Estaba rodeado de barbas. Había barbas blancas muy sabias, barbas peladas infantiles con gran potencial y barbas rojas bien cariñosas. Todas eran largas, y algunas estaban orgullosas de ser todavía más largas.
Él tenía una tímida barba de dos días. Casi analfabeta, la pobre. Estaba muy impresionada por todo lo que había visto esa noche, pero tenía miedo. Para sacarse la duda se acercó sigilosamente a una barba que descansaba haciendo la digestión, después de una larga cena repleta de cánticos, saltos y moralejas.
-Perdón, que la moleste. Es cierto eso que dicen? Ustedes me van a lavar el cerebro? -preguntó con la inocencia de un hombre de 32 años que nunca jamás dejó de ser niño.
La barba, recostada, se puso de pie y lo miró de arriba abajo. Mientras se acariciaba la mano con los pelos puntiagudos del final de su barba dijo:
-Es cierto que te vamos a lavar el cerebro, pero hay una buena razón para eso: el tuyo estaba muy muy muy sucio.
En eso tenía razón. Yo lo conozco de toda la vida, y te lo garanto.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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