Camino a Puno la cosa se complica. Pancho, el nuevo chofer, se va dando cuenta que la lluvia no va a parar en el futuro próximo. Razonablemente opta por abandonarnos, pero la hinchada canta una canción para convencerlo y, por si es más materialista que sentimental, sube unos dólares la tarifa al llegar al estribillo. Pancho accede a seguir, una de las peores decisiones que tomó en su vida.
Ya jugamos al veo veo con Claudita, continuamos con una fallida guerra de canciones, tratamos de descubrir sutilmente si las lesbianas son lesbianas certificadas, comimos frititos novedosos, escuché mi mp3 del giga cero al dos y jugamos a la escoba del quince. Pido la revancha pero Mati no quiere. Dice que la escoba del quince le aburre porque es muy automática. No lo entiendo, si lo bueno del juego es precisamente que es ágil, fácil y no hay que pensar demasiado. Casi como una noche de sexo casual. Se ve que Mati está creciendo, y ya quiere una novia fija. Me parece bien.
La lluvia se hace nieve. Pensamos con odio en todas las personas que nos recomendaron cosas para hacer en Perú. Ni uno de ellos aconsejó empacar una campera con corderito.
-Plok! -dice la rueda trasera.
Frenamos al costado del camino recordando a Murphy y su brillante ley que no deja de cumplirse. Mientras Pancho cambia de rueda bajo la nieve, algunos lo alumbramos con linterna y otros salen a fumar un cigarrito y reírse por la mala suerte. Decido dejarle la linterna a mi suplente y fumar para ser parte de algo. También por la sensación de tener fuego en la mano. Siempre asocié esa imagen al calor. Por eso nunca entendí a mis compañeros de fútbol cuando fuman transpirados en el entretiempo. Fumar, en mi imaginario, mata el frío, aunque la sensación rara vez respete su proyección visual.
Reanudamos el viaje con más tormenta y atención. Se que a la derecha está el precipicio, pero no llego a verlo. Acerco la mirada y no hay caso. Las ventanas de los costados están tan empañadas que pareciera que viajáramos por una autopista fantasma. ¿Seremos parte de ella dentro de poco? Me pregunto si Pancho estará manejando de oído, pero levanto la cabeza y veo que el vidrio de adelante tiene cierta visibilidad. A veces, cuando miro un partido de River en directo, pienso que si cambio de canal hay más posibilidades de que suframos un gol. Pero en este caso prefiero abandonar la cabulera mirada fija y rendirme al zapping. Antes que hacerme mala sangre, decido morir durmiendo. Que el destino haga su trabajo.
Despierto con el minibus parado. Delante nuestro hay una fila de varios camiones muertos, con las luces apagadas, abandonados bajo la lluvia. No hay señales de choferes vivos, a menos que sean invisibles. Solo un embotellamiento que confirma la idea de la autpista fantasma. Papá Carlos baja a buscar información y vuelve con malas noticias:
-Dicen que más adelante el lago creció y ya no se puede pasar.
Hablamos de pasar la noche en el minibus, de calzarnos las mochilas y salir caminando a la lluvia, de dar marcha atrás y volver por donde venimos. Eso lo dice Pancho y nos pone nerviosos. Decidimos avanzar por la contramano, que está vacía, hasta llegar al río que interrumpe la ruta. Si no se puede pasar, nadie vendrá por ahí. Esperemos.
Avanzamos lentamente al costado de los camiones fantasma. Alguno que otro toca la bocina para prevenirnos, saludarnos o despedirnos. Cuando nos acercamos al río las bocinas son más numerosas. No todas son para nosotros. También se escuchan ruidos de piedras golpeando contra algo metálico. Nos quedamos quietos, como si eso sirviera para algo. Al rato, Papá Carlos se calza el traje de Jack Shepard una vez más y sale a averiguar:
-¿Qué pasó? -preguntamos a su regreso.
-Están tirando piedras contra los micros que quieren pasar.
-Entonces se puede pasar? -pregunta Mati con la idea fija.
-Si te gustan que te tiren piedras...
-¿Quién tira las piedras?
-Por esta zona hay muchas casas de adobe -explica Papá Carlos -, y la crecida del río hizo que algunas de ellas se derrumben. Cada vez que un micro intenta pasar por el río genera una ola que aumenta la posibilidad de derrumbes. Por eso la gente salió a tirar piedras para que los micros no pasen.
Despierto en mi asiento tiritando. Son las seis de la mañana. Ya van a ser veinte horas en minibus. Todo sigue igual, todo sigue igual de mal. Alguien comenta que un micro quiso pasar anoche y se lo llevó la corriente. Que murieron todos. Nadie sabe si algo de eso es cierto.
Los cinco amigos decidimos probar suerte a pata. Sacamos las mochilas y empezamos a caminar. Vamos a atravesar la crecida con agua hasta la cintura. Pero vamos a llegar. De alguna manera vamos a llegar. La lluvia sigue molestando, jamás se detuvo. Mientras caminamos vemos a la gente que nos mira desde las ventanas de sus vehículos. Piensan qué será de nosotros. O si ellos deberían hacer lo mismo. Yo pienso en Pancho, el chofer, y la peor decisión que tomó en su vida. Pero enseguida lo pienso mejor: si hubiera decidido volver en su momento, este hubiera sido un día más de su vida. Otro día a olvidar. En cambio ahora, si sobrevive, recordará este día por el resto de su vida. Seguramente con una sonrisa, a partir de la semana que viene. En este mismo instante nos odia, a nosotros y su decisión, pero ya se va a dar cuenta. Si es como yo, preferirá una vida llena de emociones intensas, siempre que pueda contarla.
Sigo caminando. Pero esta vez, con una sonrisa.
FINAL ALTERNATIVO*:
Papá Carlos baja a buscar información y vuelve con malas noticias:
-Dicen que más adelante el lago creció y ya no se puede pasar.
Hablamos de pasar la noche en el minibus, de calzarnos las mochilas y salir caminando a la lluvia, de dar marcha atrás y volver por donde venimos. Eso lo dice Pancho y nos pone nerviosos.
-Yo conozco una ruta alternativa! -anuncia Papá Carlos, desabrochándose la camisa para mostrarnos la insignia dorada de Súper Papá Carlos. Al menos así lo vi en mi cabeza.
Pancho duda en hacer caso, pero tiene una radio en la oreja. Papá Carlos le habla, lo convence, no lo deja pensar.
-Ahora ponte la reversa, no tengas miedo. Sigue, sigue, dale al cambio, pues. Claro, a esta velocidad. No te distraigas. Vas a ver que el otro camino está abierto. Ponte la tercera, a qué esperas? Acelerale un poquito, ándale.
No sabemos si lo trata así para impedirle que se arrepienta, para mantenerlo despierto o porque Pancho, en realidad, es un robot. Pero la radio desespera. Si no estuviera conducida por nuestro héroe votaría por apagarla.
El nuevo camino está sembrado de piedras que cayeron de la montaña. Derrumbes ocasionados por la tormenta. Lo atravesamos como si fuera un cementerio, bien despacio, con la cabeza pegada al vidrio para eludir con cuidado cada piedra. En cualquier momento encontraremos una que tapone la carretera de pé a pá, y deberemos volver. Pero todavía no. Todavía un poco más.
-¿Oyes el silencio? -le comenta Papá Carlos a Pancho-. Se ve que todos se durmieron.
-¡No estamos dormidos! -respondemos todos a coro.
Solo estabamos compartiendo el silencio. Observando el destino.
Por fin logramos pasar. La lluvia continua, pero las reservas del hostel se mantuvieron intactas y el minibus nos deja en la puerta. Nos costó un Perú llegar, pero llegamos. Gracias, Pancho. Gracias, Papá Carlos. Gracias, hostel, por bienvenirnos con una cama blanda y un acolchado que justifica cada una de las letras de la palabra acolchado. Y gracias, camino alternativo, por cerrar tus puertas dos horas después de dejarnos pasar.
Hola, Cuzco. Y buenas noches.
*El final alternativo es, por supuesto, el real. Y el real está basado en hechos reales. Fue recreado gracias al relato de un compañero de avión que logró llegar a Cuzco con otro minibus. Uno que no tenía a Papá Carlos entre sus asientos.
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1 comentario:
Me encantó, enano maldito, muy buen relato. Y muchas gracias por tu comentario y tu aviso. Salud, troesma!
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