Descubrí a Casas gracias a un regalo.
Resultó ser uno de los escritores más fáciles de leer.
Casi como si un amigo te estaría contando todo de corrido.
Naturalidad de barrio, buen humor y un mundo pintado al detalle.
Un mundo que se parece al mío, sin serlo.
Como si me reescribieran el pasado.
Ahora quiero leerlo más,
para que me reescriba el presente.
.
Frases útiles:
1.
"Tengo la sensación de que millones de hormigas se pasean en las profundidades de mi cuerpo, con antorchas y carteles, en manifestación".
2.
"No hay ninguna pena que el sueño no pueda doblegar. Puede tardar días en venir, pero al final llega. Yo estaba dispuesto a esperar lo necesario".
3.
"Se me ocurre que fue en esta oscuridad donde mis viejos se convirtieron en hermanos".
4.
"Lamadrid recitó un poema que supuse era de su autoría:
-Primero le ganaron a Rver, y no me importó; después golearon a Ferro, y me morí de risa; ahora nos están inclinando la cancha a nosotros, pero ya es tarde".
5.
"Roli le pidió que le rtajera un cortado sin leche. Tito pensó un minuto y le dijo: Andate al carajo".
6.
"No hay nada más horrible que viajar en ascensor con un desconocido".
7.
"Mi viejo, en realidad, no era de fijarse mucho. Por ejemplo: cuando yo ya estaba en el segundo año de la universidad, él a veces me decía: ¿hoy no vas a la escuela?".
8.
"Me pidió que le sostuviera la goma para buscarse la vena. La sostuve. Se inyectó muy despacio. El silencio que se genera en esos momentos es similar al de la comunión cristiana".
9.
"Un calor criminal y las nubes que habían estado acumulándose desde las siete de la tarde eran gordas y negras y algunas estaban embarazadas. Desde chico me resultó fácil distinguir una nube macho de una nube hembra".
10.
"El matrimonio duró menos que un Haiku".
jueves, 24 de noviembre de 2011
sábado, 12 de noviembre de 2011
NEURÓTICO EN EL AIRE
Yo crecí en un tiempo donde las azafatas debían ser jóvenes y hermosas. Tal vez ese tiempo fueron las dos horas que duró Atrápame si puedes, con Leonardo Di Caprio, pero la imagen se sostuvo. Porque tenía sentido. Es una de las pocas situaciones de discriminación laboral que apoyo. Con el sobreprecio que se pagan en los pasajes de avión es sensato y recomendable que nos ofrezcan como retribución cosas que no sentimos en la vida cotidiana. Detalles que nos hagan sentir especiales. Como una mujer hermosa, sonriente, en uniforme, atenta a mis deseos. Sirviéndome personalmente. Agradeciéndome por estar junto a ella en este viaje. O, en su defecto, el entretenimiento a bordo de Fernandos Peñas por el intercomunicador. No sé: algo. Estas azafatas son viejas, todas ellas. Menos el azafato, que es viejo y amargado. Me alegra que tengan trabajo y puedan postergar su jubilación un par de años más, no me malentiendan, pero no estaría mal que imaginen su casa sola, vacía, lenta, sin ruidos ni familia cerca, todos tan ocupados. Y que se ubiquen ahí dentro, en el sillón, mirando programas de chimentos. Tristes. Solos. Aburridos. Y que utilicen todas esas imágenes cercanas, próximas, para traerme el snack con mejor onda. Que aprendan a disfrutar el tiempo en el aire que les queda. No me traigan la bebida como si detestaran el oficio, estamos?
Perdón; exageré. Pero de alguna forma hay que descargar las tensiones. No es fácil estar en un tubo de metal sobre el aire suponiendo que es algo natural. Mucha gente no se lo cuestiona: bien por ellos. Yo sí, porque todavía no lo entiendo. Tampoco entiendo cómo un chip puede almacenar años de datos que fui trasladando de mi mente a la computadora o cómo es que la cámara de fotos es capaz de congelar mi imagen y preservarla para la posteridad, pero eso no me preocupa. Mi alma no corre riesgo por sacarme una foto, como pensaban los indios. Al menos eso creo, porque si ellos tenían razón ya no deberían quedar grandes almas en el mundo. Somos una generación fotogénica. ¿Será por eso que cada vez hay menos filósofos, músicos y científicos geniales? Las fotos nos van desgajando el alma. No. Esas supersticiones son muy básicas. Lo que sucede es que no se crean nuevas almas, pero sí nuevas personas. Entonces esas almas originales se dividen en más partes, generando seres cada vez menos importantes. Algunos lo saben y prefieren que seamos menos, pero mejores. Como Hitler. Así le fue. Hoy los delirios de grandeza son cada vez más delirios, porque la grandeza es algo más lejano. Hitler, hoy, tendría menos seguidores. Esperemos.
El problema es que no descansé bien. Dormir en el avión tiene la particularidad de que en las pequeñas turbulencias tu mente dormida reconoce que no estás en un micro -con el riesgo mortal de que el chofer se quede dormido y caigamos a un precipicio-, sino que estás en un avión y el riesgo mortal es que un pájaro se cuele en la turbina, un gremlin mastique el ala o la vieja y conocida caída libre sin razón aparente, que lo explique la caja negra porque no hay sobrevivientes. Son pesadillas muy distintas y hay que saber apreciar las diferencias.
Así es que desperté algo irritable. Me la agarré con el azafato cara-de-culo (expresión argentina favorita de mi próximo amigo colombiano a conocer, Oscar Jaramillo) porque ya bastante me cuesta despertar contento un día normal: imaginen si además pienso que puede ser el último. No entiendo a la gente que se levanta feliz: deben tener sueños mediocres. Aunque con esa línea de pensamiento debería despertar contento después de una pesadilla, porque es preferible la realidad. Y este no fue el caso.
Por fortuna Dios nos creó con un cerebro de avanzada, algo que los chimpancés todavía no pudieron comprar, y decidí utilizarlo para racionalizar mis sentimientos hasta minimizar mi malhumor. Primero recordé que no tengo más chances de morir por viajar en avión. También puedo morir al cruzar la calle, subirme a un coche o calcular mal al hacer un clavado desde un trampolín. ¿Acaso no vi cinco temporadas de Six Feet Under? La muerte puede llegar en cualquier momento y de cualquier forma. Así que tranquilo. El miedo a morir que siento todos los días es suficiente. No es necesario exagerar. Relájate. Guardá tu miedo para los autos. Las estadísticas así lo indican. Y sacale el jugo a la experiencia. Que los momentos cercanos a la muerte nos hacen crecer.
Ahora sí, con la paz mental adquirida por medio del ejercicio de la lógica puedo mirar por la ventana e imaginarme organizando un trecking por encima de las nubes. Pensar que al pisarlas se sentirían como algodón de azúcar, blanditas, pegajosas y algo profundas. Una linda excursión de dos semanas para llegar a Dios. Podría venderle la idea a Terry Gilliam, pero no. A Terry, si llego a cruzarlo, se la regalo.
Es extraña la sensación de estar por encima de las nubes. Pareciera que en cualquier momento podría encontrar a Dios mirando hacia abajo, despistado. ¿Estaría sonriendo, divertido, observando su creación? ¿O llorando, haciendo llover, por lo mal que le salieron las cosas? Debe de estar sonriendo. A Dios nada puede salirle mal. Pero entonces la sonrisa es algo perversa. Estuve un rato largo mirando por la ventana, esperando encontrarlo sobre una nube, desprevenido, tirando granizo hacia abajo con la sonrisa sádica que nunca le vimos. Pero no. Sólo me pareció verlo cuando los rayos del sol atravesaron las nubes, bañándolas de luz en su descenso.
Ya estamos por llegar. La gente saca sus celulares para avisar. A la derecha blackberry, a la izquierda iphone. Así en todas las filas. ¿Cuánto más podré resistir sin internet en el bolsillo? Ya no podré escapar de las distracciones constantes. Tengo que ser mas riguroso con mis deseos. No son muy obedientes. Pensé en comentárselo a mi compañero del iphone, pero pensar en traducir todo eso al inglés me dio cansancio. Quería decirle ALGO. Es conveniente hacer un amigo antes del descenso, para que te ayude en migraciones. El problema es que ya no vemos todos la misma peli. Es algo menos que tenemos en común.
-¿Te gusto la peli de Will Ferrel?
-Yo vi un documental de ranas.
-Ah.
Así es más difícil hacer amigos.
Adiós azafato. Gracias por sonreírme, al menos en la despedida. Ahora a buscar taxi y encaminarme hacia el barrio de ortodoxos, donde un buen judío me alojará por dos semanas. Espero que no se enoje porque tengo barba de dos días. Me di cuenta tarde que convenía dejarla crecer para que no me resientan. De última le digo que recién estoy empezando. Hace dos días decidí creer en Dios. Todo puede ser. Sólo hay que decirlo convencido. Me gustaría estar convencido. De eso, o de algo. Tantas dudas, no son buenas para la salud. Quién sabe. Tal vez me convenzan ellos. Veremos.
Perdón; exageré. Pero de alguna forma hay que descargar las tensiones. No es fácil estar en un tubo de metal sobre el aire suponiendo que es algo natural. Mucha gente no se lo cuestiona: bien por ellos. Yo sí, porque todavía no lo entiendo. Tampoco entiendo cómo un chip puede almacenar años de datos que fui trasladando de mi mente a la computadora o cómo es que la cámara de fotos es capaz de congelar mi imagen y preservarla para la posteridad, pero eso no me preocupa. Mi alma no corre riesgo por sacarme una foto, como pensaban los indios. Al menos eso creo, porque si ellos tenían razón ya no deberían quedar grandes almas en el mundo. Somos una generación fotogénica. ¿Será por eso que cada vez hay menos filósofos, músicos y científicos geniales? Las fotos nos van desgajando el alma. No. Esas supersticiones son muy básicas. Lo que sucede es que no se crean nuevas almas, pero sí nuevas personas. Entonces esas almas originales se dividen en más partes, generando seres cada vez menos importantes. Algunos lo saben y prefieren que seamos menos, pero mejores. Como Hitler. Así le fue. Hoy los delirios de grandeza son cada vez más delirios, porque la grandeza es algo más lejano. Hitler, hoy, tendría menos seguidores. Esperemos.
El problema es que no descansé bien. Dormir en el avión tiene la particularidad de que en las pequeñas turbulencias tu mente dormida reconoce que no estás en un micro -con el riesgo mortal de que el chofer se quede dormido y caigamos a un precipicio-, sino que estás en un avión y el riesgo mortal es que un pájaro se cuele en la turbina, un gremlin mastique el ala o la vieja y conocida caída libre sin razón aparente, que lo explique la caja negra porque no hay sobrevivientes. Son pesadillas muy distintas y hay que saber apreciar las diferencias.
Así es que desperté algo irritable. Me la agarré con el azafato cara-de-culo (expresión argentina favorita de mi próximo amigo colombiano a conocer, Oscar Jaramillo) porque ya bastante me cuesta despertar contento un día normal: imaginen si además pienso que puede ser el último. No entiendo a la gente que se levanta feliz: deben tener sueños mediocres. Aunque con esa línea de pensamiento debería despertar contento después de una pesadilla, porque es preferible la realidad. Y este no fue el caso.
Por fortuna Dios nos creó con un cerebro de avanzada, algo que los chimpancés todavía no pudieron comprar, y decidí utilizarlo para racionalizar mis sentimientos hasta minimizar mi malhumor. Primero recordé que no tengo más chances de morir por viajar en avión. También puedo morir al cruzar la calle, subirme a un coche o calcular mal al hacer un clavado desde un trampolín. ¿Acaso no vi cinco temporadas de Six Feet Under? La muerte puede llegar en cualquier momento y de cualquier forma. Así que tranquilo. El miedo a morir que siento todos los días es suficiente. No es necesario exagerar. Relájate. Guardá tu miedo para los autos. Las estadísticas así lo indican. Y sacale el jugo a la experiencia. Que los momentos cercanos a la muerte nos hacen crecer.
Ahora sí, con la paz mental adquirida por medio del ejercicio de la lógica puedo mirar por la ventana e imaginarme organizando un trecking por encima de las nubes. Pensar que al pisarlas se sentirían como algodón de azúcar, blanditas, pegajosas y algo profundas. Una linda excursión de dos semanas para llegar a Dios. Podría venderle la idea a Terry Gilliam, pero no. A Terry, si llego a cruzarlo, se la regalo.
Es extraña la sensación de estar por encima de las nubes. Pareciera que en cualquier momento podría encontrar a Dios mirando hacia abajo, despistado. ¿Estaría sonriendo, divertido, observando su creación? ¿O llorando, haciendo llover, por lo mal que le salieron las cosas? Debe de estar sonriendo. A Dios nada puede salirle mal. Pero entonces la sonrisa es algo perversa. Estuve un rato largo mirando por la ventana, esperando encontrarlo sobre una nube, desprevenido, tirando granizo hacia abajo con la sonrisa sádica que nunca le vimos. Pero no. Sólo me pareció verlo cuando los rayos del sol atravesaron las nubes, bañándolas de luz en su descenso.
Ya estamos por llegar. La gente saca sus celulares para avisar. A la derecha blackberry, a la izquierda iphone. Así en todas las filas. ¿Cuánto más podré resistir sin internet en el bolsillo? Ya no podré escapar de las distracciones constantes. Tengo que ser mas riguroso con mis deseos. No son muy obedientes. Pensé en comentárselo a mi compañero del iphone, pero pensar en traducir todo eso al inglés me dio cansancio. Quería decirle ALGO. Es conveniente hacer un amigo antes del descenso, para que te ayude en migraciones. El problema es que ya no vemos todos la misma peli. Es algo menos que tenemos en común.
-¿Te gusto la peli de Will Ferrel?
-Yo vi un documental de ranas.
-Ah.
Así es más difícil hacer amigos.
Adiós azafato. Gracias por sonreírme, al menos en la despedida. Ahora a buscar taxi y encaminarme hacia el barrio de ortodoxos, donde un buen judío me alojará por dos semanas. Espero que no se enoje porque tengo barba de dos días. Me di cuenta tarde que convenía dejarla crecer para que no me resientan. De última le digo que recién estoy empezando. Hace dos días decidí creer en Dios. Todo puede ser. Sólo hay que decirlo convencido. Me gustaría estar convencido. De eso, o de algo. Tantas dudas, no son buenas para la salud. Quién sabe. Tal vez me convenzan ellos. Veremos.
viernes, 11 de noviembre de 2011
NO SEAS SALMÓN
.
El que dijo
que hay que aprovechar
todos los días
estaba exagerando.
.
Mejor es prestarle atención
a la energía que carga cada día.
Para nadar siempre con la corriente.
.
Hay días que te juegan en contra
y días que te dan viento a favor.
Es importante distinguirlos.
.
Para saber cuál conviene aprovechar
y a cuál hay que dejarlo pasar.
.
A veces, es mejor quedarse en la cama.
El que dijo
que hay que aprovechar
todos los días
estaba exagerando.
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Mejor es prestarle atención
a la energía que carga cada día.
Para nadar siempre con la corriente.
.
Hay días que te juegan en contra
y días que te dan viento a favor.
Es importante distinguirlos.
.
Para saber cuál conviene aprovechar
y a cuál hay que dejarlo pasar.
.
A veces, es mejor quedarse en la cama.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
VIEJA DE MENTE
La lavandera me cae bien, porque sabe mi nombre.
Lo supo casi antes de que se lo dijera.
-Hola Fernando, acá tenés tu ropa.
Dijo la primera vez que fui su cliente.
Y yo no recordaba haberle dicho mi nombre.
Ella tiene la cara de una tortuga bien vieja,
con la peluca recortada de Marta Minujín.
Y tiene un gato gris que parece disecado.
Pero se mueve.
Y maúlla cuando lo acariciás.
Yo creo que es un gato androide.
Un gatobot.
Me da miedo, un poco,
pero lo acaricio igual.
El otro día fui con Cecilia,
y mientras ella decía Hola Fernando,
yo le susurré que le preguntara el nombre.
Siempre me costó preguntarle el nombre
a alguien que sabe el mío.
Ella hizo caso y la lavandera le dijo
que el gato se llamaba Rómulo.
Cuando nos fuimos le dije a Cecilia
que no me había entendido bien.
Hoy al mediodía fui a buscar mi ropa.
-Hola Fernando.
-Hola.
Al menos la saludé sonriendo.
Ella me alcanzó la bolsa,
y al buscar el cambio,
soltó un suspiro:
-Ay, Dios.
-¿Cómo Ay Dios?
-Sí, estoy cansada.
-El Ay Dios hay que guardarlo para más adelante.
-¿Por qué? yo estoy cansada ahora.
-Pero recién es el mediodía. No se pueden gastar los Ay Dios así como así. Hay que guardarlos para las ocho de la noche.
-Vos los usarás a esa hora recién, yo soy una vieja.
-Sos vieja de mente, si elegís verte así.
-Soy vieja demente, Fernando.
Eso lo dijo cuando ya me estaba yendo,
con la bolsa a cuestas,
cruzando la calle,
sin saber su nombre.
Lo supo casi antes de que se lo dijera.
-Hola Fernando, acá tenés tu ropa.
Dijo la primera vez que fui su cliente.
Y yo no recordaba haberle dicho mi nombre.
Ella tiene la cara de una tortuga bien vieja,
con la peluca recortada de Marta Minujín.
Y tiene un gato gris que parece disecado.
Pero se mueve.
Y maúlla cuando lo acariciás.
Yo creo que es un gato androide.
Un gatobot.
Me da miedo, un poco,
pero lo acaricio igual.
El otro día fui con Cecilia,
y mientras ella decía Hola Fernando,
yo le susurré que le preguntara el nombre.
Siempre me costó preguntarle el nombre
a alguien que sabe el mío.
Ella hizo caso y la lavandera le dijo
que el gato se llamaba Rómulo.
Cuando nos fuimos le dije a Cecilia
que no me había entendido bien.
Hoy al mediodía fui a buscar mi ropa.
-Hola Fernando.
-Hola.
Al menos la saludé sonriendo.
Ella me alcanzó la bolsa,
y al buscar el cambio,
soltó un suspiro:
-Ay, Dios.
-¿Cómo Ay Dios?
-Sí, estoy cansada.
-El Ay Dios hay que guardarlo para más adelante.
-¿Por qué? yo estoy cansada ahora.
-Pero recién es el mediodía. No se pueden gastar los Ay Dios así como así. Hay que guardarlos para las ocho de la noche.
-Vos los usarás a esa hora recién, yo soy una vieja.
-Sos vieja de mente, si elegís verte así.
-Soy vieja demente, Fernando.
Eso lo dijo cuando ya me estaba yendo,
con la bolsa a cuestas,
cruzando la calle,
sin saber su nombre.
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