Tenía muchas ganas de averiguar si la pelota doblaba. Patear al vacío y con comba (aunque nunca me salió del todo bien la comba)y ver que tan recto y directo salía el disparo. Patear en plena Avenida, apuntando a un cine o un local de comida rápida. Que fuera así, una comba urbana. Pero no tenía pelota. Y primero había que aterrizar.
Los chicos ya tenían dolor de cabeza. Sugestión, que le dicen. Además habían comprado las Sorochis y querían estrenarlas. Las Sorochis son placebos que venden a turistas para el mal de la altura. Ojalá sufriera el mal de la altura. Siempre fui tan petiso.
Llegamos a La Paz, en tiempo y forma. La Paz, nomás. Nos quedamos esa noche y a la mañana nos vamos. No más, La Paz. En el aeropuerto comienza mi adicción visual por los carteles del viaje. Este tenía dibujitos y explicaba en cuatro pasos sencillos como lavarse las manos (1-prender la canilla, 2-poner las manos bajo el agua, 3-apagar la canilla, 4-secarse las manos). También había otros que explicaban cómo toser o estornudar. Se ve que la moda de la gripe porcina seguía en pie.
Tomamos un taxi hacia la ciudad, son las once de la noche. Al rato, entre curva y curva, nos empezamos a preguntar si realmente estamos en un taxi o si todavía seguimos en el avión. Es cierto que la Paz se encuentra a miles de metros de altura, pero la visión taxidermista (no, no?) bajando la montaña desde el aeropuerto ofrece las luces infinitas de una ciudad en miniatura. La maqueta de una ciudad nocturna que se va agrandando lentamente. Muy parecido a la perspectiva previa al aterrizaje, que es el mejor momento por escándalo para ver por la ventana en un avión. Con la diferencia que el vistazo desde el pajarito de metal es fugaz, mientras que acá nos ibamos acercando de a poco a esos farolitos desparramados por la montaña.
-Pega la Sorochi eh!
-Si yo no tomé y veo lo mismo... -avisa Rocío.
-Pero vos la tenés incorporada: Sos Rochi.
-Cuá.
-Shhh que quiero ver.
Cierto, era un momento para estar en silencio. Como un amanecer.
El taxi nos deja en zona céntrica y caminamos sin rumbo a paso de tortuga en busca de hostel. Paso a paso, para no agitarnos de más. Como un bebé agarrado de la mesa o un astronauta descubriendo por primera vez cómo es esto de caminar en la luna. Miramos hacia arriba los negocios iluminados y coloridos de pollo frito y chicharrones. Mucho amarillo y rojo, pero ningún Mc Donald´s. Se ve que captaron la esencia. Por suerte está oscuro pero no se respira miedo. Será porque no se respira mucho. Esperamos al segundo tiempo para cambiar de aire, pero no hay más tiempo y el aire es el mismo en todos lados. No se a quién pedirle el cambio. Para recuperarme intento respirar por la nariz y la boca al mismo tiempo. No funciona.
Me distraigo ejercitando algo que me seguirá a todos lados: la mirada fotográfica. Veo locales que son a la vez farmacias y Peñas culturales. Carteles políticos que prometen "Evo de Nuevo". Graffitis en paredes resquebrajadas con pintadas que dicen "Aprendí a leer... ya no me mamas". Puestos de diarios con la Revista Cosas, que en la tapa muestra una familia feliz sonriendo. Publicidades de celulares con el nombre VIVA y el slogan más abajo: Estás vivo! Y mucho color. Caminar despacio por lo desconocido con los ojos abiertos y la realidad un poco más cerca de lo habitual me generaba la sensación de haber fumado marihuana. Lo juro: estar en la altura es como drogarse gratis.
Entramos a un local para comer algo. Bin Bom, se llama, y es uno de tantos Mc truchos. Venden entrepiernas de pollos en combos, tés de coca, tortas verdes fluorescentes y helados. Las mesas son de plástico amarillo pero en la pared hay cuadros bonitos y al fondo se ve un hogar falso encendido. Extraña decoración.
Tés de coca para todos. El agua hervida, juró la moza, así no inaugurábamos el viaje vomitando o con cagadera. La primera impresión de los bolivianos era que parecían demasiado tímidos. ¿O eramos nosortos que los intimidábamos? Ellos no hablan; murmuran. Y yo pensaba que tenía la mala costumbre de hablar para adentro tragándome palabras, pero la moza decía oraciones enteras sin separar los labios.
Luego de comer salimos nuevamente en busca del hostel. Le ofrecí 50 bolivianos a Mati para que corriera una cuadra a toda velocidad así todos veríamos qué efecto tenía la altura en esas condiciones; pero no se animó. Seguíamos agitados con el paso a paso. Llegamos al hostel, entramos a la habitación, caímos en la cama y empezamos a reír. Rochi hizo su rutina de cubrirse con una frazada y jugar a la chola. Dani se reía como hiena, y Rochi también, pero ella siempre fue más hiena que Barrios. Intentamos sacar cuentas de bolivianos a pesos y no logramos sumar dos más dos. La altura nos tenía idiotizados. Lentos. Sedados. Dormidos. Tarados. Si nos agarra uno un poco ligerito, seguro nos gana 6 a 1. Ya no culpo a los muchachos de la selección. Pero seguiré culpando a Maradona. No soporto la soberbia.
A dormir! Siento que en posición horizontal todavía es más difícil respirar. Hay que concentrarse para aspirar más fuerte. Bocanadas grandes para tragar más oxígeno. El cansancio va ganándome y de pronto entro en RAM o CD-ROM. O sea, empiezo el sueño con una historia interesante. Pero eso me hace perder concentración y enseguida despierto agitado tratando de recuperar el aire. Dos, tres veces la misma rutina. Me doy cuenta que dormir y morir es más o menos lo mismo. Relajarme es permitir que un fantasma me robe el aliento con un beso mortal. Así interco la vigilia con la rendición, dormir y despertar, morir y reencarnar. Una noche entera soñando comienzos de sueños hasta cortarlos abruptamente. Puro puntapié inicial. Quedándome al otro día con el sabor amargo de una secuencia de historias que no pudieron desplegar las alas y se quedaron sin desenlace.
Como este post.
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4 comentarios:
jajajjaa...
amo tus narraciones de viajes...
quiero saber si alguno se anima a correr finalmente jajaja
mmm los sueños sin finalizar por lo menos no pueden terminar mal jeje
saludos
male male, te gusta mi intimidad. por chusma.
preparate que se viene mucho de esto.
beso
jaja..no es la priemra vez que me califican así... pero me niego a darles la razón jjajaja
qué lindo, estimado firulo. el momento en que aparece la ciudad como metida dentro de una olla, es inolvidable (y eso que yo la vi de día).
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