viernes, 14 de mayo de 2010

LOCOMOTORA ABRE SUS PANTALONES

Estoy en el jardín de mi antigua casa de Vicente López. Alguien que por su aspecto podría o no ser Locomotora Castro me dice con serenidad que le chupe la verga. Es un domingo soleado con amigos, y Locomotora está sentado a mi lado, ambos en sillas de plástico blancas. Hago como que no lo escucho. Parece una broma, pero Locomotora saca una pistola plateada y de a poco, disimuladamente, la gente se empieza a ir.

Pienso en decirle algo, no se qué exactamente. Algo. Locomotora hurga un poco más en su bolso deportivo y también saca una metralleta. La apoya en el pasto mientras se agacha para atarse los cordones y acomodarse bien antes del proceso. Tengo la posibilidad de hacer un movimiento súbito para arrebatársela jugándome la vida ahí mismo pero decido que es mejor mantener la calma, mostrarme tranquilo y con buena voluntad. Quizás de esa manera pueda aguarle el placer de mi pánico en caso de que eso sea lo que lo que lo excite y al final prefiera que no se la chupe muerta por una cuestion de virilidad. Ademas resulta que soy cobarde hasta en mis sueños, y si llegara a arrebatarle la pistola plateada lo más probable es que el seguro este puesto y al apretar el gatillo nada funcione.

Algo se supone que debería pasar para evitarme este mal rato. Miro a los rulos de Locomotora mientras se va desabotonando la bragueta lentamente.
-¿Estaría bueno editar esta parte del sueño no? -le digo en broma.
No le causa la menor gracia. Justo aparecen dos chicas que habían ido al baño y nos interrumpen sin estar al tanto de la situación. Locomotora se ve que las conoce y ya con el pantalón desabrochado se saca el miembro con los huevitos como si fuera retractil y se los acerca a la cara haciendoles una broma de mal gusto.
-¿Ustedes quieren también?
-No. Seguro está sucia y sin lavar.
Locmotora sonríe, baja su poronga retractil y la guarda en una botinera. Era como un mini cañón de barco pirata hecho de piel.

De nuevo hay gente alrededor, parece que pasó el momentum. Siento que el riesgo todavía está latente y al verlo a Agus le pregunto si la puerta de salida está abierta. Me da las llaves. Salgo corriendo.

Al llegar estaba abierta, pretendo cerrar con llave detrás de mí pero ninguna llave cierra. Lo que siempre supuse se cumple: mis manos temblorosas por la adrenalina impiden que le emboque al agujero. Tiro las llaves y salgo corriendo.

Cada pierna me pesa una barbaridad. Corro tan lento que hasta un jubilado en muletas sería capaz de ganarme una carrera. Se que necesito estar a tres cuadras de distancia para sentirme a salvo pero las piernas me pesan, me pesan, me pesan.

Me despierto sobresaltado.
Quizás sea tiempo de volver al psicólogo.

No hay comentarios: