*Se recomienda leer con anterioridad JOSE SE QUEDA DORMIDO
Es una fábrica grande. En el piso siete alguien abre la puerta y prende la luz. Es un hombre pelado de bigotes y anteojos que se llama José. Viste pantalones negros, camisa blanca y corbata a tono.
-¡Bueno, señores! –anuncia a los trabajadores -. En piso de arriba todos los José ya están durmiendo, así que ya saben: ¡A trabajar!
Y cierra la puerta.
Es una fábrica grande. En el piso siete alguien abre la puerta y prende la luz. Es un hombre pelado de bigotes y anteojos que se llama José. Viste pantalones negros, camisa blanca y corbata a tono.
-¡Bueno, señores! –anuncia a los trabajadores -. En piso de arriba todos los José ya están durmiendo, así que ya saben: ¡A trabajar!
Y cierra la puerta.
Los José del piso siete rodean la gran mesa principal listos para el brainstorming. Bien preparados, son guionistas que comparten una misma visión (miopía; anteojos de graduación 4,25) y un mismo estilo (pelada de la nuca a la frente, bigotes rubios a-lo-Teto-Medina).
De ellos depende la calidad de los sueños.
Frente a cada asiento hay un micrófono que transmite cada palabra pronunciada directamente al casco de última tecnología que lleva puesto José Receptor. Este José recibe los datos y, mediante un dispositivo complejísimo, los mezcla arbitrariamente para luego traducirlos en imágenes proyectándolos en la pared.
Esto lo consigue pedaleando sin parar en una bicicleta fija de paseo con freno contra pedal.
El que más habla en la mesa es José Recopilador.
Tiene puesto ese traje marrón gastado (sí, el mismo de ayer) y trajo, como de costumbre, su anotador gordo y compacto, donde lleva la información que fue recapitulando a lo largo del día. Está todo ahí dentro: qué comió, a dónde fue, las conversaciones que tuvo y los rasgos de cada persona que se cruzó en el subte.
Meticuloso, está atento a todo y no deja pasar nunca ningún detalle. De día anota, de noche cuenta. Un poco lo explotan, pero a él le gusta su función. Es el encargado del relleno del sueño –locaciones principales, caras de los extras, acciones menores-, aunque a veces cuela un par de escenas en la trama principal.
Al lado suyo se sienta José Subconsciente, que se siente superior al resto. Él sabe cuáles son los verdaderos problemas de José, esos que lo traumatizan desde la infancia, pero cada vez que le preguntan se queda callado.
-Secreto profesional -dice-. Confidencialidad psicólogo-paciente.
Con su sonrisa socarrona, alza las cejas cada vez que acerca la cabeza al micrófono para decir las palabras justas.
-Son datos clave que muchas veces pasan de largo, pero tienen gran importancia en la trama, porque si se analizan pueden dar pistas de los conflictos a solucionar en la vida real. Lo mío es la sutileza, se entiende?
-Son datos clave que muchas veces pasan de largo, pero tienen gran importancia en la trama, porque si se analizan pueden dar pistas de los conflictos a solucionar en la vida real. Lo mío es la sutileza, se entiende?
Enfrente de él se sienta José Problemitas con la mirada perdida y el brazo en alto, como si estuviera por accionar la palanca de una máquina tragamonedas. Cada tanto alguien le baja el brazo y él dice una palabra al azar en voz alta: sandía, ñandú, ¡mertiolate!
-Su aporte es sus-tan-cial –explica Subconsciente con un aire de superioridad-. Problemitas aporta el toque de surrealismo que le da color a los sueños.
-¡Rinoceronte!
Uno de los pequeños José Recuerdos acaba de accionarle la mano.
Los chiquilines se la pasan jugando por todos los rincones de la oficina. Son muchísimos, corren de acá para allá, se tropiezan, cantan, dan vueltas carnero, hacen barullo y travesuras.
A veces se suben a la mesa y llegan a decir palabras en los micrófonos antes de que los saquen. Entonces el recuerdo se mete en el sueño y una escena sexual con la prima segunda se mezcla con flashbacks del padre empujandolo en una hamaca.
Subconsciente se enoja mucho con ellos –al otro día José va a levantarse con culpa, como si se hubiera acostado con su padre-, pero un poco de caos es necesario.
Por último está el comando de Espías. Son sigilosos, tienen walkie talkies y llevan en la cabeza esos cascos de minero con linternas.
Se escabullen con cuidado en el piso ocho, donde duermen todos los José, y trasmiten información de lo que ocurre en los alrededores de la cama. La sensación térmica, el ruido de un grillo molesto, gotas de lluvia rebotando en el balcón.
Trabajan en conjunto con José Espía que, sentado en la mesa del piso siete, dice lo que llega del walkie talkie inmediatamente en el micrófono. Así, la información de último momento puede cambiar el transcurso de un sueño; como cuando trasmiten las ganas de hacer pis, que generan el efecto disco-rallado repitiendo sistemáticamente la escena dificultades-de-mear-en-el-baño-público hasta que José se levanta de la cama para hacer pis con los ojos entreabiertos.
Cerca de la hora de despertarse, los Espías tienen que estar atentos: cuando se prende la luz del piso ocho hay que salir corriendo.
Algunos José los persiguen apenas abren los ojos y si llegan a atraparlos los obligan a confesar.
-¿De qué trataba el sueño? ¿De qué?
-¿De qué trataba el sueño? ¿De qué?
Y los torturan con cosquillas.
Los Espías no se pueden contener (son muy cosquilludos), pero saben que si hablan demasiado Subconsciente irá tras ellos. Por eso tiemblan de miedo y sólo dicen palabras sueltas.
-Abuela… bijouterie hindú… el ombú que había enfrente del colegio… ¡el Ruso Manusovich!... no puedo decir más, por favor, ¡no puedo!
-Abuela… bijouterie hindú… el ombú que había enfrente del colegio… ¡el Ruso Manusovich!... no puedo decir más, por favor, ¡no puedo!
Esos Espías ya no bajan al piso siete. Se quedan trabajando por siempre en el octavo, donde todo es más rutinario y predecible. Donde las sorpresas, la locura y los sueños imposibles solo pasan a saludar cada tanto.