Tiene patillas. No al nivel Wolverine, pero las tiene. Como todo vendedor, enseguida quiere ser nuestro compinche. No sea cosa de arriesgar la firma del contrato tan cerca del final.
-Justo una señora me preguntó por el local esta semana. Quedé en responderle, pobre. Se había entusiasmado.
Sí, justo. Hace cuatro meses no se alquila pero ayer casi que si. Justo.
Nos convida un café de su máquina express. El mejor café del país.
-¿Dónde conseguís un café así a $ 3,50, me querés decir?
-Si es de máquina, cómo sabés cuánto sale cada uno?
-Los sobrecitos se venden aparte. Son saborizados: capuchino, late, etc.
-Nunca podría tener uno de esos en casa. No quiero saber cuánto estoy gastando cada vez que me sirvo un café.
-Pero éste café... por favor.
Vamos al grano. Ahora leyendo el contrato resulta que somos todos judíos. Qué bárbaro. Vos parecés, vos no tanto. ¿Cuál es tu apellido? Como el premio nóbel, pero distinto. En la aduana hacen cada cosa. Y cerramos trato. El tipo está contento.
-Ya se viene el frío vieron, este verano me fui a Uruguay. Me encanta Uruguay. ¿Saben por qué a ellos les va tan bien? Porque no tienen bosteros ni peronistas. Si en Argentina no hubiera peronistas ni bosteros, el país que seríamos. Yo estoy pensando en hacerme uruguayo. Si gana Duhalde no lo dudo.
Hasta pronto, señor.
jueves, 15 de abril de 2010
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