La lavandera me cae bien, porque sabe mi nombre.
Lo supo casi antes de que se lo dijera.
-Hola Fernando, acá tenés tu ropa.
Dijo la primera vez que fui su cliente.
Y yo no recordaba haberle dicho mi nombre.
Ella tiene la cara de una tortuga bien vieja,
con la peluca recortada de Marta Minujín.
Y tiene un gato gris que parece disecado.
Pero se mueve.
Y maúlla cuando lo acariciás.
Yo creo que es un gato androide.
Un gatobot.
Me da miedo, un poco,
pero lo acaricio igual.
El otro día fui con Cecilia,
y mientras ella decía Hola Fernando,
yo le susurré que le preguntara el nombre.
Siempre me costó preguntarle el nombre
a alguien que sabe el mío.
Ella hizo caso y la lavandera le dijo
que el gato se llamaba Rómulo.
Cuando nos fuimos le dije a Cecilia
que no me había entendido bien.
Hoy al mediodía fui a buscar mi ropa.
-Hola Fernando.
-Hola.
Al menos la saludé sonriendo.
Ella me alcanzó la bolsa,
y al buscar el cambio,
soltó un suspiro:
-Ay, Dios.
-¿Cómo Ay Dios?
-Sí, estoy cansada.
-El Ay Dios hay que guardarlo para más adelante.
-¿Por qué? yo estoy cansada ahora.
-Pero recién es el mediodía. No se pueden gastar los Ay Dios así como así. Hay que guardarlos para las ocho de la noche.
-Vos los usarás a esa hora recién, yo soy una vieja.
-Sos vieja de mente, si elegís verte así.
-Soy vieja demente, Fernando.
Eso lo dijo cuando ya me estaba yendo,
con la bolsa a cuestas,
cruzando la calle,
sin saber su nombre.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
La recuerdo bien. La invité a tomar un jugo de naranja en el Starbucks del mall después de que me regañara por subir los pies al banco donde estábamos sentadas. Andaba muy sola de bastón. Yo no recuerdo su nombre. ¿Se lo preguntaría por mí?
Publicar un comentario