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Cuando niño, papá llegaba a casa y yo oía el motor del auto de lejos como un perro que escucha las llaves del dueño. Corría a esconderme detrás de las cortinas de la puerta para asustarlo cada vez que venía.
Una y otra vez.
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Cuando adolescente, papá llegaba a casa y yo oía el motor del auto de lejos como un gato que eriza los pelos antes que llegue el peligro. Corría a esconderme en mi habitación para que no me encontrara viendo tele en el living cada vez que venía.
Una y otra vez.
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jueves, 18 de junio de 2009
viernes, 5 de junio de 2009
GRACIAS IBIZA
Ahí están las viejas, paseando sus tetas caídas para que respiren algo de fresco. Descalzas y con sombreros de paja, chochas, intercambian chismes en la orilla mientras osbervan dos pitulines que se columpian aferrados a sus respectivos nenes. Los nenes corren en busca de arena mojada para seguir construyendo castillos junto a sus padres nudistas.
Unos metros más arriba un grupo de traficantes se tuestan las ampollas a las doce del mediodía, sólo para estar disponibles ante una venta potencial. Para algunos, la playa es la oficina. Sin prestarles atención, el anciano pasa frente a ellos desfilando su culo incrustado por un hilo que del otro lado muta en un pulóver de lana diseñado a medida para cubrir su pene ya marchito. Nadie se detiene a mirarlo. ¿Para qué? Es uno más.
-¿Otro pedazo de melón con jamón, cariño?
-Por supuesto, pero antes pasame la bolsita que quiero hacerme un saque más. EL ÚLTIMO.
Personas, personajes, turistas, nudistas y casos perdidos. Todos conviven en armonía en la playa de Figueretas.
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Ya en el Jackpot Ferrer, los especimenes son otros. Todos los días a las siete de la tarde llega Carmen y me saluda con la misma mueca de fastidio.
-Pfff, voy a tontear un rato, pero no tengo ganas –dice, dándome veinte euros y cinco años de su vida, como quien entrega las monedas que sobran al chico del delivery.
Entonces se sienta a envejecer ejercitando su mano, que sube y baja hasta la ranura. Se queja cuando gana y cuando pierde, está solísima, no tiene otra alternativa. Su estado de ánimo depende del capricho de una máquina y no hay nada que pueda hacer al respecto. Por eso estaciona su cerebro en la puerta de entrada y deja encendidos los ojos para sentarse a ver los limones dándole vueltas al tiempo.
Hasta que se hace de noche y aparece una brasilera de rulos que, con el corpiño mojado y una toalla anudada a la cintura, busca al francés que la llamó puta. Está enojadísima, y sonríe como una niña juguetona.
-Eres guapo, dame un beso –dice asomándose a mi barra para convidarme un piquito. Lástima que me gusten las mujeres... ¡¿DONDE ESTA EL FRANCES?! ¡LO VOY A MATAR! –grita de repente. Y se agarra los rulos negros, escupiendo al suelo de mármol del salón.
-Estoy embarazada –confiesa enseguida, y saca la teta izquierda para mostrar como sale la leche que nunca alimentará a su aborto natural. Fue por un golpe seco en la cabeza contra una piedra, una noche de borrachera, según cuentan. Pero, también, el problema era de antes.
A las cinco de la mañana, en su restorán de paso, mi jefe todavía está friendo hamburguesas para ganar un nuevo euro. Yo le dejo las llaves y él de espaldas, sin darse vuelta, hace como que no me conoce. No lo culpo. La vida no es fácil, menos cuando tenés cinco locales abiertos. Hay que contratar a los propios hijos y echarlos por haraganes, conseguir empleados sin papeles que suplanten a los que ya no soportan más, estudiar el método para prolongar el pago de los impuestos, practicar racismo con los moros, chinos y rumanos que destiñen la buena imagen del negocio. No es sencillo ser millonario, no señor. PARA NADA.
Y todo sea porque la juventud siga bailando. Porque las chicas rubias decoren sus caras con ojeras y sonrisas estiradas de dientes apretados bien fuertes. Dos semanas de furioso descargo y de vuelta a los trabajos sin futuro bien remunerados.
-La pasamos bárbaro, siempre recordaremos esa fiesta fabulosa que olvidamos a la mañana siguiente.
Yo también estoy con ellos. SOY TAN FELIZ.
GRACIAS IBIZA, por desdibujarnos la realidad y aplaudir nuestro ridículo sin cuestionarnos la risa hueca. Gracias. Por esta felicidad pasajera sin remordimientos, por darle continuidad a nuestro sinsentido, por acallar la conciencia y enfocarnos en la experiencia. Por hacernos sentir VIVOS.
El peligro es que nos atrape tu sabor y nos obligues a vivir acá para siempre.
Acá, en el presente, hasta la muerte.
Unos metros más arriba un grupo de traficantes se tuestan las ampollas a las doce del mediodía, sólo para estar disponibles ante una venta potencial. Para algunos, la playa es la oficina. Sin prestarles atención, el anciano pasa frente a ellos desfilando su culo incrustado por un hilo que del otro lado muta en un pulóver de lana diseñado a medida para cubrir su pene ya marchito. Nadie se detiene a mirarlo. ¿Para qué? Es uno más.
-¿Otro pedazo de melón con jamón, cariño?
-Por supuesto, pero antes pasame la bolsita que quiero hacerme un saque más. EL ÚLTIMO.
Personas, personajes, turistas, nudistas y casos perdidos. Todos conviven en armonía en la playa de Figueretas.
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Ya en el Jackpot Ferrer, los especimenes son otros. Todos los días a las siete de la tarde llega Carmen y me saluda con la misma mueca de fastidio.
-Pfff, voy a tontear un rato, pero no tengo ganas –dice, dándome veinte euros y cinco años de su vida, como quien entrega las monedas que sobran al chico del delivery.
Entonces se sienta a envejecer ejercitando su mano, que sube y baja hasta la ranura. Se queja cuando gana y cuando pierde, está solísima, no tiene otra alternativa. Su estado de ánimo depende del capricho de una máquina y no hay nada que pueda hacer al respecto. Por eso estaciona su cerebro en la puerta de entrada y deja encendidos los ojos para sentarse a ver los limones dándole vueltas al tiempo.
Hasta que se hace de noche y aparece una brasilera de rulos que, con el corpiño mojado y una toalla anudada a la cintura, busca al francés que la llamó puta. Está enojadísima, y sonríe como una niña juguetona.
-Eres guapo, dame un beso –dice asomándose a mi barra para convidarme un piquito. Lástima que me gusten las mujeres... ¡¿DONDE ESTA EL FRANCES?! ¡LO VOY A MATAR! –grita de repente. Y se agarra los rulos negros, escupiendo al suelo de mármol del salón.
-Estoy embarazada –confiesa enseguida, y saca la teta izquierda para mostrar como sale la leche que nunca alimentará a su aborto natural. Fue por un golpe seco en la cabeza contra una piedra, una noche de borrachera, según cuentan. Pero, también, el problema era de antes.
A las cinco de la mañana, en su restorán de paso, mi jefe todavía está friendo hamburguesas para ganar un nuevo euro. Yo le dejo las llaves y él de espaldas, sin darse vuelta, hace como que no me conoce. No lo culpo. La vida no es fácil, menos cuando tenés cinco locales abiertos. Hay que contratar a los propios hijos y echarlos por haraganes, conseguir empleados sin papeles que suplanten a los que ya no soportan más, estudiar el método para prolongar el pago de los impuestos, practicar racismo con los moros, chinos y rumanos que destiñen la buena imagen del negocio. No es sencillo ser millonario, no señor. PARA NADA.
Y todo sea porque la juventud siga bailando. Porque las chicas rubias decoren sus caras con ojeras y sonrisas estiradas de dientes apretados bien fuertes. Dos semanas de furioso descargo y de vuelta a los trabajos sin futuro bien remunerados.
-La pasamos bárbaro, siempre recordaremos esa fiesta fabulosa que olvidamos a la mañana siguiente.
Yo también estoy con ellos. SOY TAN FELIZ.
GRACIAS IBIZA, por desdibujarnos la realidad y aplaudir nuestro ridículo sin cuestionarnos la risa hueca. Gracias. Por esta felicidad pasajera sin remordimientos, por darle continuidad a nuestro sinsentido, por acallar la conciencia y enfocarnos en la experiencia. Por hacernos sentir VIVOS.
El peligro es que nos atrape tu sabor y nos obligues a vivir acá para siempre.
Acá, en el presente, hasta la muerte.
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