Estaba viendo cortos argentinos en el Festival de Mar del Plata y me atacó la autocrítica. ¿Y si cuando haga un corto me sale como este? Ese, particularmente, no me gustaba. ¿Y si me sale peor y ni me doy cuenta?
Uno necesita, por lo menos, dos años de distancia para poder evaluar lo que hizo con cierta objetividad. En dos años puede pasar cualquier cosa. Se pierden cientos de oportunidades a cada semana; en especial si uno tarda en darse cuenta. Es imprescindible darse cuenta a tiempo, y para eso los más neuróticos elegimos la filosofía de la autoevaluación constante. No es una filosofía que recomiende, pues cuenta con grandes desventajas si uno disfruta de vivir en el presente. Uno de los efectos secundarios, por ejemplo, es tratar de seguir la trama de un corto y que la mente se te vaya, como un reflejo o un tic nervioso. Aunque el corto tampoco contribuya a mantenerla en el aquí y ahora, es una molestia fijar la vista en una pantalla sin que la mente te corresponda. Yo sentía como si padeciera de un repentino hipo cerebral. Veía los cortos y pensaba en mi futuro. Pero entonces el Universo me habló. Todavía estoy tratando de entender qué quiso decirme.
El Universo nos habla constantemente, incluyendo domingos y feriados, a través de señales. Nosotros lo ponemos en mute para no detenernos a cada paso -hay que seguir corriendo, el tiempo es tan poco y no queremos llegar tarde-; pero él, testarudo, insiste. Por lo general nos amparamos en las casualidades para seguir caminando y sin embargo, muy cada tanto, prestamos atención. Eso puede cambiarte la vida en un segundo. O volverte loco.
Yo vi un zapato. Estaba en la pantalla (era el primer plano del siguiente corto) y lo había hecho mi hermana. Al zapato, no al plano. Mi hermana diseña y hace zapatos, para eso respira, y yo este año abrí un local para que sus zapatos hagan feliz a la gente y la gente haga feliz a mi billetera. Yo, con mi billetera, trataré de hacer feliz a mis amigos y todos los que me conocen. Empezando por mí, que me conozco mejor que nadie. Pero eso todavía no sucedió, y hasta que mi billetera deje de sufrir, los zapatos se roban mi tiempo. Tiempo que podría gastar filmando cortos que, dos años después, serán buenos o malos. Mientras tanto alguien tiene que hacerlos; y yo no los estoy haciendo por los zapatos. Por eso me despertó mi curiosidad ese primer plano de un zapato Patidifusa (ésa es la marca, búsquenla y vacíen sus bolsillos en ella) justo en el climax de mi autocrítica. Estaba dispuesto a tomarlo como un Deja Vu y dejarlo ir, pero entonces vi otro zapato. Patidifusa. Y luego otros cuatro. Y luego un muchacho sentado en uno de los locales de mi hermana justo antes de que aparezca el título del cortometraje: "Pies".
Sobresaltado, miré a ambos lados sin poder creerlo. Casi codeo a mi vecino espectador para explicarle mi sorpresa, pero era una explicación muy larga y no llegaba a verle la expresión de la cara. ¿El Universo también le había hablado a él? ¿O me hablaba solo a mí? ¿Eso me hacía especial? ¿Era el preferido del Universo dentro de esa sala de cine? No. El Universo le habla a todos todo el tiempo. Yo no soy especial. Menos si lo que me estaba diciendo era que deje el cine y me dedique a los zapatos. ¿O no? Porque los zapatos estaban dentro de la pantalla. ¿La pantalla era el marco del mensaje, el medio del mensaje o formaba parte del mensaje? ¿Tenía que filmar zapatos? Sí. La conclusión era clara: Tenía que filmar zapatos.
Salí de la sala entusiasmadísimo. Yo no le era indiferente al Universo. Todo tenía un sentido. El Universo me conocía, había seguido mi trayectoria, y quería que filmara zapatos. O que dejara el cine y me haga comerciante, eso no estaba claro. Vi a la protagonista de Pies fuera del cine -una chica preciosa, posiblemente Gloria Carrá o una versión más joven y mejorada de Gloria Carrá- y le dije canchero que yo era el hermano de la autora de los zapatos que aparecían detrás de su cabeza en el corto. ¿Ella conocía a Patidifusa? No, eso era cuestión del director. Le expliqué en resumen mi encuentro íntimo con el Universo y me prometió que apenas viera al director me lo señalaría. Él me ayudaría a atar cabos sueltos.
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