Eran muchos, más de quince. Todos tomaron su ración y se dispersaron. La aventura recién comenzaba.
Él se internó en el bosque junto al Chocho, la Duendecilla, el Guitarrista, el Hombre Invisible y el Príncipe (aunque todavía no se sabía que el Hombre Invisible era hombre invisible ni que el Príncipe era príncipe).
Era un bosque de piso anaranjado debajo de un cielo parcialmente nublado, con probabilidades de lloviznas.
-¿Nunca estuviste en un bosque de Arrayanes?
-No, ¿Cómo es?
-El bosque es naranja por los troncos de los árboles. Parece que es de los únicos bosques de Arrayanes que existen e el mundo; es una de esas razones por las que deberías estar orgulloso de ser argentino. ¿Te sentís orgulloso?
-No.
-Porque no fuiste. Cuando vayas, te vas a sentir. Dicen que ahí fue donde Walt Disney hizo Bambi. Siempre me lo imaginé sentado en el bosque con un caballete dibujando a los bambis que pasaban. Recién ahora me doy cuenta de que la imagen es ridícula.
Miró al piso para ver de cerca la causa del naranja. Era por los miles de residuos que caían de los árboles: especies de pajitas unidas con la forma de los huesitos de la buena suerte del pollo que se sostienen con el dedo chiquito para pedir deseos.
El viaje empezaba en un bosque con piso de deseos. Pensó que era buen augurio, y deseó únicamente que los deseos se cumplan.
Se le ocurrió que alguien una vez deseó con mucha gana que existiera en alguna parte un bosque de deseos; y el pobre todavía no se había enterado que su deseo ya se había cumplido del otro lado del mundo. Acá mismo.
El bosque era un secreto por dos razones:
a) La gente que pide deseos con residuos de árboles que tienen forma de huesito de pollo son minoría.
b) Los que piden deseos después se olvidan de fiscalizar su cumplimiento. Así es que nadie averigua qué métodos para pedir deseos son los que en realidad funcionan; y nadie toma a los verdaderos con la seriedad que se merecen.
Empezó a lloviznar a eso de las seis de la tarde. Habían caminado menos de una hora, pero él ya se sentía perdido. Era una costumbre suya desligarse de la ubicación siempre que estaba rodeado de gente. Creía que su función era la de generar conversaciones. La orientación le correspondía a otro.
La lluvia se hizo fuerte. Chocho sabía volver, pero los demás querían seguir. Había varios caminos por elegir.
----Y entonces El Príncipe empezó a erigirse como príncipe-----.
Caminaba delante de todos, marcando el camino con su buzo rojo agarrado únicamente de la capucha a su cabeza. Le colgaba como capa, con las mangas libres de brazos. Tenía la cara muy Daniel Day Lewis –según como le diera la luz- y un palo de bosque (hermano del alma) para reafirmarle los pasos. Era un líder romántico, soñador, lleno de buenos sentimientos. Lo veían brincar por el sendero y mirarlos cada tanto desde arriba de la ladera para señalarles el camino.
Chocho tenía la certeza de que su camino no los llevaría a ninguna parte o de que, al menos, no los llevaría a la playa, a donde querían llegar. Eso no importaba. Estaban contentos de poder seguir a un Príncipe.
Él nunca había visto a uno tan de cerca.
-Son como nosotros, pero distintos –pensó-. Eso se ve enseguida.
El Príncipe se detuvo frente al cementerio del automóvil. ¿Cómo habría llegado hasta el bosque?
El coche estaba destrozado a un costado del sendero, cubierto por ramas de un árbol caído. El Príncipe se acercó, chequeó que no hubiera sobrevivientes y luego lo golpeó con su palo en el capot, como si lo estuviera bautizando.
-Listo –dijo-, lo acabo de hacer arte.
-Si no fuera por el auto, diría que es una naturaleza muerta.
De pronto, un hombre bien flaco y largo, con barba también larga pasó por el camino a unos metros de ellos. Llevaba de su mano a una niña también flaca y larga larga.
-Shh –dijo el Príncipe agachandose-. Mirá, Duendecilla: fauna!
-Es un yeti! –se asustó él.
El yeti los vio y saludó con la mirada. Ellos sonrieron. Por suerte era un yeti bueno, como el de los Henderson.
Se sentaron sobre unos troncos. El Guitarrista pareció emocionarse. Miraba hacia arriba, a todos lados, y con los ojos llorosos se llevaba la mano al pecho, golpeándose el corazón.
-Vos y yo bosque… vos y yo… de corazón te lo digo eh.
-Si, no? El bosque es otra cosa.
-El bosque es una de las mejores cosas que hay en el mundo –dijo el Guitarrista-. Hay pocas cosas mejores que el bosque… y una de ellas son los ácidos.
Todo rieron. Lo gracioso es que era verdad, por supuesto.
-Además una vez que estás adentro del ecosistema te sentís parte. Como si pertenecieras.
El Príncipe asintió con toda su sabiduría:
-El bosque te envuelve. Pero también te puede llegar a encerrar, como aquellos bosques de las leyendas. Una vez que entrás no podés salir: quedaste atrapado.
-A mí me pasó una vez eso mismo –dijo él-. En un ascensor.
La lluvia se había agotado. O sea, ya no tenía gotas.¿Por qué uno está agotado cuando se siente cansado? Si transpira más.
Él se dio cuenta de esto, pero también se dio cuenta que el piso ahora era de arena. Y que el MEJOR MOMENTO es después de la lluvia. No existe un mejor clima.
Después de la lluvia las plantas despiertan con olores y colores. Después de la lluvia la arena es perfecta para hacer castillos. Después de la lluvia la naturaleza festeja, y si no te das cuenta, es porque no sabés ver. O porque no tomaste la pócima.
Le dieron ganas de hacer una canción que se llame Después de la lluvia, pero pensó que seguramente ya la habría hecho Tolkien, y desistió.
Finalmente El Príncipe los guió hasta el final del camino. La ladera subía, el piso era de arena, no quedaban dudas: del otro lado verían el mar. Subieron corriendo hasta arriba de todo como niños yendo hacia el arenero. Cuando llegaron, vieron que estaban rodeados de árboles por todos lados. El mar no se veía por ningún lado.
-Vení, subí vos también –le gritó el Príncipe a Duendecilla, que se había quedado abajo-. Vas a ver qué decepcionante que es… no te lo podés perder!
Él vio al Príncipe con su palo arriba de la ladera mirando hacia el bosque infinito. Sintió que estaba dentro del final sorpresivo de la primera entrega del Señor de los Anillos.Chocho sintió exactamente lo mismo. Ambos decidieron que era momento de separarse del Príncipe. Necesitaban hacer su propio camino.
Guitarrista, Duendecilla y el Hombre Invisible decidieron quedarse.
-Ya nos veremos en la tercera parte, dondequiera que sea –les dijeron.
Y se fueron. Hacia la secuela.
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3 comentarios:
Hola Fer. Lee mi blog si tenés ganas: www.aubemina.blogspot.com . Me llamó la atención que, ademas de escribir una crónica de lo sucedido el día del bosque, hayas escrito una del Indio en La Plata, porque yo también escribí una del Indio, aunque no en los mismos términos (no está en mi blog, saldrá en Insisto) y también planeo hacer un relato del bosque. Saludos.
muy bueno...me hiciste morir de la risa...
realmente parecía un cuento de esos que me contaban de chica, de los que uno deseaba que pudieran existir..jejee
espero más de estos cuentos extraordinarios!!!
Ale estuve chusmeando un poquito tu blog, muy divertido la situacion de afano de chicos pequeños, a mi tambien me paso. Divertido y siniestro.
Male: no desees mas que puedan existir estas historias, porque existen y existieron. Aunque sea un poco como la película el Gran Pez..
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