de noche te zumban en el oído y se esconden. Te roban el sueño.
Él asentía como un autómata. Se notaba que nunca me escuchaba. Quizás estaba ansioso por ser su último día de trabajo. Pronto regresaría a la libertad del desocupado; tendría el día entero para planificar su fast food con delivery de putas.
...
A las cuatro en punto cerramos las puertas del Jackpot Ferrer. Stefan estrechó mi mano con fuerza y me deseó buena suerte. Yo lo saludé con la sensación de que ya no nos volveríamos a ver.
Metí las manos en los bolsillos y caminé hacia casa.
-Mañana me toca trabajar solo -pensé-. Si vienen los moros, tengo que ser el rey.
El horario es de seis y media de la tarde a cuatro de la mañana De lunes a lunes. Estoy muy entusiasmado: nunca antes me habían explotado.
Dentro del lugar conviven treinta y cuatro máquinas tragamonedas, una mesa de billar, dos pinballs, varios jugadores compulsivos, algunos chinos y una barra llena de alcohol, gaseosas, un rumano y yo: Gerardo Koff.
El rumano se llama Stefan, y parece un patovica de una bailanta argentina.
-Pasé tres largos temporados detrás de esta barra–dijo, mientras me enseñaba a usar la máquina de café-. Tres años enteros, ¿sabes? Después de tanto tiempo encerrado uno extraña la naturaleza. Necesito aire libre. Árboles, montaños, bosques, ¿entiendes? Y también algo de acción. Ya tengo treinta y dos años, y estoy hasta los cojones de esta monotonía.
Según me explicó Stefan, mi principal responsabilidad consistirá en recibir los billetes de los adictos al juego, abrir un cajón y canjearlos por alimento para las máquinas. Ellas luego se encargarán de pagarme el sueldo y dejar una buena ganancia para el dueño. Atrapándolos, enganchándolos, absorbiéndolos de a poco. Hasta dejarlos secos.
También tendré que psicoanalizar a los solitarios, impedir la sobriedad de los borrachos, compadecerme de los clientes crónicos, vigilar a los sospechosos, soportar los olores fuertes de ciertos habitués y sonreír; siempre que se pueda.
Y tener cuidado.
-Si vienen los moros tienes que ser el rey –aconsejó Stefan con sabiduría-. ¿Está claro chico? El rey. Los moros van a querer traficar cocaína y hachís aquí dentro. Siempre que hay un trabajador nuevo en el local lo intentan: piden una cerveza y se sientan un largo rato. Quizás juegan al billar o al pinball. Parecen inofensivos, pero enseguida se apropian del lugar, llenan la barra de sucios marroquíes y ya no podrás sacarlos. Por eso es importante echarlos desde un principio. No hay que darles la chance de nada. Tienen que saber que tú eres el rey aquí dentro. El rey, ¿entiendes? Tú te vas, les dices. ¿Por qué? Porque yo quiero, porque yo lo digo. Y si te hacen problemas les pegas unos palizos y ya no te van a molestar.
Stefan me miraba como si me estuviera hablando en rumano. Intenté hacerle saber saber con mis expresiones que entendía español, pero la cara no me funcionaba del todo bien. Mis expresiones estaban paralizadas en una sola: ojos bien abiertos, boca cerrada, quietito, inmóvil, gritando por dentro. Hasta que por fin salí del tilt y pude reaccionar.
-Seguro –dije. Y enseguida agregué:
-¿Qué?
Para él era fácil decirlo. Medía 1,85 y sus brazos tenían el grosor de mis piernas.
-Yo a uno le rompí un par de costillos y ya no me fastidiaron, me dejaron tranquilo.
-Costillas –corregí.
-Eso mismo, tú me entiendes. Unos buenos golpes en los costillos y ya. No pasa nada. Por si acaso guardas este cuchillo debajo del mostrador, así lo tienes a mano.
-¿Qué? –repetí.
Justo a mí, que fui elegido mejor compañero en quinto grado de primaria; justo a mí me tocaba ser violento y despiadado.
-Las noches en general son tranquilos, pero a veces surgen problemas y tienes que estar preparado. Si algún borracho se desmaya haz lo que yo hago: lo arrastras fuera del local; y si alguien pregunta dices que cayó ahí. Una vez que esté tirado afuera el problema es de otro, ¿entiendes chico? No es conveniente para el negocio que se muera alguien adentro.
En eso tenía razón. Yo pensaba lo mismo.
...
Una vez aprendido lo imprescindible pudimos relajarnos.
La noche se hacía lenta en el Jackpot Ferrer. Los jugadores eran pocos y casi invisibles. Se ocupaban de lo suyo en silencio. Miraban a las tragamonedas sin pestañar, como hipnotizados por las luces de colores y los interminables ruidos de las máquinas. Ni siquiera nos molestaban cuando perdían: ya debían estar acostumbrados.
En la barra solo atendimos a los chinos que pedían el canal porno en la televisión, las putas africanas que entraron a pedir un vaso de agua y los otros chinos que llegaron detrás de ellas para preguntarles si les hacían precio por toda la noche. Faltaban todavía seis horas para cerrar, y por el momento no había señales de borrachos ni de moros. Stefan los debía tener bien controlados.
-Qué tal es Rumania –le pregunté.
-Qué me importa Rumania. Ya quedó atrás, no tiene nada para darme –contestó él, seco.
Stefan aparentaba ser un hombre amable y respetuoso. Capaz de matarme con sólo apretar mi cuello, es cierto; pero lo más probable era que no lo hiciera. No esta noche. Sólo tenía que conversar, entrar en confianza con él.
-¿Vos viviste en el comunismo? ¿Qué tal, está bueno?
-Hay trabajo y todos comparten. Algunas cosas son buenas. ¿Para qué vas a dejar que asesinos y violadores vivan en la cárcel y gasten la plata de tu gobierno? Los matas, los escondes y ya. No pasa nada. Así es la justicia en el comunismo, como debe ser. Pero ahora con la democracia la cosa está peor por culpa de las mafias. Todos entran y salen de prisión, como si fuera un centro comercial.
La charla no fue lo que esperaba, pero sirvió para romper el hielo. Por alguna extraña razón a Stefan le caí simpático. Me trataba como su protegido. Parecía el padre que daba consejos a su hijo antes del primer día de clases.
También me llamó la atención su obsesión con la limpieza. Era meticuloso al detalle con sus dos fetiches: el trapo de limpiar y el de secar. Los desenfundaba como un tick nervioso, con rapidez de duelo. Hablamos de gustos y dijo ser fanático de los documentales del Discovery Channel, de los dibujos animados de Tom y Jerry y de tres cosas indispensables: chicas, coches y armas.
Después abrió su teléfono celular para mostrarme algunas fotos. Las primeras imágenes que aparecieron en la pantalla del teléfono fueron de tres pibas en pelotas.
-Son mis ex novias, chico –admitió-. ¿Cómo era tu nombre?
-Gerardo.
-Fíjate qué piernas Gerardo. ¿Has tenido piernas como estas?
-Sí, alguna vez –mentí.
-Eso no lo creo, no es fácil encontrar piernas tan finas. Fíjate que guapas, chico. Las tres eran putas, y trabajaban para mí. La de pelo castaño era la mejor: Tanya. Tenía un toque suave y delicado, pero a la vez soportaba la más feroz de las embestidas. Muchas veces la mordía por todo el cuerpo y la lastimaba, pero ella nunca se quejó. Tenía dieciséis años, trabajaba muy bien. Buena chica.
Stefan gritó de pronto para llamar la atención de una rubia pulposa que ingresaba con dudas al umbral del Jackpot. Salió de la barra y caminó hacia ella, con el trapo en la mano. Golpeó a los pinballs de pasada para hacer ruido mientras le sacaba la lengua en un simpático gesto obsceno. Ella no dijo nada. Él le habló en rumano al oído, le dio una palmadita en la nalga e intentó aferrarse a uno de sus pechos. Ella no protestó, se dio vuelta y siguió su camino.
Stefan regresó contento, se detuvo para pasar el trapo por el vidrio de los pinballs y arqueó las cejas cuando llegó a la barra, triunfante y juguetón.
-¿La conocías?
-No, pero estaba de puta madre.
Ojalá yo tuviera tal naturalidad para aproximarme a las mujeres.
Aunque, pensándolo mejor…
...
Pasada la una de la mañana crucé el salón para ir al baño. Dos chinos discutían mientras jugaban juntos en una máquina. Uno golpeó a la tragaperra de costado y el otro puso la frente contra la máquina, como si quisiera ver a través de los limones y naranjas. ¿Estarían haciendo trampa? Por ser mi primer día no les dije nada y seguí mi camino.
Cuando volví a la barra, Stefan estaba lustrando la máquina de café con su trapo fetiche. Le pregunté qué pensaba hacer ahora que renunciaba. Entonces me confesó su sueño: quería asociarse con un chino de mucho dinero y poner un local de comida rápida con prostitutas. Él mismo se calzaría el delantal para cocinar hamburguesas, panchos y diversas tapas que vendrían con cerveza gratis y una puta de compañía.
Era un proyecto original, había que admitirlo.
-Las chicas llevan los pedidos a las mesas. Se sientan con los clientes, les dan charla, los ponen cachondos. Si ellos se las quieren llevar deben pagar cincuenta euros, pero si la Policía pregunta algo ellas están atendiendo. Nada más simple. Qué hay de malo en eso, chico. ¿Cómo era tu nombre?
-Gerardo –repetí.
-Qué hay de malo en eso, Gerardo.
Sus palabras no tenían mucho sentido, pero de alguna manera me convenció. O quizás era el hecho de que tenía miedo de contradecirlo.
Stefan limpió el mostrador una vez más y se puso a lavar las copas sucias mientras yo reacomodaba las gaseosas en la heladera. Las máquinas seguían con su barullo, no se callaban nunca. Cuando terminé con la última botella le pregunté dónde pensaba conseguir a las chicas para su novedoso local.
-Tengo un amigo al que puedo llamar y me vende dos rumanas, las que yo elija. Me las envía desde allá y son mías, de mi propiedad. En Rumania uno puede comprar lo que sea, incluso críos.
Perfecto. Si a los cuarenta años todavía no encontré de quién enamorarme al menos ya se dónde conseguirme los hijos.
Siempre tuve más ganas de tener hijos que de tener esposa.
Para cambiar de tema chusmeé de nuevo las fotos de su celular. Tanya estaba buena. Era flaquita, casi una nena, con sus piernas largas bien abiertas sobre el capot de un auto rojo. Las otras eran algo más viejas y un poco gordas, pero tenían tetas interesantes. Se notaba que las fotos no eran bajadas de internet.
Después de ver la tercer entrepierna de Tanya, llegué a la colección preciada de rifles, escopetas y ametralladoras.
-Esa es muy difícil de conseguir –aclaró Stefan, orgulloso-. Es modelo especial de francotiradores.
-¿Cómo sabés?
-Yo en Rumania era parte de una división especial de la Policía Militar. Nos encargábamos de operativos secretos, como emboscados para eliminar a espías y mafiosos. Era un trabajo peligroso, ¿sabes? Por eso debíamos pasar de incógnito. Usábamos máscaras que nos cubrían la cara y cambiábamos de compañeros cada dos semanas, para que nadie supiera demasiado.
-Debe ser lindo conocer gente nueva todo el tiempo –acoté, por decir algo.
-Las cosas cambiaron –siguió él. Ahora ya no hay comunismo, por eso hay que tener más cuidado. Cuando atrapas a un mafioso es mejor liquidarlo en el momento. No debes dudar, ¿sabes? Porque ellos tienen contactos y pueden salir de prisión a los cinco minutos de meterlos.
-Es una lástima -siguió-, porque allá las cárceles no son como las de acá. Allá hay que aguantar dos días sin comida ni bebida, trabajando a los golpes. Y a los que no hablan se les tortura. A algunos se les corta la polla y los dedos, o se les saca las uñas. Y a otros se les pone una bolsa en la cabeza y se les asfixia hasta la muerte.
-En Argentina se usaba la electricidad –dije, feliz de poder aportar un dato. ¿Vos presenciabas las torturas?
-A veces.
-Y cómo lo soportabas. ¿No te afectaba ver el dolor tan de cerca?
-Es como todo. Te acostumbras.
Stefan salió de la barra, agarró la escoba y se puso a barrer la gran cantidad de colillas que quedaban entre las máquinas, esos restos del nerviosismo. Yo me preparé un café y recordé a Darío Jalikuleki, el compañerito de primer grado al que corrían para pegarle en los recreos porque era negro y bastante feo.
Yo en pocas ocasiones participaba del ritual, pero tampoco lo defendía de los otros, mis amigos. A veces tan solo miraba como lo perseguían por el patio cuando sonaba la campana y me acercaba para ver de cerca la montonera o el puente chino.
Quizás Stefan tenga razón, con algo de tiempo uno puede acostumbrarse a lo que sea.
Los chinos terminaron sus cubatas y se fueron sin dejar propina. Aproveché para cambiar el canal porno que me incomodaba y puse algo de música, así tapaba los sonidos de las tragamonedas. Stefan lustró el mostrador por quincuagésima vez. Yo lo observé, analizándolo. El hombre había pasado sin escalas de los borceguíes de cuero a las chancletas playeras. Y ahora me sonreía.
-Cómo fue que dejaste todo para venirte a Ibiza –le pregunté.
-Hubo un incidente –dijo y se quedó callado, como anunciando el fin de la respuesta. Pero luego siguió:
-En un operativo un mafioso le voló los sesos a mi compañero enfrente de mí. Yo lo inmovilicé de inmediato, pero en la maniobra se me corrió la máscara y él llegó a verme la cara. Me escupió en los ojos y me amenazó de muerte. ¿Lo puedes creer? Acababa de matar a mi compañero y me escupía, el muy cabrón. Lo maté, sin dudarlo. Pero al parecer él era Alguien. Alguien importante. Por eso me reubicaron, sin decirle a nadie de mi paradero. Estuve en Afganistán y en la Legión Extranjera, pero no era lo mismo. Hasta que me cansé del desierto y me vine para aquí.
Iba a contarle de la vez que corrí de los gases lacrimógenos en la cancha de River, un partido fácil contra Ferro, pero no dije nada.
...
El reloj ya marcaba las tres de la mañana. El último jugador caminó despacio hasta la puerta y nos saludó con la mirada. Ahora sólo quedábamos Stefan y yo, y las putas de afuera, que se ofrecían a los coches que pasaban por la esquina.
-En mi casa de tengo un campo- contó Stefan. Compré un terreno lejos de la ciudad y construí un cabaño.
-¿Una cabaña?
-Sí, un cabaño. Está a tres días de la civilización, no tiene electricidad ni nada. Ahí voy a vivir cuando me retire, sin nadie que me moleste.
Stefan agarró el banquito que había al lado de la heladera y se sentó por primera vez en la noche. Aún así seguía siendo más alto que yo.
-Una vez encontré un cachorro de lobo casi muerto de frío, allí en mi campo. Lo arropé y lo llevé hasta el cabaño. ¿Alguna vez has visto un lobo, chico? Él fue mi compañero, pero no es como los perros. Él se sienta a tu lado y mira al vacío. Te respeta, pero sólo a veces te permite acariciarlo. Con él salía a cazar.
-¿Te gusta la montaña? -continuó, imparable- A mi me encanta la naturaleza. En el bosque tienes todo lo que necesitas, ¿sabes? Puedes comer frutos y cazar conejos y ciervos... Hay que tener cuidado de los osos porque te huelen desde muy lejos y corren rápido como los caballos. He visto alguno chiquito como mi dedo gordo de lo lejos que estaba. Y se notaba que me olía, porque gruñía, se paraba en dos patas y miraba para todos lados. Ese es su defecto: tienen muy mala vista.
-En Argentina hay mosquitos en verano –dije con cara de póquer-. Hay que tener cuidado porque te chupan la sangre. Y de noche te zumban en el oído y se esconden. Te roban el sueño.
Él asentía como un autómata. Se notaba que nunca me escuchaba. Quizás estaba ansioso por ser su último día de trabajo. Pronto regresaría a la libertad del desocupado; tendría el día entero para planificar su fast food con delivery de putas.
...
A las cuatro en punto cerramos las puertas del Jackpot Ferrer. Stefan estrechó mi mano con fuerza y me deseó buena suerte. Yo lo saludé con la sensación de que ya no nos volveríamos a ver.
Metí las manos en los bolsillos y caminé hacia casa.
-Mañana me toca trabajar solo -pensé-. Si vienen los moros, tengo que ser el rey.
viernes, 13 de marzo de 2009
EL PAIS DE NUNCA JAMAS
Entré al décimo bar con una falsa actitud optimista. Sabía que no me iban a contratar: la temporada todavía no empezaba y los tres mozos del lugar estaban sentados charlando.
-Buen día –le dije al encargado-, ¿le puedo pedir un favor?
-Venga, vale, ¿qué es lo que quieres?
-No es mucho, solo quiero que se acuerde de esta cara –dije, señalándome los pelos negros de mi barba de dos semanas-. Yo se que ahora no necesita camareros; me doy cuenta porque el bar está vacío. Pero en julio Ibiza va a estar saturada de turistas y usted va a necesitar más gente. Por eso vine a que memorice mi cara, así se acuerda de mí.
El encargado se rió, dejó de limpiar las copas y me miró con atención.
-Fíjese que confianza inspiran mis cejas –dije, arqueándolas-, y el pelo de buen trabajador que tengo –seguí, peinándome el flequillo-. Preste atención a los ojos, ahí se esconde mi esencia. ¿No ve los ojos de chico bueno y responsable que tengo? Por la barba no se haga ningún problema, es un reflejo del desempleo. Apenas me contrate me la afeito.
El encargado salió de la barra con una sonrisa y se estiró para agarrar uno de mis treinta currículums. No era necesario agregar que había trabajado como periodista en mi experiencia laboral (con los tres restoranes inventados alcanzaba), pero era una cuestión de orgullo.
-Vale, ya tengo tus datos -dijo. Se secó las manos en el delantal y estrechó mi mano-. ¿Tienes papeles?
-No, pero para usted es mejor así: puedo trabajar el doble y me paga la mitad.
-Venga chaval, es que este año está difícil por el tema de las multas, ¿sabes? Te llamaré si necesito a alguien en la cocina, así no trabajas a la vista de todos.
-No se preocupe, siempre fui habilidoso para la escondida. Muchas gracias por todo y le advierto: voy a volver. Hasta que no se sepa mi cara de memoria no paro. Mientras tanto practique con la foto del currículum.
Salí apurado y pude volver a ser Gerardo. Cuando pido trabajo necesito ser otro; inventarme un personaje y su respectivo entusiasmo. Nada más horrible que ofrecer mis servicios de puerta en puerta. Es como pedir monedas para el colectivo o salir a ofrecer tarjetas de descuento de un shopping en una avenida. Los bares del puerto de Ibiza están uno al lado del otro, todos vacíos, y yo nunca tuve alma de vendedor. Siempre preferí proteger mi orgullo ante el rechazo; no poner mi autoestima en juego a menos que fuera estrictamente necesario. Quizás por eso todavía no tenga novia. Los vendedores de perfumes baratos deben tener amantes de a montones.
-Disculpe, ¿lo molesto un segundito?
El gordo bajó el diario que le cubría la cara para analizarme con unos lentes tan gruesos como sus cejas canosas. Esperó sentado con la boca abierta, igual que su camisa, sin decir una palabra. Me acerqué con la mejor sonrisa artificial y le entregué un currículum.
Este es el momento en que hay que ser original, diferenciarse, pensé. Y entré en el personaje.
-Le voy a decir la verdad: no soy camarero.
El tipo siguió con la boca abierta, en silencio. En ningún momento miró el currículum que tenía en la mano.
-No señor, no soy camarero. Soy actor, ¿sabe? En mi próxima película voy a hacer el papel de un argentino que atiende mesas en un bar de Ibiza, y para meterme de lleno en el personaje quería aprender el trabajo. ¿Qué me dice?
El gordo ni se inmutó. Apoyó el currículum en la mesa y levantó el diario para seguir leyendo. Preferí irme sin saludar. Espero que me llame.
Después de otras diez sonrisas artificiales pasé por la Plaza del Parque, un buen lugar para descansar los currículums, disfrutar del sol en plena cara y seguir con el libro de Cortazar. También decir me lo merezco y entrar al restorán más barato para gastar cinco dolorosos euros en una paella o un buen plato de sardinas.
Qué placer tener la panza caliente a las cinco de la tarde. El trabajo del día ya está hecho, no vale la pena seguir rogando para ser lavaplatos. Ahora sí me desplazo con la espalda erguida y esa dulce liviandad de las vacaciones. Cuando termino la recorrida nada me diferencia de los millonarios que estacionan sus yates en el puerto durante toda la temporada. Ellos tendrán un séquito de modelos, motos acuáticas y whisky del bueno, pero su paraíso es el mismo que el mío. Solo que ellos lo deben disfrutar menos, porque ya lo tienen aprendido. Yo todavía puedo ir hasta Cala Comte y sorprenderme al ver en vivo y en directo el paisaje del fondo de pantalla de mi computadora. Muchas veces antes de llegar a esas playas escondidas -pequeñas postales íntimas- necesito frenar para convencerme de que la imagen es real: la arena casi blanca rodeada de montañas rojizas, un mar que intercala verdes con azules profundos, los veleros durmiendo la siesta a metros de la orilla, esos chiringuitos de paja con música chill out…
Parece la nueva versión del País de Nunca Jamás. La gente compra pasaje para ser joven acá mismo. Yo entre ellos. Me sentía joven desde antes, pero ahora quería comprobarlo.
A la noche la escena es otra. Junto a mi amigo Javier, El Pionero, tomo el taxi para no caminar los cinco kilómetros hasta Amnesia, uno de los mejores boliches de Ibiza. Él ya probó todo lo que tenía que probar y volvió al país con grandes anécdotas y una interesante cuenta corriente. Las historias me entusiasmaron tanto como el resumen bancario, por eso este año me toca probar a mí.
En Amnesia la música no se escucha con los oídos: es una experiencia sensorial. Las vibraciones me tiemblan el cuerpo entero, los escalofríos toman turnos para deslizarse por mi columna vertebral y la selva de turistas acompaña con esa imagen de educados envases vacíos balanceándose sin conciencia. Todos gritan, alzan los brazos y saltan solos, cada uno en su rincón, como desvanecidos. Pero igual contagian. La energía se siente en el lugar y yo también grito, salto y alzo los brazos. Hasta que la música se apaga, el silencio me aturde y siento que me robaron una parte del cuerpo. Sin entender miro a la muchedumbre que corea y aplaude hacia el primer piso, donde un hombre con un cañón grita a todo pulmón:
-¿Quieren espumaaa?
-Siiiii –respondemos todos a coro, como niños de jardín de infantes.
Arranca la cuenta regresiva: diez, nueve, vamos que se viene, seis, cinco, preparate, dice Javier, no lo vas a poder creer, dos, uno. Shhhhh. El primer chorro me sorprende por la potencia y la cantidad, pero lo recibo con alegría. El problema empieza cuando llega el momento de respirar: abro la boca apenas y todo ese jabón líquido baja por mi garganta, me atraganta, y nadie me avisó. Llegan las toses, la desesperación, la espuma sigue cayendo y ya no se cómo gritar. Intento aferrarme a alguien pero los manotazos de ahogado rebotan contra espaldas mojadas y un brazo ciego me golpea la mejilla. Contengo la respiración y agacho la cabeza en posición de bicho bolita para ofrecerle la nuca al cañón. Abro los ojos y siento el ardor. El piso está blanco y la espuma no se detiene, ya me llega a las rodillas y sube por mis muslos como una enredadera blanca de habichuelas mágicas. Me soplo las manos con fuerza para sacarme la espuma de los dedos y limpio mis labios, así aspiro la primer bocanada salvadora. Todavía con el chorro directo en la nuca veo como la espuma está a la altura de mi pecho y sigue subiendo. Pienso en mi metro sesenta y me ataca el pánico. Tengo que escapar. Alzo la cabeza un segundo y recibo la catarata en la cara. Más toses, ceguera total y manotazos a cualquier lado para abrirme camino entre los cuerpos resbaladizos, y más gente, y menos oxígeno, y todo ese jabón tóxico, hasta que por fin llega el claro con el aire salvador.
Abro los ojos y veo espuma, espuma, una barra y dos barmans señalándome entre risas. Sigo hasta el baño y encuentro nuevas risas en el camino, hasta que me mojo la cara, miro el espejo y me doy cuenta. Estoy cubierto de blanco, de pies a cabeza. Tengo los ojos rojos y mi pelo parece la peluca de un juez inglés. Soy un oso polar enano con conjuntivitis.
Ya más tranquilo, vuelvo a la pista y entiendo que el truco está en bailar en un rincón donde el chorro no caiga directo. Entonces sí puedo disfrutar sin remera, hacer guerra de espuma, bailar sin verme las piernas, abrazarme con desconocidos. Estamos todos jugando en una gran bañadera musical. Más hombres que mujeres, porque las pocas valientes, ya en ropa interior, tienen que soportar los toqueteos invisibles por debajo de la funda blanca.
-¿Y? –pregunta Javier, radiante -. ¿Qué te pareció?
Amago a responderle y lo ataco con la espuma directo a los ojos, pero él me supera en el forcejeo y aplica el abrazo inmovilizador, apretándome bien fuerte.
-Esto no es nada –me dice al oído-. Imaginate lo que va a ser cuando empiece la temporada.
A las ocho de la mañana, después de abandonar las pompas de jabón en el cuarto de duchas que hay a la salida, caminamos los cinco kilómetros hasta el departamento con el sol clavándose en nuestras espaldas y los jeans empapados. Suena un teléfono. Es el que me prestó Javier. Todavía funciona.
-Hola, ¿con Gerardo? Mira, que ando necesitando gente y mi señora me ha dicho que tú eres un buen chaval, ¿puedes pasarte por el bar en un par de horas?
-Sí, seguro. Muchísimas gracias.
Mi nuevo jefe me pasa los datos y un alivio inmediato. Los jeans siguen mojados, pero ya no pesan tanto. Miro los barcos del puerto, cierro los ojos y siento la brisa en la cara.
Por fin encontré a alguien que me explote.
-Buen día –le dije al encargado-, ¿le puedo pedir un favor?
-Venga, vale, ¿qué es lo que quieres?
-No es mucho, solo quiero que se acuerde de esta cara –dije, señalándome los pelos negros de mi barba de dos semanas-. Yo se que ahora no necesita camareros; me doy cuenta porque el bar está vacío. Pero en julio Ibiza va a estar saturada de turistas y usted va a necesitar más gente. Por eso vine a que memorice mi cara, así se acuerda de mí.
El encargado se rió, dejó de limpiar las copas y me miró con atención.
-Fíjese que confianza inspiran mis cejas –dije, arqueándolas-, y el pelo de buen trabajador que tengo –seguí, peinándome el flequillo-. Preste atención a los ojos, ahí se esconde mi esencia. ¿No ve los ojos de chico bueno y responsable que tengo? Por la barba no se haga ningún problema, es un reflejo del desempleo. Apenas me contrate me la afeito.
El encargado salió de la barra con una sonrisa y se estiró para agarrar uno de mis treinta currículums. No era necesario agregar que había trabajado como periodista en mi experiencia laboral (con los tres restoranes inventados alcanzaba), pero era una cuestión de orgullo.
-Vale, ya tengo tus datos -dijo. Se secó las manos en el delantal y estrechó mi mano-. ¿Tienes papeles?
-No, pero para usted es mejor así: puedo trabajar el doble y me paga la mitad.
-Venga chaval, es que este año está difícil por el tema de las multas, ¿sabes? Te llamaré si necesito a alguien en la cocina, así no trabajas a la vista de todos.
-No se preocupe, siempre fui habilidoso para la escondida. Muchas gracias por todo y le advierto: voy a volver. Hasta que no se sepa mi cara de memoria no paro. Mientras tanto practique con la foto del currículum.
Salí apurado y pude volver a ser Gerardo. Cuando pido trabajo necesito ser otro; inventarme un personaje y su respectivo entusiasmo. Nada más horrible que ofrecer mis servicios de puerta en puerta. Es como pedir monedas para el colectivo o salir a ofrecer tarjetas de descuento de un shopping en una avenida. Los bares del puerto de Ibiza están uno al lado del otro, todos vacíos, y yo nunca tuve alma de vendedor. Siempre preferí proteger mi orgullo ante el rechazo; no poner mi autoestima en juego a menos que fuera estrictamente necesario. Quizás por eso todavía no tenga novia. Los vendedores de perfumes baratos deben tener amantes de a montones.
-Disculpe, ¿lo molesto un segundito?
El gordo bajó el diario que le cubría la cara para analizarme con unos lentes tan gruesos como sus cejas canosas. Esperó sentado con la boca abierta, igual que su camisa, sin decir una palabra. Me acerqué con la mejor sonrisa artificial y le entregué un currículum.
Este es el momento en que hay que ser original, diferenciarse, pensé. Y entré en el personaje.
-Le voy a decir la verdad: no soy camarero.
El tipo siguió con la boca abierta, en silencio. En ningún momento miró el currículum que tenía en la mano.
-No señor, no soy camarero. Soy actor, ¿sabe? En mi próxima película voy a hacer el papel de un argentino que atiende mesas en un bar de Ibiza, y para meterme de lleno en el personaje quería aprender el trabajo. ¿Qué me dice?
El gordo ni se inmutó. Apoyó el currículum en la mesa y levantó el diario para seguir leyendo. Preferí irme sin saludar. Espero que me llame.
Después de otras diez sonrisas artificiales pasé por la Plaza del Parque, un buen lugar para descansar los currículums, disfrutar del sol en plena cara y seguir con el libro de Cortazar. También decir me lo merezco y entrar al restorán más barato para gastar cinco dolorosos euros en una paella o un buen plato de sardinas.
Qué placer tener la panza caliente a las cinco de la tarde. El trabajo del día ya está hecho, no vale la pena seguir rogando para ser lavaplatos. Ahora sí me desplazo con la espalda erguida y esa dulce liviandad de las vacaciones. Cuando termino la recorrida nada me diferencia de los millonarios que estacionan sus yates en el puerto durante toda la temporada. Ellos tendrán un séquito de modelos, motos acuáticas y whisky del bueno, pero su paraíso es el mismo que el mío. Solo que ellos lo deben disfrutar menos, porque ya lo tienen aprendido. Yo todavía puedo ir hasta Cala Comte y sorprenderme al ver en vivo y en directo el paisaje del fondo de pantalla de mi computadora. Muchas veces antes de llegar a esas playas escondidas -pequeñas postales íntimas- necesito frenar para convencerme de que la imagen es real: la arena casi blanca rodeada de montañas rojizas, un mar que intercala verdes con azules profundos, los veleros durmiendo la siesta a metros de la orilla, esos chiringuitos de paja con música chill out…
Parece la nueva versión del País de Nunca Jamás. La gente compra pasaje para ser joven acá mismo. Yo entre ellos. Me sentía joven desde antes, pero ahora quería comprobarlo.
A la noche la escena es otra. Junto a mi amigo Javier, El Pionero, tomo el taxi para no caminar los cinco kilómetros hasta Amnesia, uno de los mejores boliches de Ibiza. Él ya probó todo lo que tenía que probar y volvió al país con grandes anécdotas y una interesante cuenta corriente. Las historias me entusiasmaron tanto como el resumen bancario, por eso este año me toca probar a mí.
En Amnesia la música no se escucha con los oídos: es una experiencia sensorial. Las vibraciones me tiemblan el cuerpo entero, los escalofríos toman turnos para deslizarse por mi columna vertebral y la selva de turistas acompaña con esa imagen de educados envases vacíos balanceándose sin conciencia. Todos gritan, alzan los brazos y saltan solos, cada uno en su rincón, como desvanecidos. Pero igual contagian. La energía se siente en el lugar y yo también grito, salto y alzo los brazos. Hasta que la música se apaga, el silencio me aturde y siento que me robaron una parte del cuerpo. Sin entender miro a la muchedumbre que corea y aplaude hacia el primer piso, donde un hombre con un cañón grita a todo pulmón:
-¿Quieren espumaaa?
-Siiiii –respondemos todos a coro, como niños de jardín de infantes.
Arranca la cuenta regresiva: diez, nueve, vamos que se viene, seis, cinco, preparate, dice Javier, no lo vas a poder creer, dos, uno. Shhhhh. El primer chorro me sorprende por la potencia y la cantidad, pero lo recibo con alegría. El problema empieza cuando llega el momento de respirar: abro la boca apenas y todo ese jabón líquido baja por mi garganta, me atraganta, y nadie me avisó. Llegan las toses, la desesperación, la espuma sigue cayendo y ya no se cómo gritar. Intento aferrarme a alguien pero los manotazos de ahogado rebotan contra espaldas mojadas y un brazo ciego me golpea la mejilla. Contengo la respiración y agacho la cabeza en posición de bicho bolita para ofrecerle la nuca al cañón. Abro los ojos y siento el ardor. El piso está blanco y la espuma no se detiene, ya me llega a las rodillas y sube por mis muslos como una enredadera blanca de habichuelas mágicas. Me soplo las manos con fuerza para sacarme la espuma de los dedos y limpio mis labios, así aspiro la primer bocanada salvadora. Todavía con el chorro directo en la nuca veo como la espuma está a la altura de mi pecho y sigue subiendo. Pienso en mi metro sesenta y me ataca el pánico. Tengo que escapar. Alzo la cabeza un segundo y recibo la catarata en la cara. Más toses, ceguera total y manotazos a cualquier lado para abrirme camino entre los cuerpos resbaladizos, y más gente, y menos oxígeno, y todo ese jabón tóxico, hasta que por fin llega el claro con el aire salvador.
Abro los ojos y veo espuma, espuma, una barra y dos barmans señalándome entre risas. Sigo hasta el baño y encuentro nuevas risas en el camino, hasta que me mojo la cara, miro el espejo y me doy cuenta. Estoy cubierto de blanco, de pies a cabeza. Tengo los ojos rojos y mi pelo parece la peluca de un juez inglés. Soy un oso polar enano con conjuntivitis.
Ya más tranquilo, vuelvo a la pista y entiendo que el truco está en bailar en un rincón donde el chorro no caiga directo. Entonces sí puedo disfrutar sin remera, hacer guerra de espuma, bailar sin verme las piernas, abrazarme con desconocidos. Estamos todos jugando en una gran bañadera musical. Más hombres que mujeres, porque las pocas valientes, ya en ropa interior, tienen que soportar los toqueteos invisibles por debajo de la funda blanca.
-¿Y? –pregunta Javier, radiante -. ¿Qué te pareció?
Amago a responderle y lo ataco con la espuma directo a los ojos, pero él me supera en el forcejeo y aplica el abrazo inmovilizador, apretándome bien fuerte.
-Esto no es nada –me dice al oído-. Imaginate lo que va a ser cuando empiece la temporada.
A las ocho de la mañana, después de abandonar las pompas de jabón en el cuarto de duchas que hay a la salida, caminamos los cinco kilómetros hasta el departamento con el sol clavándose en nuestras espaldas y los jeans empapados. Suena un teléfono. Es el que me prestó Javier. Todavía funciona.
-Hola, ¿con Gerardo? Mira, que ando necesitando gente y mi señora me ha dicho que tú eres un buen chaval, ¿puedes pasarte por el bar en un par de horas?
-Sí, seguro. Muchísimas gracias.
Mi nuevo jefe me pasa los datos y un alivio inmediato. Los jeans siguen mojados, pero ya no pesan tanto. Miro los barcos del puerto, cierro los ojos y siento la brisa en la cara.
Por fin encontré a alguien que me explote.
martes, 10 de marzo de 2009
PARA LA CARTERA DE LA DAMA
El hombre entró al vagón del subte con un minicomponente bajo el brazo. Llevaba puesta una barriga y una camperita de jean. Me sorprendió que tuviera los jeans sin rasgaduras y que su ropa no viniera salpicada con fosforescencia. Ni amarillo, ni fuxia. Nada. Tampoco tenía vincha!
Con tranquilidad y un dejo de soberbia, miró a la gente a su alrededor: caras neutras, ojos cansados, malhumor. Puro mientras tanto. Yo estaba entre ellos, parado en medio del subte. Curioso, como de costumbre, y agarrado a la arandela para sostenerme. Desde que llego a la arandela -me llevó mucho tiempo llegar a la arandela sin necesidad de saltar-, disfruto aferrándome a ella como si fuera un acróbata. Es una sensación de objetivo cumplido. Sólo los petisos lo entendemos.
Lentamente acercó su dedo al botón de play, y lo apretó. A pesar del ruido de los rieles, el minicomponente se escuchaba fuerte y preciso. Sonó esta canción:
http://www.youtube.com/watch?v=9KGtuMHinLM
Las mujeres del subte (toditas) movieron los labios sin emitir palabras. Algunas también balancearon sutilmente la cabeza, cerraron los ojos y tuvieron pensamientos tristes. Yo los vi.
El hombre de la barriga -engreído como él sólo- las miró desde su gran altura (además de gordo era alto, y además de alto era sucio, y además de sucio tenía ese tipo de pelo grasoso engominado con rulos). Como quien no quiere la cosa, pasó a la siguiente canción:
http://www.youtube.com/watch?v=rgK0yuyavGc&feature=related
Un par de señoras ya estiraron la plata para comprarle los compilados, que se vendían a cinco pesitos por unidad. Al final de esa canción, ya había vendido cinco.
Satisfecho, siguió camino hacia el siguiente vagón.
Me sorprendió la vigencia de los compact discs; que las ideas más simples y viejas siguieran funcionando y el poder económico que pueden lograr aquellos que saben manipular sentimientos.
Pero más que nada me sorprendió no estar a mediados de la década del noventa y, sin embargo, poder reproducir esa época en mi memoria a la perfección. Cada detalle.
Tengo más de diez años de recuerdos siendo la misma persona.
No pensé que era tan viejo.
Lo malo es que es una condición que sólo puede empeorar con el tiempo.
Con tranquilidad y un dejo de soberbia, miró a la gente a su alrededor: caras neutras, ojos cansados, malhumor. Puro mientras tanto. Yo estaba entre ellos, parado en medio del subte. Curioso, como de costumbre, y agarrado a la arandela para sostenerme. Desde que llego a la arandela -me llevó mucho tiempo llegar a la arandela sin necesidad de saltar-, disfruto aferrándome a ella como si fuera un acróbata. Es una sensación de objetivo cumplido. Sólo los petisos lo entendemos.
Lentamente acercó su dedo al botón de play, y lo apretó. A pesar del ruido de los rieles, el minicomponente se escuchaba fuerte y preciso. Sonó esta canción:
http://www.youtube.com/watch?v=9KGtuMHinLM
Las mujeres del subte (toditas) movieron los labios sin emitir palabras. Algunas también balancearon sutilmente la cabeza, cerraron los ojos y tuvieron pensamientos tristes. Yo los vi.
El hombre de la barriga -engreído como él sólo- las miró desde su gran altura (además de gordo era alto, y además de alto era sucio, y además de sucio tenía ese tipo de pelo grasoso engominado con rulos). Como quien no quiere la cosa, pasó a la siguiente canción:
http://www.youtube.com/watch?v=rgK0yuyavGc&feature=related
Un par de señoras ya estiraron la plata para comprarle los compilados, que se vendían a cinco pesitos por unidad. Al final de esa canción, ya había vendido cinco.
Satisfecho, siguió camino hacia el siguiente vagón.
Me sorprendió la vigencia de los compact discs; que las ideas más simples y viejas siguieran funcionando y el poder económico que pueden lograr aquellos que saben manipular sentimientos.
Pero más que nada me sorprendió no estar a mediados de la década del noventa y, sin embargo, poder reproducir esa época en mi memoria a la perfección. Cada detalle.
Tengo más de diez años de recuerdos siendo la misma persona.
No pensé que era tan viejo.
Lo malo es que es una condición que sólo puede empeorar con el tiempo.
viernes, 6 de marzo de 2009
ANUNCIO IMPORTANTE
Buenas nuevas:
En el 2005 hice un viaje de cinco meses a Ibiza para trabajar una temporada como lo que venga. Eso desembocó en un librito inédito con crónicas de situaciones, personajes y vivencias desde un alter ego algo más inocentón que yo para contrastar con los extremos de Ibiza. El libro iba a llamarse: DE PUTA MADRE.
Iba a ser un objeto digno de ver, con estética de cuaderno de viajes, más dibujos al margen y figuritas de los personajes como accesorios para pegar en los espacios en blanco.
Nunca me decidí a hacerlo. ¿Por qué? En parte porque sabía que para que funcionara le faltaba más acción y desarrollo al protagonista... y por alguna extraña razón, como si fuera una infidelidad, me resistía a inventar. Todo tenía que ser cierto.
Para sacarme de una buena vez el librito de encima, voy a publicar entonces un capítulo cada viernes empeazndo desde hoy mismo con el texto de abajo de título ANALISIS.
Espero les guste.
Fer
P.D: Estoy haciendo un ciclo de cine los miércoles y domingos a la noche, por si no sabían. Está funcionando bastante bien y si no fuera yo el que lo organizara les recomendaría muy entusiasmado que vayan a conocerlo.
Los que quieran recibir los flyers semanales mandenme un mail a ferito@hotmail.com
En el 2005 hice un viaje de cinco meses a Ibiza para trabajar una temporada como lo que venga. Eso desembocó en un librito inédito con crónicas de situaciones, personajes y vivencias desde un alter ego algo más inocentón que yo para contrastar con los extremos de Ibiza. El libro iba a llamarse: DE PUTA MADRE.
Iba a ser un objeto digno de ver, con estética de cuaderno de viajes, más dibujos al margen y figuritas de los personajes como accesorios para pegar en los espacios en blanco.
Nunca me decidí a hacerlo. ¿Por qué? En parte porque sabía que para que funcionara le faltaba más acción y desarrollo al protagonista... y por alguna extraña razón, como si fuera una infidelidad, me resistía a inventar. Todo tenía que ser cierto.
Para sacarme de una buena vez el librito de encima, voy a publicar entonces un capítulo cada viernes empeazndo desde hoy mismo con el texto de abajo de título ANALISIS.
Espero les guste.
Fer
P.D: Estoy haciendo un ciclo de cine los miércoles y domingos a la noche, por si no sabían. Está funcionando bastante bien y si no fuera yo el que lo organizara les recomendaría muy entusiasmado que vayan a conocerlo.
Los que quieran recibir los flyers semanales mandenme un mail a ferito@hotmail.com
ANÁLISIS
-Esto no me gusta nada –dijo el doctor.
Yo me sentía fenomenal. Un tanto ansioso, es cierto, ya que si todo salía bien en catorce horas abordaría el avión con destino a Ibiza.
Pero al parecer, no todo salía bien.
-¿Cuándo te vas? –preguntó sin mirarme, mientras revisaba los resultados de los análisis de sangre.
-Mañana a las ocho de la mañana. ¿Algún problema? Mire que ya tengo las valijas hechas.
-¿Mañana? ¡¿Pero vos sos boludo?!
A pesar de que nos conocíamos desde hacía tres exámenes clínicos había cierta confianza. El tipo tenía onda.
-Dele doc, no joda. Yo me voy sí o sí. ¿Pasa algo?
-Primero que nada estás anémico... Pero lo que me preocupa es que además tenés los glóbulos rojos bajos, la bilirrubina alta… esa combinación no es buena.
-Tampoco será para tanto, no? Qué me puede pasar si no me duele nada. Dígame que puedo viajar, la obra social le paga más tarde y quedamos a mano, le parece?
El doctor no me escuchaba. Seguía repasando las hojas de los análisis en silencio, muy concentrado. De pronto pareció recordar algo.
-¿Mañana te vas? ¡¿Pero vos sos pelotudo?!
-Qué se yo… la verdad es que si no era por mi viejo estos exámenes ni los hacía. El chequeo era más que nada para dejarlo tranquilo a él.
-No, esto está mal –concluyó con un tono serio-. Yo no puedo dejar que te vayas así, tengo que hacer más análisis. Esto puede que no sea nada, pero también puede ser un virus, o algo diferente, no se puede saber.
Recién entonces se me activaron los nervios y un escalofrío me acarició la nuca. No entendía cómo podía tener algo grave si en apariencia estaba intacto. Sabía que no era fácil ganarle una discusión al delantal blanco con su colección de diplomas; pero yo tenía pasaje, ilusiones, ansiedad. Y ahora también tenía miedo.
-Dígame la verdad doctor, ¿me puedo morir de esto?
-No puedo saberlo sin hacer más análisis.
Ahí mismo me agarró el ataque, que consistió en aferrarme de la silla, acomodarme en la misma posición siete veces y sentir el invisible nudo en el pecho.
De alguna manera logré quedarme callado y hacer caso. Sabía que aún no existía medicación para el miedo.
...
Unas llamadas, un taxi y una jeringa más tarde tomaba un café con medialunas en un bar frente al hospital. El doctor había movido sus piezas para que los médicos de guardia accedieran a hacerme un nuevo análisis de sangre de urgencia. Dentro de una hora descubriría mi destino. Mientras tanto, reflexionaba mirando a una taza de café.
¿El viaje? Qué importaba el viaje. Yo quería vivir hasta los noventa, jugar a la canasta, quejarme del gobierno. Tantas cosas…
Decí mamá, ¡no toques eso!, quedate acá, estudiá ahí, elegí carrera, ¿todavía no trabajas?, ¿ya te recibiste?
Toda la vida hice lo correcto. Y ahora llegaba el difícil momento después del “título” de periodista. Recién ahora empezaba a decidir por mi cuenta. Recién ahora, que me fugaba de la incertidumbre, de mi precipicio personal, que decidía algo fuera de los parámetros.
Recién ahora, ya se terminaba todo, tal vez.
Necesito más tiempo, no puedo morirme sin saber quién soy, le decía a mi café con la boca cerrada y la mirada fija en ninguna parte.
Ese era uno de los objetivos del viaje. La lista no era larga ni pretenciosa: hacer plata, conocer, conocerme y escapar de mi futuro, que todavía esperaba expectante en algún lugar.
Con veintitrés años ya era tiempo de escarbar en mi personalidad y cavar un túnel directo hacia mi centro para averiguar mis deseos más profundos. El viaje podía podría darme la oportunidad de reemplazar mi cucharita por una excavadora, y acelerar el proceso.
...
El reloj marcó las siete y media de la tarde, hora de saber.
Crucé la calle y esperé en el mostrador el sobre que decidiría mi viaje, mi virus, mi vida. Imaginé a un enfermero radiante con un sobre dorado escrito con letras de colores: Felicitaciones, estás vivo. Y de pronto se me ocurrió que las víctimas del noticiero también debían pensar que ellos jamás, que tenían un ángel aparte, que eran necesarios.
Todos creen que son especiales. Yo no. Por eso soy especial.
Me siento bien, me siento bien, me siento bien , repetí para mí mismo. Esa era la clave.
Por fin llegó el enfermero y me entregó el sobre con una sonrisa. ¿Sería buena señal?
Análisis de Gerardo Koff, soltero, 23 años. Hemoglobina: bien. Hematocrito: bien. Bilirrubina: genial. Todo había sido un error. Me habían dado los resultados de otra persona.
Llamé al doctor para darle las gracias, corrí una cuadra lo más rápido que pude, salté, alcé los brazos, canté la canción de Rocky.
De pronto imaginé a un hombre sintiéndose para el carajo, sufriendo contento porque los resultados de sus análisis son auspiciosos: dicen que no debe preocuparse. En ningún lado explica que son los míos.
Era una lástima, pero yo tenía que festejar. Mi ángel seguía trabajando a la perfección.
...
Ya en casa, antes de empacar el último calzoncillo, abrí mi cuaderno y en la primera hoja anoté: SOY UN OBSERVADOR.
Lo medité por un momento y certifiqué la idea.
Escribí: Mi vida sale, experimenta, gana, pierde, llora, se pelea, vive, se mata de risa. Y yo la miro, sentadito en el asiento plegable de director. Pienso, la analizo, saco conclusiones y cuando se despierta mi mano tomo cuidadosas notas en mi cuaderno, como lo hago ahora mismo. Eso es lo que soy: un espectador de mi propia vida.
Cerré el cuaderno y me acosté mirando al techo.
Este viaje puede ser una gran oportunidad de cambiar, pensé. Quizás con un poco de independencia pueda escapar del cómodo asiento de la platea y trepar hasta la pantalla. Ser el protagonista.
El problema es que nada está escrito, yo mismo tengo que decidir las características de mi personaje. Pero el viaje puede ayudarme a moldear las diferentes aristas del nuevo Gerardo.
Quizás, después de todo, yo sí sea especial.
Como todos los demás.
Yo me sentía fenomenal. Un tanto ansioso, es cierto, ya que si todo salía bien en catorce horas abordaría el avión con destino a Ibiza.
Pero al parecer, no todo salía bien.
-¿Cuándo te vas? –preguntó sin mirarme, mientras revisaba los resultados de los análisis de sangre.
-Mañana a las ocho de la mañana. ¿Algún problema? Mire que ya tengo las valijas hechas.
-¿Mañana? ¡¿Pero vos sos boludo?!
A pesar de que nos conocíamos desde hacía tres exámenes clínicos había cierta confianza. El tipo tenía onda.
-Dele doc, no joda. Yo me voy sí o sí. ¿Pasa algo?
-Primero que nada estás anémico... Pero lo que me preocupa es que además tenés los glóbulos rojos bajos, la bilirrubina alta… esa combinación no es buena.
-Tampoco será para tanto, no? Qué me puede pasar si no me duele nada. Dígame que puedo viajar, la obra social le paga más tarde y quedamos a mano, le parece?
El doctor no me escuchaba. Seguía repasando las hojas de los análisis en silencio, muy concentrado. De pronto pareció recordar algo.
-¿Mañana te vas? ¡¿Pero vos sos pelotudo?!
-Qué se yo… la verdad es que si no era por mi viejo estos exámenes ni los hacía. El chequeo era más que nada para dejarlo tranquilo a él.
-No, esto está mal –concluyó con un tono serio-. Yo no puedo dejar que te vayas así, tengo que hacer más análisis. Esto puede que no sea nada, pero también puede ser un virus, o algo diferente, no se puede saber.
Recién entonces se me activaron los nervios y un escalofrío me acarició la nuca. No entendía cómo podía tener algo grave si en apariencia estaba intacto. Sabía que no era fácil ganarle una discusión al delantal blanco con su colección de diplomas; pero yo tenía pasaje, ilusiones, ansiedad. Y ahora también tenía miedo.
-Dígame la verdad doctor, ¿me puedo morir de esto?
-No puedo saberlo sin hacer más análisis.
Ahí mismo me agarró el ataque, que consistió en aferrarme de la silla, acomodarme en la misma posición siete veces y sentir el invisible nudo en el pecho.
De alguna manera logré quedarme callado y hacer caso. Sabía que aún no existía medicación para el miedo.
...
Unas llamadas, un taxi y una jeringa más tarde tomaba un café con medialunas en un bar frente al hospital. El doctor había movido sus piezas para que los médicos de guardia accedieran a hacerme un nuevo análisis de sangre de urgencia. Dentro de una hora descubriría mi destino. Mientras tanto, reflexionaba mirando a una taza de café.
¿El viaje? Qué importaba el viaje. Yo quería vivir hasta los noventa, jugar a la canasta, quejarme del gobierno. Tantas cosas…
Decí mamá, ¡no toques eso!, quedate acá, estudiá ahí, elegí carrera, ¿todavía no trabajas?, ¿ya te recibiste?
Toda la vida hice lo correcto. Y ahora llegaba el difícil momento después del “título” de periodista. Recién ahora empezaba a decidir por mi cuenta. Recién ahora, que me fugaba de la incertidumbre, de mi precipicio personal, que decidía algo fuera de los parámetros.
Recién ahora, ya se terminaba todo, tal vez.
Necesito más tiempo, no puedo morirme sin saber quién soy, le decía a mi café con la boca cerrada y la mirada fija en ninguna parte.
Ese era uno de los objetivos del viaje. La lista no era larga ni pretenciosa: hacer plata, conocer, conocerme y escapar de mi futuro, que todavía esperaba expectante en algún lugar.
Con veintitrés años ya era tiempo de escarbar en mi personalidad y cavar un túnel directo hacia mi centro para averiguar mis deseos más profundos. El viaje podía podría darme la oportunidad de reemplazar mi cucharita por una excavadora, y acelerar el proceso.
...
El reloj marcó las siete y media de la tarde, hora de saber.
Crucé la calle y esperé en el mostrador el sobre que decidiría mi viaje, mi virus, mi vida. Imaginé a un enfermero radiante con un sobre dorado escrito con letras de colores: Felicitaciones, estás vivo. Y de pronto se me ocurrió que las víctimas del noticiero también debían pensar que ellos jamás, que tenían un ángel aparte, que eran necesarios.
Todos creen que son especiales. Yo no. Por eso soy especial.
Me siento bien, me siento bien, me siento bien , repetí para mí mismo. Esa era la clave.
Por fin llegó el enfermero y me entregó el sobre con una sonrisa. ¿Sería buena señal?
Análisis de Gerardo Koff, soltero, 23 años. Hemoglobina: bien. Hematocrito: bien. Bilirrubina: genial. Todo había sido un error. Me habían dado los resultados de otra persona.
Llamé al doctor para darle las gracias, corrí una cuadra lo más rápido que pude, salté, alcé los brazos, canté la canción de Rocky.
De pronto imaginé a un hombre sintiéndose para el carajo, sufriendo contento porque los resultados de sus análisis son auspiciosos: dicen que no debe preocuparse. En ningún lado explica que son los míos.
Era una lástima, pero yo tenía que festejar. Mi ángel seguía trabajando a la perfección.
...
Ya en casa, antes de empacar el último calzoncillo, abrí mi cuaderno y en la primera hoja anoté: SOY UN OBSERVADOR.
Lo medité por un momento y certifiqué la idea.
Escribí: Mi vida sale, experimenta, gana, pierde, llora, se pelea, vive, se mata de risa. Y yo la miro, sentadito en el asiento plegable de director. Pienso, la analizo, saco conclusiones y cuando se despierta mi mano tomo cuidadosas notas en mi cuaderno, como lo hago ahora mismo. Eso es lo que soy: un espectador de mi propia vida.
Cerré el cuaderno y me acosté mirando al techo.
Este viaje puede ser una gran oportunidad de cambiar, pensé. Quizás con un poco de independencia pueda escapar del cómodo asiento de la platea y trepar hasta la pantalla. Ser el protagonista.
El problema es que nada está escrito, yo mismo tengo que decidir las características de mi personaje. Pero el viaje puede ayudarme a moldear las diferentes aristas del nuevo Gerardo.
Quizás, después de todo, yo sí sea especial.
Como todos los demás.
martes, 3 de marzo de 2009
ENTRE LA PENA Y LA NADA
Firulo dice:
No se si estoy de acuerdo con lo que dice al lado de tu nick: “Entre la pena y la nada elijo la nada, la pena es un compromiso”.
Firulo dice:
Yo me parece que me quedo con la pena… Por lo que venía antes.
Antes de la nada me imagino la nada. Antes de la pena, algo que vale la pena.
luleit dice:
En realidad, mi nick es una cosa que belmondo le dice a jean seberg en Sin aliento, dando vuelta una frase de faulkner que es: "Entre la pena y la nada, elijo la pena"
Firulo dice:
Ah, entonces ya lo pensó Faulkner antes. Siempre me pasa lo mismo.
luleit dice:
Leiste algo de Faulkner? este año lo descubrí y me hice fan (creo, de veras, que deberías leer algo de él).
Firulo dice:
No, pero hace poco conocí a onetti y me hice fan de él.
luleit dice:
Entonces te va a gustar. Dicen que Onetti es el "faulkner uruguayo"
Firulo dice:
lei del faulkner uruguayo pero no del faulkner faulkner, un desastre.
Firulo dice:
Debe ser porque me caía mal por robarme las frases antes que las piense. qué debería leer?
luleit dice:
mira, yo te puedo recomendar uno, pero es cierto que yo lo empecé antes de que me explicaran un poco de que iba todo, y no cazé una. Ahora, una vez que entendí, no pude parar. así que si querés te recomiendo el que leí yo y antes te doy todas las indicaciones del caso.
Firulo dice:
dale, acepto la propuesta. me contás las indicaciones en la jaula de los leones, cuando vayamos al zoológico de noche.
luleit dice:
che, tengo pensado usar la tarjeta de mamá para comprarme regalos de años nuevo, como una malla, esta muy mal?
luleit dice:
perdón pero el msn ayuda a mi dispersión y esquizofrenia
Firulo dice:
no te perdono si te perdono no te perdono dale perdonala bueno te perdono
luleit -dice:
jejeje
Firulo dice:
malla entera o trikini? viste que ahora volvieron los shorts? te copas con los shorts?
luleit - dice:
bikini pero si puede ser medio shorcito abajo, mejor. soy pudorosa
Firulo dice:
O el culot, que está bueno y tiene un nombre horrible
luleit - dice:
me daba cosa poner esa palabra, en la misma sesion de chat (!?) sobre faulkner y demases cosas tan copadas
Firulo dice:
todo vales, como las eses demases demaseseses
luleit dice:
exacto. che bueno, me voy a almrozar
luleit dice:
a almrozar no, a almorzar
Firulo:
a almrozar, mal rozar al rozar almorzar abrazo,
luleit dice:
sí
Firulo dice:
y buen provecho
No se si estoy de acuerdo con lo que dice al lado de tu nick: “Entre la pena y la nada elijo la nada, la pena es un compromiso”.
Firulo dice:
Yo me parece que me quedo con la pena… Por lo que venía antes.
Antes de la nada me imagino la nada. Antes de la pena, algo que vale la pena.
luleit dice:
En realidad, mi nick es una cosa que belmondo le dice a jean seberg en Sin aliento, dando vuelta una frase de faulkner que es: "Entre la pena y la nada, elijo la pena"
Firulo dice:
Ah, entonces ya lo pensó Faulkner antes. Siempre me pasa lo mismo.
luleit dice:
Leiste algo de Faulkner? este año lo descubrí y me hice fan (creo, de veras, que deberías leer algo de él).
Firulo dice:
No, pero hace poco conocí a onetti y me hice fan de él.
luleit dice:
Entonces te va a gustar. Dicen que Onetti es el "faulkner uruguayo"
Firulo dice:
lei del faulkner uruguayo pero no del faulkner faulkner, un desastre.
Firulo dice:
Debe ser porque me caía mal por robarme las frases antes que las piense. qué debería leer?
luleit dice:
mira, yo te puedo recomendar uno, pero es cierto que yo lo empecé antes de que me explicaran un poco de que iba todo, y no cazé una. Ahora, una vez que entendí, no pude parar. así que si querés te recomiendo el que leí yo y antes te doy todas las indicaciones del caso.
Firulo dice:
dale, acepto la propuesta. me contás las indicaciones en la jaula de los leones, cuando vayamos al zoológico de noche.
luleit dice:
che, tengo pensado usar la tarjeta de mamá para comprarme regalos de años nuevo, como una malla, esta muy mal?
luleit dice:
perdón pero el msn ayuda a mi dispersión y esquizofrenia
Firulo dice:
no te perdono si te perdono no te perdono dale perdonala bueno te perdono
luleit -dice:
jejeje
Firulo dice:
malla entera o trikini? viste que ahora volvieron los shorts? te copas con los shorts?
luleit - dice:
bikini pero si puede ser medio shorcito abajo, mejor. soy pudorosa
Firulo dice:
O el culot, que está bueno y tiene un nombre horrible
luleit - dice:
me daba cosa poner esa palabra, en la misma sesion de chat (!?) sobre faulkner y demases cosas tan copadas
Firulo dice:
todo vales, como las eses demases demaseseses
luleit dice:
exacto. che bueno, me voy a almrozar
luleit dice:
a almrozar no, a almorzar
Firulo:
a almrozar, mal rozar al rozar almorzar abrazo,
luleit dice:
sí
Firulo dice:
y buen provecho
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