domingo, 30 de mayo de 2010

CUZCO A LA LUNA

Me encantan las calles empedradas bajo la lluvia. Aunque resulten incómodas para andar en bicicleta. Llueve, los faroles me miran, yo me despierto y los adoquines brillan. La noche de Cuzco es generosa.

El crater en la mitad de la calle es capaz de tragarse a un gordo de un bocado. Un soñador mirando hacia arriba desaparecería en un segundo. Yo me salvé de casualidad. Me lo quedo mirando. Un auto pasa y lo elude por centímetros. Miro a los costados: todo sigue igual. Abajo del cráter se escucha el océano. ¿O será la lluvia? Alguien tiene que hacer algo. Voy al bar más cercano y aviso. Un turista argentino coincide en que hay que hacer algo. Buscamos con qué taparlo. No hay nada a mano. Tiramos una piedra y la oímos hundirse. Nos quedamos mirando la oscuridad. Un auto pasa a toda velocidad, me tapo los ojos. Oigo a la rueda hundirse en el crater. Los abro. Todo sigue igual. La noche de Cuzco es generosa.

Cerca de la zona bailable nos abordan como mosquitos para regalarnos entradas y pisco sour. Los adolescentes venden carisma e insistencia. Nosotros compramos por conveniencia. Irme de bares es algo que nunca hice por falta de auto. Pero acá están uno al lado del otro: cumbia de mujeres sueltas, rock de hombres tomados, vale rotar y volver a entrar. La noche de Cuzco es generosa.

A la salida siguen los mosquitos, pero más chiquitos. Mosquititos. Los nenes venden lástima en diversas formas. Uno no les mira las manos; les mira los ojos y decide si compra. Se mete lo comprado en el bolsillo y recién al otro día se entera. Desperté con tres paquetes de chiclets. La noche de Cuzco es generosa.

1 comentario:

Malena dijo...

pobres mosquititos....

cada vez me dan más envidia tus viajes...jaja

saludos