martes, 20 de abril de 2010

FUNERALES

Llego a Tablada y por fin entiendo la definición de cementerio. Mi cementerio de cabecera suele ser el Jardín de Paz. Ahí todo es verde, cuidado y privado. Hay árboles y pajaritos y las lápidas son sutiles. Están hundidas en el pasto, sin sobresalir. Si uno no se acerca a ver, casi que ni se da cuenta de que está en un cementerio. Dan ganas de hacerse un picnic sobre los muertos y todo. Además las calles tienen nombres preciosos. Mamá está enterrada en la esquina de calle destino y esperanza. Tablada es más realista. Ahora doblamos la calle 152 y vamos hacia la 243. Un número más, un número menos. Eso vendríamos a ser. Las lápidas erectas se apoderan del paisaje. Por todos lados cemento. Ahí caí: cementerio. Hoy toca despedir al abuelo de Mati. Este es mi funeral número ocho.


Cuando llegamos tuvimos que esperar unos veinte minutos. Tiempo muerto. Pero cuando arranquemos con la ceremonia también será tiempo muerto. Así que da lo mismo.
-¿Por qué esperamos tanto?
-Están lavando el cuerpo.
Linda imagen nos dejan en la mente. ¿Cómo se vestirán para hacer el trabajo? ¿Usarán mameluco? ¿Al cadaver lo desvisten y vuelven a vestir o todo el trayecto estuvo desnudo en el ataúd para ganar tiempo? Por lo menos no tuvimos que ver el cajón abierto. Los judíos preferimos que la última imagen sea otra. Salteando la imagen mental que nos acaban de generar. Esa no cuenta.


Para borrarnos la imagen del último baño organizamos una charla de café. Aunque no tenemos café. Estamos en un banquito típico de plaza, así que llamémosle charla de banquito. Observando a la abuela esperando sola en el carrito de golfista que la llevará hasta la tumba de su marido resolvemos que por lo general las mujeres sobreviven a sus hombres. ¿Por qué será esto?
1-Los señores suelen tener más edad que sus señoras.
2-Los hombres trabajaron toda su vida, algunas damas no.
3-Las mujeres se mantienen ocupadas hasta el final: ser madre y romper las pelotas son ocupaciones de toda la vida.
Hay que ver si cambia la tendencia cambia cuando nuestra generación termine de degenerarse.


Alguien comenta que nuestro viejo amigo Conejo trabaja en la AMIA y le hizo un descuento importante a la familia de Mati. Cincuenta por ciento de descuento, nada menos. Recuerdo que en el funeral de mi abuela el descuento había sido del 15 por ciento. Refunfuño. Todo mal con Conejo. Tiene preferencias.
-¿Sabés cuánto sale un funeral en Tablada?
-¿Cuánto?
-Banda. Algo así como 36.000 pesos.
Se me ocurre que es otra estrategia más para perpetuar al pueblo judío. Ya amenazan con descartarte si te casás con alguien de otra religión y te obligan a comer la comida preparada especialmente por judíos para asegurar el bienestar económico del clan. Ahora te tocan el bolsillo para arruinarte el último suspiro.
-Estoy tan deprimido que me moriría -se dicen los judíos-, pero no me alcanza la plata. Y se mantienen con vida.


Ahora sí caminamos por calle 152 hacia la 243. Alguien dice que no leámos los nombres de las lápidas, pero es inevitable. Samuel, Jacob, Aída, Shlomo. Los veinte nombres judíos conocidos repetidos por doquier. Y Chicha. ¿Qué hace Chicha acá? No sabía que valía poner apodos en lápida. Nunca vi la tumba de Tito a secas. Se prestaría a la confusión. Aunque la foto ayuda. Muchas lápidas tienen fotos. ¿De qué edad corresponde que sea la foto? Algunos los ponen ya abuelos, pero yo no comparto. Tiene que ser en la plenitud de la vida. ¿Cuándo es eso? Cuando ya estás asentado en lo profesional, conformaste una familia con hijos y supiste mantenerla. Ya lograste lo más difícil en la vida, ahora sólo te queda vivirla. Si alguna vez llego a cumplir ese objetivo, ¡sáquenme una foto! Esa es la sonrisa de mi lápida. Aunque cuando yo muera, las lápidas probablemente ya no tengan fotos, sino hologramas. Ir al cementerio va a ser mucho más alegre. Estoy convencidísimo.


La tumba espera abierta. Hay tierra al costado. Los hombres que bajan el cajón con cuerdas tienen botas de hule y el overol tajeado en la rodilla. No me parece. En mi funeral quiero que todos, incluso ellos, estén de frac.
-Ahora viene la peor parte -dice alguien.
-A menos que seas morboso.
El rabino invita a los familiares a ayudar a enterrar al ser querido. Pasan primero los hijos, toman la pala clavada en la pila de tierra, sacan un buen pilón y lo arrojan al agujero. La tierra golpea contra la madera. El sonido retumba, se siente en el pecho. Pasan otros familiares. El metal de la pala cruje contra el asfalto al juntar tierra. Escalofríos. La tierra cae de golpe. Retumba en el pecho. La secuencia se repite. Algunos prefieren acercarse y tomar un puñado de tierra pequeño para soltarlo con la mano. A eso estoy acostumbrado. El efecto es menos fuerte. Al final el rabino toma la pala y tira cuatro golpes de tierra. Alguien me explica que hay que cubrir el ataúd por completo. El resto lo harán más tarde los hombres de patas de hule. Mejor. Esto ya fue demasiado.


Regresemos al comienzo. Tantas lápidas. Por todos lados. Cada una dice la fecha de inicio y de final. María Goldstein, fall 8 jun 1984. Daniel Finkelstein, fall 14 oct 2001. Siempre fall. Me pregunto si todos murieron en otoño. ¿Será porque es el otoño de la vida? No. Probablemente yo sea demasiado infantil. Es difícil evitarlo. Hay que evadirse de lo que nos rodea. Buscar las tumbas más originales surge como la nueva evasión de lo impuesto. Zapping de lápidas.

Fanny L. de Palma
Gordita querida!!
Tu esposo, hijos y nietos.
(hay que ver si ella los hubiera dejado
escribir eso si seguía con vida)

Josefina Zaidel
Mujer virtuosa que apoyó a su esposo
para obras de solidaridad y ayuda al projimo.
(Esto lo escribió el marido para anotarse
un poroto frente a Dios y la comunidad).

José Lischinsky
Zeide! Papá! Hijo!
(No sabemos si este hombre vivía
de fiesta o era medio sordo).

Más y más lápidas. Pocos epitafios. Casi ninguno. Yo quiero tener un epitafio. Que mi tumba hable por mí. Que diga quién fui en vida. Algo más que cuando nací, cuando me fui y cuántos descendientes tuve. Pero resumirse en una frase no es fácil. Se me ocurre que quienes mejor nos definen son nuestros enemigos. No sé si lo leí en algún lado o si lo acabo de inventar. Igual imagino al Guasón graffiteando la tumba de Batman y me arrepiento. Es demasiado riesgoso.

Muertos. Por todos lados. Con Dani nos imaginamos cómo sería un cementerio chino. Barbaridad de gente enterrada.
-Para ahorrar espacio quizás les convenga enterrar únicamente las cabezas.
-Y que las pongan en una caja con resorte. ¡Sorpresa!
-No tiene por qué ser la cabeza -agrega Rochi-. Puede ser una parte del cuerpo. La más representativa. A un delantero la pierna derecha, a una estrella porno que le entierren la poronga, y así.
-No sé. A mi que me entierren entero, total soy compacto.
-Es verdad, no tiene sentido. Los chinos en general también son compactos.

Volvemos al punto de inicio. Damos los abrazos correspondientes. Nos vamos. Todavía me falta mucho por hacer, pero ya tengo un epitafio posible. Pase lo que pase, creo que me identifica. Y es una de las cosas importantes a lograr en vida. Va a ser genial. Vas a ver. No puedo esperar para verla. Pero mejor sí. Esperemos. Qué apuro hay. Aunque ya estoy poniendo en práctica el epitafio. No soy hipócrita. Siempre fui así. Y lo seguiré siendo. Vas a ver. Simple y directo. Fijate:

Fernando Milsztajn
Se hizo querer.

1 comentario:

Unknown dijo...

Es trágico, definitivamente. pero lo cerrás con mucha dulzura, Fer.

besou!