jueves, 22 de julio de 2010

TREINTA EN UNA COMBI

Somos treinta en una combi. Vamos colina abajo levantando polvo y eludiendo las rocas del camino de ripio. Al volante, un joven de quince años.

-Hace tres años que tomo Ayahuasca –me cuenta un vecino al escucharme hablar del tema-. Debes saber que en las primeras cinco sesiones te enfrentas a los temores y conflictos que cargas desde la infancia. Hasta que logras superarlos.

La combi frenó al llegar a una calle de cemento.
Un gordo abrió la puerta:
-A la ciudad! Rapidito que vamos! A la ciudad!
No pensé que podía entrar una persona más, pero entraron cinco. El gordo de la puerta tenía una habilidad nata para jugar al tetris con humanos.

-Una vez que estás curado puedes seguir el aprendizaje –siguió mi vecino cada vez más cercano; la combi en marcha, mi vista clavada en las manitos del peruano de quince años en el volante-. Ahí fue cuando se me apareció el sapo que habla. Yo le hacía una pregunta y el sapo me guiaba hacia la respuesta. Claro que a mis amigos la planta se les presentó como distintos tipos de animales. Eso es cierto.
-Es normal que maneje un chico tan joven una combi?
-Antes en Perú llegar a manejar un coche era tan difícil como manejar un avión. Pero con Fujimori llegaron los Toyotas.
-Ah.
-Pues sigo. En mi última sesión mi chamán andaba en busca de un amigo suyo que es doctor. Estuvimos en transe un tiempo hasta que empezaron a presentarse frente a nosotros diversas caras que nos atravesaban. Una tras otra, durante quince minutos, hasta que lo encontramos. Entonces nos detuvimos a observar detalles de lo que rodeaba al doctor para tener pistas para encontrarlo en la vida real. Podríamos haberlo sabido de mantenernos en el transe un tiempo más, pero el chamán nos hizo despertar abruptamente. Dijo que se aproximaban espíritus malignos.
-Uh.

No le dije nada pero creí en todo lo que dijo porque coincidía con lo que había leído en libros de Castaneda. ¿Será que él leyó los mismos libros?
Mis monosílabos no signifiicaban falta de interés: en ese momento sentía que si todos nos concentrabamos al mismo tiempo mirando al nene que manejaba para que no se equivocara disminuirían las chances de morirnos en bloque. Odiaría ser un apellido más también en mi muerte.

Por fin el chofer quinceañero frenó apenas entramos en la ciudad de Cuzco y veinticinco personas salimos de ahí. Las puertas quedaron abiertas. Veinticinco personas nos reemplazaron.
-Arriba, arriba, que nos vamos! –gritó el gordo.
Entró el pasajero veintiséis que llegaba tarde, y se fueron.

2 comentarios:

Cornelia dijo...

Cuando existe una verdadera colectividad de voluntades, las semillas de una mandarina se aparecen como la vountad en sí misma.

Firulo dijo...

Linda frase. Algunos dicen que la realidad la vamos formando sin darnos cuenta al ponernos todos de acuerdo de cómo deberían ser ciertas cosas. Será?