Regreso al Ambassador para ver el principio de Pechuga, el corto de Tián. Creo que la pelea viene pareja. Patidifusa patea con fuerza, es cierto, pero el cine está en su salsa, es su festival, y eso se respira. Yo estoy bien dispuesto. Que el Universo disponga; trataré de aceptar los resultados con alegría. Para ser sincero, cruzo los dedos porque mi futuro sea cinematográfico. Será más difícil lograrlo, es cierto, pero si en una de esas funciona la satisfacción será mayor.
Espero no ser más petiso de lo que me siento. Tampoco sé cuánto hay que estirarse para alcanzar algo en este rubro. Si hay que ser tan alto, si no hay que ser tan lento, si hay que tener más talento. Muchos llegan sin altura, por suerte o contacto. No sé cómo soportan el vértigo de estar arriba siendo tan cortos. Otra cosa me inquieta: al ir subiendo el espacio será más estrecho. Habrá que alzar los codos para no caerse de la escalera y yo no soy mañoso para esas trampas. En la planta baja somos todos amigos. Quisiera que eso se mantenga.
Ahora vean esto. Luego de seis cortos desparejos, llega por fin la gallina de Tián a ocupar la pantalla. El corto es mejor de lo que pensaba porque pude pensarlo más de lo que lo había pensado y verdaderamente está bien pensado. Decisiones acertadas. El trabajo sonoro, imágenes conceptuales, la elección de un actor con tremendo parecido a su gallina, pues ella es una extensión de él mismo. Eso no debe haber sido fácil de encontrar. Un hombre parecido a su gallina. O una gallina parecida a su hombre. Todo muy prometedor. Pero entonces, justo en la mitad, Pechuga se prendió fuego.
La cinta se calcinó en el proyector, la pantalla devolvió una película hervida, hecha fuego y globitos. Todos nos llevamos las manos a la cabeza diciendo una misma cosa: ¡UH! Se prendieron las luces de la sala. Listo el pollo, quemada la gallina. ¿Qué estará pensando Tián? ¿Y yo? ¿Qué tendrá que ver esto conmigo? ¿Qué estará pensando el Universo? El cine llevado a cenizas. Un corto muerto. El Universo debe estar mirándome atentamente deseando que lea bien su mensaje. ¿Muerte al cine? ¿Muerte a Tián? ¿Mi miniserie está en malas manos? Esto no es bueno.
Giro la cabeza para buscar a Tián entre la gente y compadecerme ante su cara de espanto. No lo encuentro, pero la veo a Clara. ¡Clara! Hace años que no veo tu cara, Clara, pero justo la semana pasada te envié un mail para ver si tenías algún contacto en canal Siete por mi nueva miniserie. Mi padre me había comentado que ella se cogía a Tristán Bauer, o a un amigo de Tristán Bauer. En fin, que por su chongo estaba entongada con el canal. ¡Es una luz al final del túnel! Una luz Clarita.
Subo unos escalones hacia ella y la veo con su amiga Mariela y su hermana (Ana, me recuerdan). Las saludo y en un nanosegundo les cuento todas mis coincidencias para que me ayuden a descifrar los designios detrás de este nuevo hecho. De hecho, al verlas de cerca, recuerdo unas cuantas señales potentes en nuestro pasado en conjunto.
A ellas las conocí hace unos cinco años en la orilla de una playa con piedritas en el sur. Estábamos todos parados con las bolsas de dormir hasta las tetillas mirando al infinito. Congeniamos. Jugamos carreras de embolsados, hicimos series de medialunas continuadas hasta caer al piso, competimos a ver quién lograba contar más estrellas. Yo conté 214 y me aburrí. A la noche los fideos salieron pegados, los comimos directo de la olla y en el fogón Clara nos sorprendió con sus talentos:
1-Prender fuego la punta de una ramita diminuta; soplarla hasta apagarla y dejar el extremo naranja; mover la ramita con gran rapidez formando figuras efímeras en el aire.
2-Enfocar la linterna dentro de la carpa; poner sus manos delante de la luz; hacer figuras de sombras; contar historias a través de ellas.
Con Mariela compartimos otra cosa. Un silencio a las tres de la mañana, los dos sentados sobre un tronco. Yo de novio, ¿ella dispuesta? No sé. Todavía no lo sé. Esa noche dormí para cumplir cierta regla acerca de la infidelidad: considerarla si surge, pero no generarla. Mariela fue la primera. Tres años después dejé pasar la segunda. Otra chica, otro lugar, mismas circunstancias. Si el Universo habló a través de ellas, con el tiempo aprendí a escucharlo. Siempre que volví de esos viajes mis relaciones murieron (recuerden chicos: Verano Mata Relación) y yo quedé atragantado con lo que pudo haber sido. Dudo que haya un strike tres.
Ahora la coincidencia. Años después del regreso de ese viaje al sur me entero de que Clara es hija de uno de los muchachos. Mi viejo se junta religiosamente todos los sábados a comer en el restorán La Escondida con los muchachos. Luigi, Jorge, Guillermo, Claudio y él. Desde hace treinta años. Clara, parece ser, es hija de Guillermo. Recién hoy la reencuentro después de tanto tiempo y novedad. Y eso no es todo: cinco años antes de que yo conociera a Clara, mi hermano Sebastián había entablado amistad con Martín. También en el sur. Martín resultó ser hijo de Claudio, otro de los muchachos. No sólo eso: vivía a media cuadra de la que por ese entonces era nuestra casa de Vicente López. Ahora Clara y Mariela me cuentan que este año se mudaron a dos cuadras de esa misma casa. ¿De qué sirve todo esto? No sé. ¿Será para contarlo?
Luego de veinte minutos sin corto decidimos salir. Bajando los escalones la veo sentada a Cinthia, ex editora de Haciendo Cine, en la época que yo era redactor. La saludo y me cae la ficha acerca de Ana, hermana de Clara. La recuerdo. Ella me recordaba, lo vi en su mirada, y yo hice de cuenta que también, pero no. Ahora sí. Fue en una fiesta. Me acerqué a hablarle. Dije algo divertido, no me acuerdo qué, pero por algo ella me recordaba. Hasta que me contó que su novio era Esteban, el que pasaba música, al que yo también conocía de la revista. Hoy Esteban es el nuevo editor de Haciendo Cine y yo me siento importante.
Tantas señales. Será como los goles y las mujeres: las coincidencias también vienen en rachas. Una vez que uno les presta atención ellas toman confianza y se mandan en caída libre desde el cielo cual equipo de paracaidistas listos para formar figuras en el aire. ¿Qué figura estarán tratando de formar? ¿Será un zapato? ¿Será un espejo de mí mismo? ¿Será egocéntrico sentir que el Universo me tiene en la mira? Ya no importa tanto qué me quiere decir, bastante es que se decida a hablarme. Es como en los premios Oscar: es un honor estar nominado. Antes de que saquen el sobre con el nombre del ganador, Mariela, Clara, Ana y yo nos vamos a comer.
martes, 21 de diciembre de 2010
miércoles, 15 de diciembre de 2010
SEÑALES - PARTE 4
Ante la ausencia de Jovic decido bajar del tercer piso del cine Ambassador para ir a comer algo al shopping. A la salida emerge de un salto Tián entregándome un volante para la proyección de su corto en Historias Breves VI. Tián, uno de esos tipos queribles que se las arreglan para parecer desarreglados, es uno de los creativos de Nah!, la productora amiga que cree firmemente en mi otra miniserie y trata de venderla. Tián, me corrigieron, no es diminutivo de Sebastián sino de Cristian. A mí me había confundido el acento. El acento en la gramática del nombre. Tián no habla con un acento distintivo de Sebastianes. Tián lleva puesta una barba de náufrago en sus comienzos y esa ropa de superantihéroe que, como buen superhéroe, suele ser un mismo uniforme fácilmente reconocible, y, como buen antihéroe, el uniforme consiste en camisa a cuadros abierta con dos o tres pines enganchados a la altura del corazón, remera simpática colorida, pantalón marroncito y zapatillas de lona turquesa. Tián me cae bien.
Dice que mi miniserie ahora mismo está en Chile presentándose junto a otros proyectos de Nah! como la adaptación del Auto Fantástico a los tiempos modernos: el Celular Fantástico. Pinta bien. Subtexto del Universo: (cine sí). Le comento que vi el final de su corto –me colé a la función y llegué a ver solo la segunda mitad- y que, por lo que llegué a ver, me gustó. No tuve que mentir. Me dice que lo mire entero, insiste con el volante viste, y le prometo tratar. Total prometer tratar no significa nada. Es la promesa más fácil que hice en mi vida. Pero la dije con sinceridad. La próxima vez voy a tratar de prometer, que es más difícil.
Mientras le doy el primer bocado a mi hamburguesa en el shopping y trato de conectarme a internet y pregunto la clave del wifi y como papas fritas tibias y pienso en otras cinco o seis cosas, veo el cartel promocionando la hamburguesa de pollo de Mostaza y me ataca un flashback. En el flashback estoy en la productora Nah! y Tián me adelanta algo de su cortometraje. Lo protagoniza un tipo y su gallina.
-Viví ocho meses con la gallina para entrenarla.
-¿Sí? ¿Y cómo se llama?
-Pechuga.
-Si hay algo que no entiendo es la gente que prefiere pechuga. Quiero uno de esos por favor, ¿pero no lo tiene más seco, aburrido y con menos sabor? Gracias. Si no es por razones dietéticas, es inentendible.
Tián sonrió con la sonrisa de un comediante. Me sentí como un mago tratando de sorprender a otro mago. Esas cosas no se hacen.
-¿Y qué tal Pechuga como mascota? ¿Si la llamabas venía?
-Sí, esos trucos los aprendió. La iba a traer al estreno, pero la tuve que mandar al campo de mi tía un tiempo y se murió allá. La agarró un perro.
-Las gallinas nunca mueren de viejas. Como las ovejas y las vacas, esos animalitos nacen tontos para ser masticados. Son pan comido. Se merecen su suerte. Si se rebelaran un poco, despertaran un poco, me daría culpa. Pero no. Por eso no soy vegetariano.
De nuevo esa sonrisa de comediante. Tengo que dejar de hacer esto.
-Igual es una lástima. Me hubiera interesado saber si Pechuga te reconocía en el campo luego de unos meses sin verte. O si se resentía porque la abandonaras. A mí me pasó con mi perro bóxer, todavía no me perdona. Siempre me mira de reojo, deja que lo acaricien todos menos yo. Está muy dolido. Nunca le pude explicar bien. Los perros entienden todo, menos ese tipo de cosas. ¿Cómo le explico a un bóxer lo que es un monoambiente? Yo lo hice para que tenga una mejor calidad de vida, y él no me lo perdona. Para abrazarlo tengo que traerlo a la fuerza. No es lo mismo.
¿A que no adivinan como me miraba Tián en ese momento? No me acuerdo. Ahí terminaba el flashback. Algo pasó y el presente se hizo presente.
Chequeando mails (uno puede tener flashbacks y chequear mails mientras tanto; hoy en día uno puede hacer casi cualquier cosa y estar chequeando mails al mismo tiempo) encontré uno que me llamó soberanamente (?) la atención. De: Universo, Para: Ferito. Era un mail que venía esperando desde hacía seis meses. El Ministerio de Educación finalmente dio luz verde al proyecto En Cortos y en Diciembre seré uno de los sesenta capacitadores que viajarán a lo largo y ancho del país a convencer a chicos de que ellos también pueden hacer cortos. Claro que para lograr eso primero tengo que convencerme a mí mismo. Yo puedo, ellos pueden, nosotros podemos. ¿De verdad puedo? Sí, puedo. Creo. ¿Por qué? Sin dudas esta señal es favorable al cine. Y entonces me llega un mensaje de texto al celular que dice: “Vendimos 2600 pesos!”. Es la venta diaria más grande desde el año y medio que llevo manejando calzado. Léase manejar calzado como tener un comercio de zapatos. Yo no tengo auto ni revolver debajo del asiento. El Universo y sus contradicciones. El cine quiere. Y yo quiero que el cine pueda. Pero Patidifusa resiste.
Dice que mi miniserie ahora mismo está en Chile presentándose junto a otros proyectos de Nah! como la adaptación del Auto Fantástico a los tiempos modernos: el Celular Fantástico. Pinta bien. Subtexto del Universo: (cine sí). Le comento que vi el final de su corto –me colé a la función y llegué a ver solo la segunda mitad- y que, por lo que llegué a ver, me gustó. No tuve que mentir. Me dice que lo mire entero, insiste con el volante viste, y le prometo tratar. Total prometer tratar no significa nada. Es la promesa más fácil que hice en mi vida. Pero la dije con sinceridad. La próxima vez voy a tratar de prometer, que es más difícil.
Mientras le doy el primer bocado a mi hamburguesa en el shopping y trato de conectarme a internet y pregunto la clave del wifi y como papas fritas tibias y pienso en otras cinco o seis cosas, veo el cartel promocionando la hamburguesa de pollo de Mostaza y me ataca un flashback. En el flashback estoy en la productora Nah! y Tián me adelanta algo de su cortometraje. Lo protagoniza un tipo y su gallina.
-Viví ocho meses con la gallina para entrenarla.
-¿Sí? ¿Y cómo se llama?
-Pechuga.
-Si hay algo que no entiendo es la gente que prefiere pechuga. Quiero uno de esos por favor, ¿pero no lo tiene más seco, aburrido y con menos sabor? Gracias. Si no es por razones dietéticas, es inentendible.
Tián sonrió con la sonrisa de un comediante. Me sentí como un mago tratando de sorprender a otro mago. Esas cosas no se hacen.
-¿Y qué tal Pechuga como mascota? ¿Si la llamabas venía?
-Sí, esos trucos los aprendió. La iba a traer al estreno, pero la tuve que mandar al campo de mi tía un tiempo y se murió allá. La agarró un perro.
-Las gallinas nunca mueren de viejas. Como las ovejas y las vacas, esos animalitos nacen tontos para ser masticados. Son pan comido. Se merecen su suerte. Si se rebelaran un poco, despertaran un poco, me daría culpa. Pero no. Por eso no soy vegetariano.
De nuevo esa sonrisa de comediante. Tengo que dejar de hacer esto.
-Igual es una lástima. Me hubiera interesado saber si Pechuga te reconocía en el campo luego de unos meses sin verte. O si se resentía porque la abandonaras. A mí me pasó con mi perro bóxer, todavía no me perdona. Siempre me mira de reojo, deja que lo acaricien todos menos yo. Está muy dolido. Nunca le pude explicar bien. Los perros entienden todo, menos ese tipo de cosas. ¿Cómo le explico a un bóxer lo que es un monoambiente? Yo lo hice para que tenga una mejor calidad de vida, y él no me lo perdona. Para abrazarlo tengo que traerlo a la fuerza. No es lo mismo.
¿A que no adivinan como me miraba Tián en ese momento? No me acuerdo. Ahí terminaba el flashback. Algo pasó y el presente se hizo presente.
Chequeando mails (uno puede tener flashbacks y chequear mails mientras tanto; hoy en día uno puede hacer casi cualquier cosa y estar chequeando mails al mismo tiempo) encontré uno que me llamó soberanamente (?) la atención. De: Universo, Para: Ferito. Era un mail que venía esperando desde hacía seis meses. El Ministerio de Educación finalmente dio luz verde al proyecto En Cortos y en Diciembre seré uno de los sesenta capacitadores que viajarán a lo largo y ancho del país a convencer a chicos de que ellos también pueden hacer cortos. Claro que para lograr eso primero tengo que convencerme a mí mismo. Yo puedo, ellos pueden, nosotros podemos. ¿De verdad puedo? Sí, puedo. Creo. ¿Por qué? Sin dudas esta señal es favorable al cine. Y entonces me llega un mensaje de texto al celular que dice: “Vendimos 2600 pesos!”. Es la venta diaria más grande desde el año y medio que llevo manejando calzado. Léase manejar calzado como tener un comercio de zapatos. Yo no tengo auto ni revolver debajo del asiento. El Universo y sus contradicciones. El cine quiere. Y yo quiero que el cine pueda. Pero Patidifusa resiste.
lunes, 13 de diciembre de 2010
SEÑALES -PARTE 3
De vuelta de la playa regresé al cine Ambassador en busca de Jovic, el coautor de mi futura miniserie. A eso vine a Mar del Plata: a acompañarlo en la presentación de su corto fallido y desearle un muy feliz cumpleaños. Es hoy, pero él sigue sin aparecer. Espero su llegada desde hace tres días con el libro envuelto. El libro se titula Muñecas y trata de un solitario enfermizo que deposita su amor en muñecas inflables, pero no es indirecta. Jovic está mejor que un año atrás, cuando expuso en pantalla su corazón roto, catársis humorística y barba de náufrago. Las aventuras de Jovic, su primer corto, fue presentado con éxito en el festival pasado con el protagonismo absoluto de él mismo, de quién más, siempre con anteojos y hablando de usted. Jovic nunca sale de personaje. En algún momento de su vida delinió el personaje que quería ser y desde entonces lo fue. No descansa ni cuando va al baño. Quizás sufrió la gran Alfredo Alcón, que se metió tanto en la cabeza de su personaje para entenderlo e interpretarlo que luego tuvieron que pasar meses y trabajar barbaridad para lograr salir de él. Quizás.
Jovic filmó aquel corto en tono documental buscando ayuda de viejas, chinos y jóvenes desconocidos para que lo aconsejaran sobre el amor y cómo superar el final de su noviazgo con Hollie, la mujer que se negó a ser. Tuvo la inteligencia de reírse de sí mismo y se regaló un final esperanzador, cruzando la vía del tren para darle un chupetín a su nueva chica. No estoy seguro si eso fue realidad o ficción. Hoy, un año después, regresaría al festival con un segundo corto de la mano de la chica cuya ausencia había inspirado el primero. Probablemente. Ese era el plan, al menos. ¿Qué estará haciendo Jovic en este momento?
El hombre hace lo que puede, supongo. A un padre todo se le justifica. Llegar tarde, faltar a su propia presentación, no contestar el teléfono y él podría salir con:
-Tuve a la nena en casa, mamá no la pudo cuidar.
Contra eso no hay respuesta.
Pero cuando el Universo te está mirando todo tiene otro significado. Todavía me niego a tomar esto como una señal en contra de la miniserie porque, como suele ocurrir, lo último que escribimos es lo que más nos gusta. Necesito creer. Además, todos queremos un final feliz y esta era la oportunidad de Jovic de conseguirlo en la vida real. Mi relación con él, Universo de por medio, estaba en un segundo plano.
¿Volvería Jovic a Mar del Plata junto a Hollie? No hay retorno triunfal mayor que ese: filmar un corto con el corazón arruinado por una mujer y volver con ella del brazo un año después a caminar por la alfombra roja. Claro que él no estaba seguro de todo esto. Últimamente estaban yendo al cine seguido con Hollie. Charlaban y reían llevándose mejor que nunca sin besos de por medio. Cada vez que me contaba de sus reencuentros lo sentía como un niño en la parte baja de la pileta con un miedo terrible de avanzar hacia lo hondo. Igual se había jugado: ella era SU invitada al festival y Jovic ya había averiguado lo necesario para confirmar que la habitación del hotel que le cedía la organización del festival tuviera cama matrimonial. Estaba todo dado para el gran final feliz a la medianoche, cuando cumpliera treinta años. Menos él.
¿Dónde estaba él? ¿Y por qué no me contestaba el teléfono? Espero que mi libro de regalo no sea un presagio. Las muñecas inflables pueden ser divertidas al principio, pero con el tiempo deben hacerse algo monótonas. Y a la larga, por h o por b, la relación se terminaría pinchando. ¿Por qué por h o por b? ¿Por qué no por a o por b? ¿O por a o por z? ¿O por h o por ch? No se, che. Pero por J o por Vic yo abandonaba la espera. Mi día, mis señales, mis definiciones e indecisiones seguirían por otra parte.
Jovic filmó aquel corto en tono documental buscando ayuda de viejas, chinos y jóvenes desconocidos para que lo aconsejaran sobre el amor y cómo superar el final de su noviazgo con Hollie, la mujer que se negó a ser. Tuvo la inteligencia de reírse de sí mismo y se regaló un final esperanzador, cruzando la vía del tren para darle un chupetín a su nueva chica. No estoy seguro si eso fue realidad o ficción. Hoy, un año después, regresaría al festival con un segundo corto de la mano de la chica cuya ausencia había inspirado el primero. Probablemente. Ese era el plan, al menos. ¿Qué estará haciendo Jovic en este momento?
El hombre hace lo que puede, supongo. A un padre todo se le justifica. Llegar tarde, faltar a su propia presentación, no contestar el teléfono y él podría salir con:
-Tuve a la nena en casa, mamá no la pudo cuidar.
Contra eso no hay respuesta.
Pero cuando el Universo te está mirando todo tiene otro significado. Todavía me niego a tomar esto como una señal en contra de la miniserie porque, como suele ocurrir, lo último que escribimos es lo que más nos gusta. Necesito creer. Además, todos queremos un final feliz y esta era la oportunidad de Jovic de conseguirlo en la vida real. Mi relación con él, Universo de por medio, estaba en un segundo plano.
¿Volvería Jovic a Mar del Plata junto a Hollie? No hay retorno triunfal mayor que ese: filmar un corto con el corazón arruinado por una mujer y volver con ella del brazo un año después a caminar por la alfombra roja. Claro que él no estaba seguro de todo esto. Últimamente estaban yendo al cine seguido con Hollie. Charlaban y reían llevándose mejor que nunca sin besos de por medio. Cada vez que me contaba de sus reencuentros lo sentía como un niño en la parte baja de la pileta con un miedo terrible de avanzar hacia lo hondo. Igual se había jugado: ella era SU invitada al festival y Jovic ya había averiguado lo necesario para confirmar que la habitación del hotel que le cedía la organización del festival tuviera cama matrimonial. Estaba todo dado para el gran final feliz a la medianoche, cuando cumpliera treinta años. Menos él.
¿Dónde estaba él? ¿Y por qué no me contestaba el teléfono? Espero que mi libro de regalo no sea un presagio. Las muñecas inflables pueden ser divertidas al principio, pero con el tiempo deben hacerse algo monótonas. Y a la larga, por h o por b, la relación se terminaría pinchando. ¿Por qué por h o por b? ¿Por qué no por a o por b? ¿O por a o por z? ¿O por h o por ch? No se, che. Pero por J o por Vic yo abandonaba la espera. Mi día, mis señales, mis definiciones e indecisiones seguirían por otra parte.
jueves, 9 de diciembre de 2010
SEÑALES - PARTE 2
El director no aparecía y para no parecer un fan de la versión mejorada de Gloria Carrá caminé unos metros por la vereda y me encontré con mis amigos cinéfilos pasajeros. Verónica se había sentado al lado mío en una función de una película sobre Bukowski. Esa noche le pasé una colección de las películas de mi ciclo de cine con packaging artístico (Chivo: http://ojodepezdvds.tumblr.com/) diciéndole:
-Mirá, esta es mi excusa para conocer desconocidos.
Enseguida llegó su amigo Iván, uno de esos jovencitos frágiles que no deben exponerse a sol. No se qué edad tenía, pero parecía de menos. Ella le mostró mis películas y él le contó que se había enamorado de una chica en la cola del cine, que la había espiado hasta ver en qué sala se metía, que había averiguado a qué hora terminaba su película y que iría a buscarla a la salida. Entonces empezó la función y Bukowski subió a upa a una niña de catorce años en vestidito para sentirle las tetillas.
Eso fue anoche. Ahora Iván estaba nervioso con las manos en el bolsillo. Recién habían proyectado su corto: era uno de los que habían contribuido a mi ataque de mediocridad cinematográfica previa al llamado del Universo. Le dije que me habían gustado los títulos de apertura (eso era verdad) y me puse a hablar con su amigo para no mentirle el resto. El amigo, melena despeinada, ya había filmado su primer largo a los 20 añitos ganando una mención del Jurado en el último Bafici.
-¿Cómo se llama?
-Somos Nosotros.
-Me suena, me suena. Ah, no, la que me suena es Todos Mienten. Debe ser porque ambas tienen dos palabras. ¿De qué va?
-La hicimos acá en Mar del Plata en invierno. Amigos, skates, ciudad vacía. Esa onda.
-Ah, tipo Gus Van Sant.
-No.
-Ah.
Me dejé llevar por los jovencitos. Íbamos hacia el mar sin intenciones de pisar la arena. Eran cinco. Todos estudiantes de cine. Esperanzados, con proyectos y ganas de hacer. Yo prestaba atención a cada detalle. Una vez que el Universo te habla es necesario seguir escuchando; si uno le deja la oración por la mitad puede sacar conclusiones equivocadas y terminar vendiendo zapatos de tacón alto en lugar de usarlos o filmarlos. Todas cosas bien distintas. Debía prestar atención al menos hasta que terminase el día. Quizás los astros me estaban dando nuevas pistas en ese preciso momento y yo no las podía ver. ¿Era una señal estar rodeado de veinteañeros entusiasmados por el cine? ¿Ellos eran quién yo debía haber sido? ¿O quién yo ya no podría ser? Preferí pensar que si ellos podían, yo también. Pero luego llegamos al Meeting Point y no me dejaron entrar. No tenía la credencial del festival colgando alrededor del cuello.
Me senté en un escalón mirando hacia el mar, saqué mi cuaderno de cuentos dibujados (o dibujos escritos) y me puse a copiar el monumento al lobo marino.
Alrededor del dibujo escribí esto de corrido:
Una foca tiene un monumento
y yo no consigo salir en los diarios,
y es que tanto fue inventado
que solo quedan por crearse
granitos de arena,
eso que somos
y terminaremos siendo,
y sin embargo, con microscopio,
somos tanto más, que quizás,
valga la pena cantarle al viento
sin pensar quién esté escuchando,
pues al canto lo irá llevando
el viento como un secreto
que volará sin alas
y regresará un día
dentro de un desconocido
que dejará de serlo
mientras la foca o lobo marino
seguirá de piedra en su tarima
con el orgullo de ser estatua
y de permanecer intacta
para ser la foto de un turista
mientras jóvenes anarquistas
con pintura en aerosol
En ese momento tuve un Deja Vu y me detuve para recordarlo. En mi Deja Vu estaba escribiendo en un cuaderno mirando al mar. Me desconcentraba y abandonaba abruptamente el texto. Traté de recordar el contexto. ¿Había estado haciendo esto mismo en algún otro lugar? No. Entonces era un presagio. Dejé el texto como estaba, cerré el cuaderno y me pregunté si eso significaba algo más. ¿También tenía que dejar de escribir?
NO. El Universo puede hacer sugerencias, pero no tiene el poder de decidir por mí. Al menos en ese pequeño rubro yo soy más poderoso que el Universo. O esa quería creer, porque a fin de cuentas le hice caso. Tenía razón: no estaba inspirado. Estaba fumado. Y por cómo había pegado en ese momento convenía sentir antes que pensar. Así es que guardé el cuaderno en la mochila y fui caminando hacia la arena.
-Mirá, esta es mi excusa para conocer desconocidos.
Enseguida llegó su amigo Iván, uno de esos jovencitos frágiles que no deben exponerse a sol. No se qué edad tenía, pero parecía de menos. Ella le mostró mis películas y él le contó que se había enamorado de una chica en la cola del cine, que la había espiado hasta ver en qué sala se metía, que había averiguado a qué hora terminaba su película y que iría a buscarla a la salida. Entonces empezó la función y Bukowski subió a upa a una niña de catorce años en vestidito para sentirle las tetillas.
Eso fue anoche. Ahora Iván estaba nervioso con las manos en el bolsillo. Recién habían proyectado su corto: era uno de los que habían contribuido a mi ataque de mediocridad cinematográfica previa al llamado del Universo. Le dije que me habían gustado los títulos de apertura (eso era verdad) y me puse a hablar con su amigo para no mentirle el resto. El amigo, melena despeinada, ya había filmado su primer largo a los 20 añitos ganando una mención del Jurado en el último Bafici.
-¿Cómo se llama?
-Somos Nosotros.
-Me suena, me suena. Ah, no, la que me suena es Todos Mienten. Debe ser porque ambas tienen dos palabras. ¿De qué va?
-La hicimos acá en Mar del Plata en invierno. Amigos, skates, ciudad vacía. Esa onda.
-Ah, tipo Gus Van Sant.
-No.
-Ah.
Me dejé llevar por los jovencitos. Íbamos hacia el mar sin intenciones de pisar la arena. Eran cinco. Todos estudiantes de cine. Esperanzados, con proyectos y ganas de hacer. Yo prestaba atención a cada detalle. Una vez que el Universo te habla es necesario seguir escuchando; si uno le deja la oración por la mitad puede sacar conclusiones equivocadas y terminar vendiendo zapatos de tacón alto en lugar de usarlos o filmarlos. Todas cosas bien distintas. Debía prestar atención al menos hasta que terminase el día. Quizás los astros me estaban dando nuevas pistas en ese preciso momento y yo no las podía ver. ¿Era una señal estar rodeado de veinteañeros entusiasmados por el cine? ¿Ellos eran quién yo debía haber sido? ¿O quién yo ya no podría ser? Preferí pensar que si ellos podían, yo también. Pero luego llegamos al Meeting Point y no me dejaron entrar. No tenía la credencial del festival colgando alrededor del cuello.
Me senté en un escalón mirando hacia el mar, saqué mi cuaderno de cuentos dibujados (o dibujos escritos) y me puse a copiar el monumento al lobo marino.
Alrededor del dibujo escribí esto de corrido:
Una foca tiene un monumento
y yo no consigo salir en los diarios,
y es que tanto fue inventado
que solo quedan por crearse
granitos de arena,
eso que somos
y terminaremos siendo,
y sin embargo, con microscopio,
somos tanto más, que quizás,
valga la pena cantarle al viento
sin pensar quién esté escuchando,
pues al canto lo irá llevando
el viento como un secreto
que volará sin alas
y regresará un día
dentro de un desconocido
que dejará de serlo
mientras la foca o lobo marino
seguirá de piedra en su tarima
con el orgullo de ser estatua
y de permanecer intacta
para ser la foto de un turista
mientras jóvenes anarquistas
con pintura en aerosol
En ese momento tuve un Deja Vu y me detuve para recordarlo. En mi Deja Vu estaba escribiendo en un cuaderno mirando al mar. Me desconcentraba y abandonaba abruptamente el texto. Traté de recordar el contexto. ¿Había estado haciendo esto mismo en algún otro lugar? No. Entonces era un presagio. Dejé el texto como estaba, cerré el cuaderno y me pregunté si eso significaba algo más. ¿También tenía que dejar de escribir?
NO. El Universo puede hacer sugerencias, pero no tiene el poder de decidir por mí. Al menos en ese pequeño rubro yo soy más poderoso que el Universo. O esa quería creer, porque a fin de cuentas le hice caso. Tenía razón: no estaba inspirado. Estaba fumado. Y por cómo había pegado en ese momento convenía sentir antes que pensar. Así es que guardé el cuaderno en la mochila y fui caminando hacia la arena.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)